Hay una serie de incendios forestales en el estado, entre ellos, el más grave, el más severo, es de Nicolás Flores los daños para la población y para el ambiente aún no han sido cuantifi cados por la autoridad ambiental, aun cuando ya han dejado entrever alguna información.
Se habla de daños en al menos cuatro comunidades y en más de cien hectáreas, se han enviado a albergues temporales a 60 familias que han perdido todo. Uno de los datos faltantes es en torno a la cantidad de fl ora y fauna que se ha visto afectada por este y por otros incendios.
Este será un estudio que la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales del gobierno federal y estatal deberán realizar en próximos periodos.
Es una necesidad empezar a ver los incendios forestales desde una óptica diferente, para poder hablar de ellos de una manera verdaderamente útil de estos eventos.
Las defl agraciones nos han acompañado de manera ineludible en lo que las autoridades ambientales de México denominan la temporada de incendios.
Ese espacio temporal en el que se presenta el mayor número de incendios forestales, y donde la autoridad hace, según sus propios informes, los mayores esfuerzos por controlarlos.
Si hacemos una revisión en torno al tema, cada año las autoridades ambientales nos informan sobre el número de hectáreas afectadas por el fuego, argumentan sobre las posibles causas y su deseo de que el siguiente año sea diferente.
Si, por alguna circunstancia, los incendios son menores y los daños también, las autoridades aseguran “llenaos de júbilo que este año no hemos perdido una gran cantidad de hectáreas y que, bueno, el fuego, se ha comportado a la altura en ese periodo”.
Ambas circunstancias nos hablan del fatalismo y el conformismo con el cual las autoridades se enfrentan al incendio forestal; tal pareciera que hablamos de algo ineludible, algo que sí o sí, se presentará por más esfuerzos que hagamos para evitarlo.
Aun cuando los que dicen saber aseguren que el fuego es un factor de degradación y de benefi cio ambiental y hasta social y económico, en el caso de México sería totalmente discutible tal afirmación y eso la convierte en una afi rmación más alejada de la realidad que dicen analizar.
Para que el fuego sea un elemento degradador, basta con que se presente; sin embargo, para traducirlo en un benefi cio ambiental, social y económico es necesario mucho más que una declaración en tal sentido.
Ahí es donde las políticas públicas hacen su aparición y, en este caso, las tales no son muy claras ni muy conocidas. Pero, ¿es válido hablar de políticas públicas sobre incendios forestales? Sin lugar a dudas que sí, de hecho, la única manera de hacer que el fuego sea un benefi cio ambiental, social y económico, es a través de una política ambiental.
En el caso de los datos, podemos encontrar que entre el 37 y el 40 por ciento de los incendios forestales son resultado de las quemas agropecuarias, mismas que son parte de las actividades que durante décadas se han señalado como inadecuadas; sin embargo, poco o nada han logrado para modifi carlas, resultado, quizá, de esa gran distancia que el gobierno ha construido entre su administración y los ejidos y comunidades indígenas.
Entre las cosas que, por política ambiental, entiende la administración gubernamental, está el dar datos y algunos son atroces; por ejemplo, cuando habla de incendios forestales, afi rma de manera categórica, que el 97 por ciento de los incendios forestales son producidos por el hombre y solo un 3 por ciento se deben a causas naturales.
Atroces porque con una frialdad cercana al cinismo aseguran el número de incendios forestales, pero no analizan el impacto que esta realidad genera en programas como, por ejemplo, la estrategia de cambio climático y la estrategia de biodiversidad.
La pregunta es ¿cómo se concatenan las políticas de cambio climático, conservación e incendios forestales? Hoy es importante hablar de políticas vinculadas, de tal manera que la aplicación de una tenga como resultado el logro de objetivos y metas de otra.
De esta manera las políticas públicas de medio ambiente se encontrarían articuladas de manera tal que su aplicación sería armónica.
Por ejemplo, ¿qué papel juegan los bosques y selvas en el manejo del aumento de los gases de efecto invernadero? Este problema que es “derivado de actividades humanas y particularmente la emisión de dióxido de carbono (CO2), es la causa principal del cambio climático”, se asegura en el documento de la Comisión Intersecretarial de Cambio Climático.
En el mismo documento se asegura que “los ecosistemas forestales son uno de los principales sumideros mundiales de carbono por su capacidad de capturar el CO2 atmosférico, mediante el proceso de fotosíntesis y almacenarlo durante largos periodos de tiempo”.
Sin embargo, cada año se suman en el país no menos de 42 mil hectáreas de bosque a los procesos de degradación forestal del país, de tal manera que la afi rmación hecha por la Comisión Intersecretarial de Cambio Climático se queda en eso, en una afi rmación o, en el peor de los casos, en una queja frente a la incapacidad de construir una verdadera política pública en materia de incendios forestales.
Es importante atender los incendios forestales, pero es fundamental dejar de lado la visión de catastrofi sta de esperar a que se presenten para atenderlos, se vuelve imperioso construir propuestas de prevención. Se puede hacer.
El primer paso está en poder determinar las zonas de mayor incidencia y prevalencia de incendios durante las temporadas, tener memoria del fuego para poder combatir el fuego.
Gobernanza ambiental le llaman los que aseguran que saben y cada día demuestran incapacidad para entender e incompetencia para actuar.
