Sesgos
 
Hace (37) meses
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Poder conservador (INE) vs Alteza Serenísima (AMLO)
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El sesgo es producto de la normalización, la normalización, a su vez, es producto, en las más de las ocasiones, de la forma en que estamos acostumbrados a mirar el mundo. Esa forma en la que abordamos la realidad y la asumimos en aquello que consideramos no debe cambiar, no se debe transformar.

El carácter de los sesgos puede ser explícito. Cuando hablamos de sesgos explícitos, hablamos de aquellos que están relacionados de manera directa con la cultura, con la forma en la que una sociedad aborda tal o cual tema. El racismo, la violencia hacia las mujeres, entre otros.

Hay, sin embargo, sesgos implícitos, los que están vinculados a la forma en que nosotros, en lo personal, miramos el mundo. Donde normalizamos lo que nos resulta familiar y común. “Entonces los sesgos son estas inclinaciones que nos van a empujar a normalizar y a volver anormal o raro distintas cosas, dependiendo de cuán cercana es nuestra experiencia a eso”, dice Marco Avilés de Centro Knith.

Cuando hace referencia a nuestra experiencia, lo hace pensando en esa manea que hemos internalizado un hecho y cómo se manifiesta ante algo que se considera inadecuado, escandaloso o extraordinariamente inaceptable, aun cuando esta postura, pueda significar para él o los otros, discriminación, exclusión, normalización de un hecho, entre muchos más.

Hay una mirada sesgada cuando abordamos los movimientos sociales y sus actos, actos que desde nuestra normalidad son erróneos, inconcebibles.

En medio ambiente sucede lo mismo. La normalidad en el consumo, en el uso de los recursos naturales, en la descarga de contaminantes, en lo que consideramos bienestar y estatus, aquello que aseguramos nos hace bien y no logramos comprender cómo puede ser perjudicial para el entorno.

Esa normalización hace que las cosas que atentan contra el bienestar y la salud de las personas, además de medio ambiente, sean mencionadas una y otra vez como necesarias y aceptables.

Ejemplos de ellos hay muchos. Sobresale uno,por su permanencia en el tiempo, por su constante denuncia.

Tula, de muchas maneras, Tula, representa una visión sesgada de los gobiernos involucrados en su desastre, en la forma en que se ha ido deteriorando entre las palabras y los discursos que la observan.

Hoy mismo, la búsqueda de “reconfigurar” el río Tula para que pueda recibir mayor volumen de agua residual proveniente de la Ciudad de México, habla de cómo se mantiene y defiende esa destrucción que, para el gobierno de Hidalgo, el de la Cdmx y el propio gobierno federal es necesaria, en ocasiones hasta benéfica.

Si volvemos el rostro hacia la capital del estado, será fácil identificar el desarrollo urbano desordenado y condicionado por los intereses de carácter político o económico como el mal necesario de su cotidianidad.

La normalización de la urbanización irregular o la autorización indiscriminada de fraccionamientos o edificios habla de la manera ligera con que se aborda el futuro de la capital, al menos en materia de agua, gestión de residuos y biodiversidad.

Hay acciones que muestran la forma sesgada en qué se abordan los problemas y la forma tramposa de construir soluciones y respuestas solo en el discurso.

Normalizar la destrucción ambiental, poner en riesgo el futuro y la viabilidad de la entidad en función del progreso, es creer que en medio del desastre existe comodidad y bienestar, que en medio de las afectaciones a la salud existe la felicidad.

Marco Avilés asegura que, “según cada una de nuestras realidades, podemos ir más o menos viendo, traduciendo qué cosa puede significar esto”, sobre todo cuando está en riesgo la integridad de la persona y con ello de la comunidad.

Romper con esa manera sesgada de abordar la realidad, también implica que podamos construir políticas públicas que puedan ir más allá de la simple coordinación entre niveles de gobierno y que den respuesta precisa a cada problema.

Políticas que, más que brindar popularidad a quien encabeza la administración, del nivel que sea, resuelvan problemas y ponga, verdaderamente, al pueblo por delante.

Políticas y acciones que apunten al desarrollo, bienestar y futuro y no a la chicanería como método de gobierno.

Es tiempo de no seguir normalizando la mala forma de hacer gobierno, la mala manera de legislar.

Porque normalizar la destrucción del ambiente y la salud de las personas es la muestra más palpable de cómo sesgar el acto de gobierno.

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