Semana Santa en San Miguel Cerezo
 
Hace (24) meses
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Trece años de labor periodística de Criterio
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Don Mariano Iturría, párroco del templo de Nuestra Señora de la Asunción, fue uno de los mayores impulsores en la restauración del vecino santuario de San Miguel Cerezo, el libro de fábrica de su reconstrucción que obra en el Archivo de la parroquia, levantado entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, da constancia del gran esfuerzo realizado para dejarla en condiciones de culto.

A muchas prestezas acudió el padre Iturría, para conseguir arreglar aquella vetusta construcción; primero restauró la bóveda y luego procedió a desnudar las paredes humedecidas, por los escurrimientos sufridos a lo largo de un buen número de años, en esto estaba cuando los fondos se acabaron.

Las limosnas, diezmos y otras aportaciones de los habitantes de aquel pequeño poblado, fueron insuficientes, pues sus habitantes en su mayoría mineros, eran gente de muy bajos ingresos, dado que muchas minas habían cerrado por aquellos años.

Fue el vicario que laboraba en la parroquia, tal vez el presbítero Mariano Matamoros, ideó conseguir recursos para la reconstrucción del santuario, mediante la celebración de un Viacrucis Viviente durante la semana santa de aquel año de 1799, que aprovecharía la escenografía natural que rodea al pueblo con lo que se daría mayor realismo a la representación.

Se procedió entonces a invitar todos los fieles de la porción norte de Pachuca, a efecto de que acudieran a esa ceremonia, alrededor de la que se organizarían en unión de las cofradías de María Santísima, el Santo Rosario y la de la Sábana Santa, una serie de entretenimientos para los visitantes, tales como la instalación de puestos de alimentos, arreglados a la obligatoria vigilia, pabellones expendedores de aguas frutales, sitios dedicados a la venta de cirios, candelas y veladoras, así como de estampas y textos religiosos.

Semana Santa en San Miguel Cerezo

El párroco Iturría, convocó a los habitantes de San Miguel Cerezo, a fin de repartir responsabilidades y elegir a quienes intervendrían en la santa representación del viacrucis. En menos de una semana se echó andar la organización de aquella celebración. El párroco solicitó a su vicario se encargara de los ensayos y a doña María Revilla, de la distribución de responsabilidades para la vendimia.

Todo marchaba muy bien, hasta que una semana antes, precisamente el Viernes de Dolores, Melquiades Hondo, quien se iba a desempeñar como Simón Cirineo, cayó enfermo de gravedad y se determinó que no podría intervenir en el viacrucis. Don Mariano, se levantó muy temprano el lunes y después de celebrar la misa, de 6 de la mañana, partió a San Miguel Cerezo, para resolver el problema.

Muy alto estaba el sol, cuando el sacerdote y algunos de los organizadores de la ceremonia religiosa, llegaron a la vivienda de Hilario Arciniega, un hombre de escasa estatura, tez morena, picada por una viruela mal cuidada y el escaso pelo ya encanecido por la edad. Con gesto de pocos amigos Hilario, escuchó la invitación que le formuló el cura y de inmediato la rechazó, ¡Yo no creo en esas cosas les dijo!, además, soy el menos indicado para representar al santo ese que “astedes dicen”!

El párroco no escatimó tiempo para convencer al elegido, hasta que finalmente accedió a cambio de que le regalaran la ropa que necesitaría, misma que quedaría como suya para usarla en las labores del campo de las que vivía cotidianamente.

Asistió Hilario a regañadientes a los últimos ensayos, no hizo conversación con nadie, se concretó únicamente a seguir las indicaciones que le proporcionaron sobre la manera en que debería conducirse y al terminar se marchaba sin despedirse ni cruzar palabra con nadie, era en realidad como dijo la señora Revilla un individuo raro, muy raro.

Llegó por fin el día de la representación, el viernes santo del 1798. Poco después de las 11 de la mañana dió inicio el Viacrucis viviente, el pueblo de Cerezo, se vio materialmente invadido de fervorosos fieles, que ocuparon la calle principal del poblado desde la entrada del Camino Real hasta el templo.

El hombre que representaba a Cristo, cargó con la cruz después de la condena de Poncio Pilatos. Vino la primera caída y el Cristo aquel padeció para levantarse, pues la cruz pesaba más de lo imaginado.

Cuando en la quinta estación, se acercó al lugar donde Hilario representaría al cirineo, el actor primero le miró con una profunda compasión que nunca antes había sentido por nadie, declaró más tarde, luego con todo comedimiento, cargó con la cruz, pero he aquí que uno de los soldados, siguiendo las instrucciones de la escenificación, simuló golpear al Cristo, Hilario lleno de cólera, olvidándose que era una representación un tanto teatral, se abalanzó sobre aquel individuo y empezó a golpearlo hasta que le dio muerte.

Los asistentes pensaron que aquello era parte de la representación, hasta que alguien gritó, ¡está muerto! refiriéndose al soldado que yacía en el suelo sin vida. Entonces todo se convirtió en confusión, Hilario fue aprehendido y llevado ante el alcalde mayor, en tanto que el Viacrucis viviente terminó abruptamente, los feligreses desconcertados se retiraron y el padre Iturría dio por terminada la dramatización.

No hubo dinero para continuar la restauración del templo y por muchos años, el arzobispo de México, prohibió que se hicieran este tipo de representaciones en Semana Santa. Hilario fue condenado a 20 años de prisión, pero a partir de aquel sucedido se hizo creyente de la fe católica hasta su muerte.

La placa que ilustra esta narración corresponde al canino Pachuca San Miguel Cerezo en 1909, a la altura de las minas de San Rafael y Camelia.

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