Periodista incinerado en el horno crematorio
 
Hace (47) meses
 · 
Compartir:

La misteriosa desaparición en Pachuca del periodista Emilio Ordoñez entre finales de marzo y principios de abril de 1894 dio pábulo a diversas conjeturas que la prensa nacional y local difundieron insistentemente, aunque fue la conseja popular, la que se encargó de maximizar aquel acontecimiento.

En efecto, Narciso J. Fernández, quien llegaría a ser gobernador del Estado –provisional durante la ocupación villista– esbozó en un diario de la época la posibilidad de que Ordoñez, que, aparentemente recluido en la cárcel de la capital del estado, hubiera fallecido víctima de los tormentos a los que fue sometido por la Policía, que al darse cuenta de su muerte trasladó el cuerpo subrepticiamente al horno crematorio, inaugurado por el gobernador Rafael Cravioto apenas unos días antes, el 17 de marzo, donde supuestamente fue incinerado.

El horno al que se refería la nota de Fernández se había construido en las faldas del Cerro de la Cruz, sobre el camino al rancho de Las Palmitas, a petición del doctor Nemorio Andrade –presidente municipal de Pachuca entre 1893 y 1896– a fin de aliviar el grave problema que representaba sacrificar una gran cantidad de bestias de tiro, cuando, inútiles para continuar en el trajín de coches, tranvías o en los diversos menesteres de las haciendas de beneficio eran sacrificadas y abandonadas en terrenos baldíos o la orilla de los caminos, con la consecuente molestia e insalubridad que ello significaba.

El horno de unos 5 metros de altura, construido en piedra y ladrillo rojo, era visible en el cruce de los entonces caminos de San Vicente –hoy calle Jaime Nunó– y el del rancho Las Palmitas y, según leemos en los anales del profesor Teodomiro Manzano, se hizo la primera incineración el 17 de marzo de 1894, reduciendo a 4 Kilos y medio de ceniza el cuerpo de un caballo, con lo que, a decir de este cronista pachuqueño, el horno mostró sus bondades.

Cuando días más tarde, el 2 de abril, Emilio Ordoñez desapareció de la cárcel de Pachuca, donde permanecía recluido, como presunto responsable de haber asesinado, en contubernio con su hermano Francisco, al señor Manuel Escamilla, pariente de un afamado político del gobierno local, en un punto cercano a Pachuca, denominado La Rabia, se soltaron todo tipo de rumores, que fueron esparcidos por la prensa de la Ciudad de México, asegurando que Ordoñez había sido asesinado por ordenes del gobernador Cravioto y luego había sido incinerado para borrar todo rastro.

El periódico oficial del 1 de mayo de 1894, dedicó su editorial al asunto, señalando que Emilio Ordoñez, después de haberse fugado de la cárcel de Pachuca la madrugada del 2 de abril de ese año, se fue a refugiar en un rancho de Chicontepec, Veracruz, donde, se supo, fue muerto por un indígena, cosa que a la larga no fue comprobada.

Tampoco hubo evidencia de la muerte de Ordoñez en la cárcel de Pachuca y menos aún de su posterior cremación; el suceso resultó por todos lados inverosímil, pues ni los amigos ni los familiares de Ordoñez ofrecieron pruebas fehacientes de ese hecho. De modo que ambas versiones resultaban poco creíbles, debido a lo cual la conseja popular se encargó de difundir diversas versiones fantasiosas, pues donde la historia no es clara, la leyenda surge.

Lo cierto es que la misteriosa desaparición de Ordoñez fue la gota que derramó el vaso: don Porfirio Díaz tenía informes –que nunca comprobó– sobre una posible deslealtad de Rafael Cravioto, pues había sido avisado de que este almacenaba armas para supuestamente levantarse contra el gobierno, en su natal Huauchinango, por lo qué, pretextando el gran escándalo surgido tras la desaparición del periodista, le retiró todo su apoyo. Cravioto buscó al presidente hasta encontrarlo un día que salía de Palacio Nacional, se trepó a su carruaje y pudo conversar con él un momento, al terminar, se dice, le dijo: “Compadre, me haces esto porque sabes que ya no monto a caballo”, bien sabía el viejo dictador que aquel hombre bizarro y valiente podía ser apoyado por grupos, como los Tenangos, indígenas oriundos de Tenango de Doria, que se distinguieron en la intervención francesa bajo las órdenes del general Rafael Cravioto, por su valerosidad.

Dos años después, llegadas las elecciones para elegir gobernador en el estado, Díaz ordenó que las maniobras militares a cargo del general Lauro Villar se hicieran sorpresivamente en Pachuca. Al llegar los contingentes de soldados a las órdenes de Villar, este acudió a saludar al gobernador, a quien le dijo: “Mi general, tengo órdenes del presidente de manifestar a usted su deseo de que en las elecciones resulte triunfador don Pedro L. Rodríguez y aquí estaré hasta que se cumpla, en tanto debo decirle que mis cañones apuntan a la ciudad, por si hubiera algún fracaso en esta petición.”

Los comicios se celebraron y en desacato a las órdenes de Díaz, Cravioto fue electo nuevamente y, aunque Lauro Villar no hizo sonar sus cañones, otro grupo de militares irrumpió en las propiedades del general en Huauchinango, donde, se dice, encontraron algún armamento y entonces Cravioto fue obligado a renunciar el 30 de octubre de ese año.

Tal es el desarrollo de este capítulo de nuestra historia que, con visos de leyenda, se ilustra con esta placa de finales del siglo XIX en la que puede notarse en primer término al convento de San Francisco y al fondo al Cerro de la Cruz, donde alcanza a divisarse el entonces recién augurado horno de cremación, que aún existe.

 

Compartir:
Etiquetas:
Relacionados
Se dice
/seDiceGift.png
Especiales Criterio
/transformacion.jpeg
Suscribete
/suscribete.jpg
Más popular
Política actual impide el desarrollo: Marivel Solís
Por Gerardo Ávila . 24 de mayo de 2016
Por Gerardo Ávila . 30 de noviembre de 2015
Por Gerardo Ávila . 9 de agosto de 2017
Por Federico Escamilla . 12 de febrero de 2018

© Copyright 2023, Derechos reservados | Grupo Criterio | Política de privacidad