Simplicio, cándido
 
Hace (71) meses
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Simplicio, cándido muchacho, fue con Pirulina, mujer con mucha ciencia de la vida, al romántico paraje llamado El Ensalivadero. En la penumbra del solitario sitio exclamó el galancete lleno de emoción: “¡Qué hermosa eres, Pirulina! ¡Me dejan arrobado los encantos de tu cuerpo: la suave curva de tus senos; las incitantes redondeces de tus muslos; la bella rotundidad de tus caderas!”. Contestó ella, invitadora: “¿Y para qué tienes las manos?”. “Es cierto” -replicó el muchacho-. Y así diciendo comenzó a aplaudir. El desdichado náufrago llevaba ya dos años en aquella diminuta isla desierta.

Cierto día la única palmera que había ahí dejó caer un coco. El náufrago abrazó y besó a la palmera. “¡Oh, querida! -exclamó extático-. ¡Un bebé!”. (No le entendí). Eglogio, mozo campesino, casó con Addy Poza, mujer de la ciudad. Muy rica en carnes era Addy: pesaba más de 15 arrobas. Los padres del muchacho no pudieron asistir a la boda, pues el rancho en que vivían quedó aislado por una inundación, pero en una carta le preguntaron a su hijo si su flamante esposa era tan gorda como decía la gente. “Muco más -respondió Eglogio-. Llevamos ya dos meses de casados y todavía no acabo de recorrerla toda”.

La señora de don Languidio Pitocáido comentó: “Mi marido y yo tenemos cama de agua. Yo la llamo ‘el Mar Muerto’”.Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, le preguntó a un amigo: “¿Te gustaría tener uno de esos tapetes que dicen ‘Bienvenido’ y que se ponen frente a la puerta de la casa?”. Respondió el amigo: “Sí me gustaría”.”Pues ve por el mío -lo invitó Capronio-. Te lo regalo”. Quiso saber el otro: “¿Por qué te deshaces de él?”.

Explicó el majadero: “Mañana llega mi suegra a mi casa, y no quiero que se forme ideas”. Dulcibella, muchacha en flor de edad, le planteó una inquietante pregunta a su mamá: “Mami: ¿qué preferirías que te dijera el médico de la familia? ¿Que estaba yo embarazada o que había enfermado de gravedad e iba a morir?”. “¡Qué preguntas haces! -exclamó la señora, desconcertada-. Claro que preferiría que estuvieras embarazada. Y rezaría mucho para que no enfermaras”. “Qué bueno que lo dices, mami -se alegró Dulciflor-. Tengo el gusto de comunicarte que tus oraciones han sido escuchadas. No estoy enferma. Estoy lo otro”.

Quizá en algunas partes se conserva aún la antigua usanza de quemar judas el Sábado de Gloria. Los tales judas, llamados con ese nombre por el apóstol que traicionó a Jesús, eran monigotes con la figura de alguien a quien el pueblo detestaba. Se colgaban en las esquinas y se les prendía fuego como símbolo de venganza popular. Deberíamos hoy quemar judas con las figuras de la corrupción, la impunidad y la ilegalidad. Ciertamente sobran personajes que las representen. Don Valetu di Nario, señor de edad madura, fue con el doctor Ken Hosanna y le confió su problema: había perdido por completo su ímpetu amoroso. El facultativo le entregó un pequeño frasco que contenía un centilitro de las miríficas aguas de Saltillo. “Son el más poderoso afrodisíaco que el mundo ha conocido-le informó-. Una sola gota basta para poner en aptitud erótica incluso a un monje cartujo de 100 años de edad. Pero tómelas con cuidado, pues tienen un efecto sumamente rápido”.

Se fue el señor Di Nario muy contento. Habían pasado sólo unos minutos cuando sonó el celular del médico. “¡Doctor! -le dijo exultante don Valetu-. ¡Las miríficas aguas que me recetó son extraordinarias, fantásticas, sensacionales! ¡Me tomé unas cuantas gotas y el resultado fue inmediato!”. “¿De veras? -preguntó el facultativo algo sorprendido por la inusitada rapidez de los efectos. “¡De veras! -confirmó el señor, feliz-. ¡Y si no me lo cree pregúntele a su recepcionista!”. FIN.

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