Preludios
 
Hace (36) meses
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Para Marifer y Denisse, por la tarde de ayer

1: En qué momento el amor sensato y natural se convierte en pesadilla e insomnio; en qué momento dejamos de ser nosotros y nos crecieron garras y nos salió espuma por la boca y dejamos que el insulto se postrara en las habitaciones donde antes había rosas y cenas con velitas y mensajes de buena noche. Nos hemos dejado caer y nos amarramos las manos y nos tapamos la boca y un trapo en los ojos nos evita darnos cuenta que nos alejamos del camino de la felicidad; fue un suicidio brutal combinado con el asesinato magistral de los cientos de instantes donde reímos a carcajadas; dejamos de ser nosotros carajo, teniendo la mesa puesta: los tíos, los abuelos, las casas, los negocios, los viajes, el respeto, el amor por lo que hacemos, el deseo de ser padres, las herencias pactadas, los alimentos en la mesa; el café, los proyectos mencionados; pero no te gusta la facilidad en el amor y buscas personas que no necesitas, te mueves en el filo de una navaja y a mí me espanta la sangre y las cicatrices, no te he olvidado, pero he decidido no ser parte de la vida que llevas en este momento, no me interesa una amistad “eventual” ni me interesa saberme castigado, yo actué con principios, tú fuiste la versión más triste de la mejor mujer que he conocido, y los amores perdidos no son amores, hasta encontrarse.

2: Transcribo un texto de Alejandro Páez Varela intitulado: “Algo sobre el preludio”. Debimos entender desde el principio que los fuegos pirotécnicos, las escalas y los arpegios son inherentes a los preludios. Que hay música en los desencuentros. Que los desfases y las aparentes descoordinaciones son fugas necesarias que repelen y atraen y repelen y finalmente funden esas cuatro manos en una sola melodía. No lamento haberte conocido. Me da pena porque no fuimos sabios con el tiempo. Porque no pudimos esperar a que llegara nuestro andante o nuestro allegro; porque nos malgastamos en los contrapuntos. Me da pena porque nos graduamos en la escuela de los que archivan los rencores. No debimos hacerlo. Fuimos ocupando las cinco paralelas del corazón con notaciones amargas hasta que abandonamos la orquesta: al tararear un segundo movimiento, sin saber que habíamos vencido, nos apresuramos a sentirnos cansados, y los cansados dicen adiós. No me quejo, pero no me dicen nada –aunque finja– las arboledas; no me cantan los silbatos del afilador; no me espantan los ladrones del barrio ni las noticias de los últimos días sobre el deshielo de los polos. No me mueven ni el viento ni las ganas de salir corriendo. El mundo puede irse a la derecha si quiere, y no me sorprende porque las aventuras y el progreso, la música de sintetizador y los gobiernos perfectos, las letras suavecitas y los ateos o cristianos o musulmanes o judíos me tienen sin cuidado. Imagina: lo más entretenido en estos días es regresar a la estufa esa olla en la que preparo un caldo con tus recuerdos. Hasta hace poco, cada tarde salía a las calles y me sembraba en el piso. Sacaba un puñado de clavos y remachaba mis pies en la banqueta. Si al segundo día me esperaban cien personas, a la semana eran hordas que aplaudían y gritaban y lanzaban monedas o hacían piruetas. La tarde en que no me presenté se comentaron pocas cosas. Y aunque me conocían y sabían donde vivía, no me obsequiaban siquiera una mirada si me encontraban; por casualidad, en el mercado, la tintorería o la tienda. Así aprendí que la tristeza no se expone al sol, no se vuelve espectáculo porque llegan las moscas. Aprendí que los muertos no provocan siquiera la compasión de los sepultureros. Desde entonces la paso en este encierro pensando en lo que hicimos, en cómo dejamos que nos ganara el cansancio. No fuimos sabios con el tiempo. Nos ganó un preludio y, como novatos, decepcionados, nos retiramos del concierto. No lamento haberte conocido. En todo caso, lo juro, lamento haberme quedado con tantos recuerdos.

3: Escriban sus comentarios, críticas y más críticas y nada de elogios a: [email protected] twitter: @Vidal_Evans

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