Reír o llorar
 
Hace (70) meses
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Nunca imaginé que la pesadilla vivida unos minutos antes por el temblor continuaría con el segundo debate presidencial transmitido desde Tijuana el domingo pasado. ¡Qué tormento! ¡Cuánta mediocridad! El formato era pésimo, rígido y nada natural. Los conductores Yuriria Sierra y León Krauze actuaban con agresividad hacia los candidatos, los interrumpían constantemente, se hubiera dicho que su único objetivo era lucirse ante las cámaras. Es cierto que hubiera podido cambiar de canal. No lo hice, pensaba que de pronto surgirían propuestas interesantes, por alguno de los cuatro candidatos, pero entre más corría el tiempo de la emisión, más la encontraba ya sea para reír o para llorar. Se trataba de un debate pre-si-den-cial, y por primera vez con público presente, no era una mesa redonda donde se discutirían temas banales. Se trataba de un debate sobre México y el mundo, no una discusión entre cuatro individuos lanzándose cacayacas callejeras. Permítanme compartir con ustedes mis percepciones de cada uno de ellos. Analizaremos su lenguaje corporal, su “look”, pero sobre todo, su desempeño. Andrés Manuel López Obrador: es evidente que al candidato no le gustan los debates, no les da importancia y no se siente cómodo en ese ambiente. De ahí que no se prepare con anterioridad. Además, para qué lo haría si está tan arriba en las encuestas. Su actitud es de una soberbia y desprecio por ese ejercicio que se diría que les está haciendo el favor al ir. Está ahí a la fuerza. Si fuera por él, en esos momentos estaría pegando, con su hijo, estampitas de Panini. No podía haber ido más desaliñado a un evento en el cual sería visto por millones de espectadores. Se veía abotagado y sus ojos parecían más pequeños que de costumbre. Estaba despeinado, las mangas de su saco eran demasiado largas, le cubrían la mitad de sus manos. No tenía buen semblante, parecía desvelado o que algo la víspera le había caído mal al estómago. “Canallita”, “farsante”, “la mafia del poder”, repetía López Obrador una y otra vez con un rictus muy desagradable. De repente, el candidato quiso hacer un chiste contra Anaya, “voy a cuidar mi cartera, se me está acercando mucho”, dijo a la cámara. En seguida, cruzó los brazos al mismo tiempo que hacía una “carita” semejante a las que hace su pequeño hijo Jesús cuando se encuentra en público. A partir de ese momento me empezaron a llegar muchos tuits: “Mezcla de masculinidades tóxicas y provincionalismo. Me da vergüenza y tristeza”. “Parece pleito de cantina. Anaya y AMLO estuvieron a punto de irse a golpes físicos”. “Es el nivel político en México. Chafisísima”. “Un desastre… moderadores y candidatos. Vi una hora y me fui a dormir”. Las propuestas de López Obrador en relación a Trump y a los inmigrantes resultaban pobres y mediocres. Para AMLO el mundo no existe. Ricardo Anaya: el candidato del Frente me gustó y no me gustó. Me gustó que no perdiera el temple ante los ataques de sus contendientes, que debatiera con libertad y que sostuviera sus argumentos con absoluta contundencia. En seguida se percibe que tiene sus ideas muy ordenaditas. No me gustó que recurriera tanto a los libros publicados de AMLO y leyera citas. No me gustó que sacara a relucir la revista Proceso como prueba de algo que no entendí. No me gustó su habitual sonrisita sardónica. Su lenguaje corporal oculta algo. Su traje, un poco “demodé” parece comprado en barata y su camisa blanca se ve que tiene muchas lavadas. Se debería cambiar de anteojos. Ninguna de sus propuestas me impresionó. José Antonio Meade: como de costumbre, fue el mejor preparado de todos acerca del tema. En suma, a mi manera de ver, fue el que ganó el debate. Lo que, sin embargo, resulta muy frustrante, es su renuencia para deslindarse de Peña y del PRI. Si el 99.9% de los mexicanos nos indignamos con la visita de Trump, ¿cómo es posible que Meade no admita que Peña y Videgaray cometieron un error que afectó al mundo al invitarlo a nuestro país después de todos sus insultos y agresiones contra los mexicanos? Eso sí, el candidato se vio más firme, más suelto y fresco. No obstante el entorno lo limitaba. No me gustó la referencia a Nestora Salgado, la prueba es que se le revirtió. El Bronco: el candidato independiente, Rodríguez Calderón, es impresentable. Sus aportaciones al debate estorbaban, irritaban y resultaban más que mediocres. Una tenía ganas de hacerlo desaparecer del escenario. Un debate como el del domingo fue para reír, pero sobre todo para llorar. ¡¡¡Lástima!!!

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