Como en los buenos tiempos y como no ocurría en los últimos dos años, la familia priista tuvo la oportunidad de reunirse para mostrar que ante todo ellos siguen siendo los mismos. Vistiendo sus mejores galas, ahí estaban los mismos, cumpliendo con el código no escrito, de acudir al llamado de sus lideres.
Y en verdad siguen siendo los mismos. La misma convocatoria, aunque con menos asistentes, las mismas porras, la misma banda, la misma manifestación de algarabía con los tradicionales cohetones.
Quizá un poco más actuales echando mano de los comediantes de moda para amenizar los eventos, esos que son barrio y que les gustan a las fuerzas vivas del partido.
Afuera del auditorio al aire libre, ese que ya extrañaba a las grandes multitudes y el clásico griterío y que permaneció en silencio por la pandemia, nuevamente cobró vida, porque llegó el gran día
Estrenando chalecos nuevos con el rojo tradicional sinónimo de poderío, de enjundia, se encontraron los chavos y la vieja guardia.
En la gradería iban las porras, las enormes pancartas donde pasaban lista las organizaciones.
Desde ese lugar ya estaban listos los jóvenes con sus tambores para vitorear a quien les había pagado y también estaban esos gritones que nunca pueden faltar en tan bonito convivio, capaces de mencionar a todo pulmón a su personaje favorito.
Fue así como el legendario partido, con todos sus achaques y malestares, propios de 90 años de estar al frente changándole, convocó nuevamente a sus huestes para, en compañía de sus dirigentes, darle el apapacho al nuevo líder que se encargará de conducirlos por el nada fácil camino de la próxima elección que ya tienen en puerta.
En la sección VIP estaba la crema y nata del priismo, esos que, en la historia reciente de Hidalgo, han defendido con uñas y dientes la hegemonía del partido.
En esta convocatoria no cabían los remilgos. Y ahí estaban casi todos, exgobernadores, ex presidentes del partido, diputados y exdiputados, senadores y ex senadores, todos con un gran propósito, mostrar músculo y unidad, “disciplina” y unidad, “lealtad” y unidad, “institucionalidad” y unidad.
Y mientras discursos iban y venían, llamando una y otra vez a la unidad, tras bambalinas, el vendedor lograba reunir a más simpatizantes con sus bolsitas de chatarra, lo cual demostraba que, pase lo que pase, somos un pueblo chicharronero.
No era para menos, a muchos de los invitados de segunda, esos que llegaron hasta la sede del Colosio, en combis o en camiones de pasajeros y había representado un viaje de varias horas desde sus comunidades, esos estaban con la panza de farol, porque el lonche estaba previsto hasta después del evento.
Así que para calmar la tripa que mejor que una fritura con un chesco y unos cacahuates garapiñados o unas pepitas.
Y los discursos seguían y seguían.
El llamado a la institucionalidad, a la disciplina, a la lealtad, caía en vacío. Los actores principales, esos que, ya estaban más que listos para recibir la anunciación de que eran ellos, tuvieron que aguantarse las ganas, cuando menos por el momento.
El conclave previo de los gurúes al parecer no había llegado a un consenso.
En la memoria colectiva aparecían las frases de “no se hagan bolas”, “que no se desboquen los ánimos” y todos esos recursos con los que los encargados de tomar la decisión intentan aplacar a las y los iluminados.
De nada valió el relato de experiencias pasadas, con o sin la anuencia, los que se sienten con derechos ya están en campaña.
Espero sus comentarios. Fb: bertha alfaro
