Realmontense pionero del guadalupanísmo
 
Hace (52) meses
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Pronto los pachuqueños, como México entero estaremos celebrando, el 12 de diciembre, un año más de la aparición de la Virgen Guadalupe, fecha en la que inician formalmente las fiestas de fin de año, por ello haremos en un alto en momentáneo en la narración de leyendas para dar atención a los nostálgicos recuerdos relacionados con estas fechas tan importantes y trascendentes para los lectores de Criterio.

Iniciamos con el rescate del padre Francisco de Siles, a quien mucho debe el culto Guadalupano mexicano; nacido en 1614 en el barrio de Escobar en Real del Monte Hidalgo, en el seno de una humilde familia sostenida por la autoridad paterna, un joven minero que laboraba en la mina de Morán. Tras muchos años de estudio Francisco recibió el 8 de Abril de 1845  la borla del doctorado en teología, que le permitió de inmediato convertirse en catedrático de la Real y Pontificia Universidad Novohispana y más tarde, en examinador sinodal, visitador de la misma, después fue gobernador del arzobispado de México y finalmente como calificador el Santo Oficio.

Interesado en el culto guadalupano, muy crecido ya a mediados del siglo 17, Siles se propuso rescatar el hecho de las apariciones, mediante de un muy serio proceso de informaciones, que documentaran aquel acontecimiento sucedido en diciembre de 1531, del  que no se conocían entonces, testimonios directos en razón de haber transcurrido 131 años de aquel suceso.

En primer término, en 1663, Siles solicito a la Sagrada Congregación de Ritos de la Santa Sede, permiso e instrucciones para realizar la información sobre las apariciones, un año después Roma envió la guía para obtener los requisitos de todas y cada una de las pruebas documentales procedentes de archivos, de iconografía y de numismática así como de los testimonios de quienes deberían declarar bajo juramento divino, todo ello debidamente certificado por escribanos.

Para suplir los testimonios de contemporáneos a las apariciones, Siles congregó a un grupo indígenas de Cuautitlán, cuyos padres, tíos o abuelos, por edad, habrían conocido a Juan Diego y a Juan Bernardino –su tío– en tanto que de otros se obtendrían noticias precisas de fray Juan de Zumárraga, el primer arzobispo de México a quien toco recibir el informe de las apariciones.

Las puntuales instrucciones para la recepción de ñas pruebas llegaron a principios de 1666, en cumplimiento de las cuales  Siles, formuló de manera minuciosa nueve preguntas, formuladas por igual a todos los testigos, sometidos primeramente a juramento “sagrado” ante una imagen de Cristo crucificado y en seguida la estrecha vigilancia de un tribunal compuesto de cuatro comisarios, los canónigos del cabildo de la Catedral, el deán Juan de Poblete, el chantre Juan de la Cámara, el tesorero Juan Díez de la Barrera y el vicario general, Nicolás del Puerto, a quienes se unió como secretario de actas el bachiller Diego de Villegas y el escribano apostólico y público, Luis de Perea, el notario Juan Romero habilitado por la Real Audiencia, el juez examinador de testigos, presbítero Antonio de Gama, y cuatro expertos en lengua náhuatl, Benito de Gama, Pedro Fijón, Juan de Ávalos y Lorenzo Velázquez, quiénes servirían como intérpretes.

Un total de 21 testigos, respondieron a las preguntas, 8 fueron indígenas de  Cuautitlán, cuyas edades oscilaban entre los 80 y los 115 años de edad, en cuyas declaraciones manifestaron haber crecido conociendo de primera voz aquel suceso, el resto de los deponentes, fueron vecinos de la ciudad de México, quienes testificaron, sobre el crecimiento del culto guadalupano, entre indígenas y nobles, españoles, criollos, mestizos e indígenas, quien testificaron sobre culto a la tilma milagrosa en la que se estampó la imagen de la Santísima Virgen y de cuando esta fue enmarcada y subida al altar del santuario primitivo, asi como de otros pormenores que mucho coadyuvaron a esclarecer aquel fenómeno religioso

Concluidas las informaciones el Padre Siles las envió a Roma por conducto de los  padres Francisco García de Figueroa y Andrés García, aunque envió también una copia de la documentación a su amigo Mateo Bicunia Canónigo de Sevilla, quien a su vez las remitió a su corresponsal en Roma, sin saber que éste no estaba en España, por enfermedad. No obstante la documentación se extravió en el mundo de papeles que recibía la Santa Sede.

Siles murió el 27 de Septiembre de 1670, poco después de haber sido nombrado Arzobispo de Manila en las Islas Filipinas, sin saber del destino de su trabajo en la Santa Sede, para su desgracia las interesantes informaciones quedaron en el olvido, hasta que el 11 de diciembre de 1720, al arreglar la documentación del archivo arzobispal, se encontró el cuaderno original de los testimoniales de Siles, el que de inmediato remitió a Roma el arzobispo José de Lanciego y Eguilaz, acompañado de otras probanzas, que sirvieron para que más tarde para que el Vaticano decretara las apariciones como hecho histórico y reconocido por la iglesia  católica, ampliamente respaldado por documentos como el Nicam Nopohua, atribuido por don Carlos de Sigüenza y Góngora y al cultísimo indígena  Antonio Valeriano, quien como contemporáneo de aquel suceso escribió esta obra, en la que dio a conocer de manera directa la aparición de la Morenita del Tepeyac al indio Juan Diego. Sin embargo deber recordarse al pionero de tales estudios el realmontese Francisco de Siles, quien inició el rescate de aquel acontecimiento fundamental de nuestra historia.

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