Pescador pescado
 
Hace (14) meses
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Juan Villoro
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Los peñascos que rodean la Isla de Chiloé están habitados por las singulares especies del frío. Entre ellas destacan dos variedades de pingüinos con apellidos de exploradores, el Magallánico y el Humboldt. Menos conocido es el cormorán, o “cuervo de mar”, ave oscura con un pico similar al del pelícano que se sumerge para pescar a gran profundidad gracias a que su plumaje no es impermeable y aumenta de peso al mojarse. En China y Japón se le ata un cordel al cuello para que no pueda tragar su presa y la deposite en manos de un “pescador”. Creyendo que se alimenta, el cormorán trabaja para su amo.

Esta conducta no es muy distinta a la del cibernauta que navega en la red sin advertir que sirve a intereses comerciales. Internet surgió como un empeño gratuito y liberador (la época de los cormoranes de pesca autónoma), pero pronto se transformó en un negocio de proporciones insospechadas, logrando que los datos personales fueran la principal mercancía del planeta (la época de los cormoranes con la soga al cuello).

La próxima aventura digital será el metaverso, plataforma inmersiva en la que trabajan varias empresas y que llevó a Mark Zuckerberg a rebautizar Facebook como Meta. Como en tantas ocasiones, la nueva tecnología fue anticipada por la ficción. En 1992, Neal Stephenson publicó la novela Snow Crash; ahí, el metaverso es una realidad alterna de alcance planetario donde la gente lleva una vida digital más intensa que su existencia física y que se encuentra amenazada por un virus. El concepto aludía a una amenazadora distopía; aun así, estimuló a los programadores de la tercera dimensión que ya se habían anotado triunfos con videojuegos.

El éxito de la plataforma Second Life, en la que el usuario es representado por un avatar que asume un destino paralelo y hace negocios en bitcoins, reforzó esta iniciativa. Y el propio Stephenson, que hace 20 años alertó en su novela sobre las posibilidades de construir una tiranía digital con el metaverso, ahora es socio de una compañía para desarrollarlo: Lamina1.

Supuestamente la realidad expandida estimulará la productividad. La precisa simulación del entorno permitirá proyectar sin riesgo edificios, puentes, obras de arte, vialidades, transacciones financieras y cirugías. La experiencia será tan satisfactoria que muchos no querrán salir de ella. El borrador de la vida se convertirá en su versión definitiva. Cada persona podrá disponer de un avatar que la represente en tercera dimensión para participar en fiestas, congresos, cursos, torneos, terapias de grupo o equipos de trabajo.

Por desgracia, el proceso no ocurre en los albores de internet, cuando el oleaje digital no pertenecía al mundo corporativo. Después de la escandalosa venta de datos personales por parte de Facebook no se necesita ser paranoico para temer que el saqueo de identidades aumente de manera exponencial con metaverso.

Lo más grave de la dependencia tecnológica es que no se percibe como tal. Quien busca opciones en la red piensa que obedece a sus impulsos sin advertir que en verdad obedece a un algoritmo. Estamos ante una esclavitud feliz que se confunde con el libre albedrío. Si el cormorán cree que atrapa un pez para sí mismo, el cibernauta cree que domina un medio del que es rehén.

¿Quiénes serán los dueños de metaverso? Cuatro corporaciones controlan el 70 por ciento del tráfico digital. Su valor comercial está tasado en 2.6 billones de dólares, un poco menos que el Producto Interno Bruto de Francia.

Para finales de la década, metaverso generará un mercado de 13 billones de dólares que incorporará a más de 5 mil millones de usuarios. Difícilmente, esa economía seguirá principios comunitarios. La tecnología inmersiva aumentará las posibilidades de vigilancia, propaganda y manipulación de las sociedades. Por ello, Alexandria Ocasio-Cortez, que a los 29 años se convirtió en la congresista más joven de Estados Unidos y que pertenece al ala progresista del Partido Demócrata, advierte que estamos ante “un cáncer para la democracia”.

En 2019, Ocasio-Cortez interrogó a Mark Zuckerberg en su comparecencia ante el Congreso acerca de los anuncios que los políticos pagan en Facebook. “¿Verifican esa información?”, preguntó la legisladora. En la era de la posverdad, el joven magnate respondió con una evasiva.

Los cormoranes digitales pescan con una soga al cuello y, muchas veces, solo atrapan mentiras.

ÁTICO
La dependencia tecnológica no se percibe como tal. El cibernauta cree que domina un medio del que es rehén.

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