Parábola del pan
 
Hace (47) meses
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Los gobiernos del mundo anuncian recortes a la cultura en nombre de la economía (ser supremo de la teodicea contemporánea). La paradoja es que la gente sobrevive al encierro gracias a la cultura. Desde hace siglos, el esfuerzo de lavar la ropa se supera cantando.

Churchill aseguraba que Gran Bretaña ganó la guerra por no haber cerrado los teatros. Un pueblo que representa Hamlet durante los bombardeos no puede ser vencido. La afición del primer ministro por la pintura y la literatura fue vista por sus colegas como una extravagancia similar a su ingesta de puros y whisky, y tuvo algunas repercusiones imprevistas (el nombre de la banda de jazz-rock Blood Sweat and Tears surgió del más inflamado de sus discursos y la academia sueca perfeccionó su lista de errores al concederle el Premio Nobel de Literatura). La contradictoria y carismática figura del legendario bulldog inglés no dejará de inspirar películas y series de televisión. Más allá de las circunstancias de su vida, conviene rescatar una de sus convicciones: la política carece de sentido al margen del arte. Hace unos días, en una carta al ministro de Cultura de España, el director de teatro Lluís Pasqual recordó una frase de Churchill: “Si sacrificamos nuestra Cultura… ¿alguien me puede explicar para qué hacemos la guerra?”.

¿Tiene sentido salir del encierro en países sin teatros, galerías, librerías o salas de conciertos? Los artistas no parecen prioritarios en tiempos de emergencia. Se les suprimen apoyos, ignorando que la gente necesita gratificación estética. En tiempos desprovistos de grandeza nadie toma una tribuna parlamentaria con el ánimo de Churchill, por no decir con su retórica.

Sin embargo, la crisis se sobrevive gracias a que las personas imaginan. Para salir del presidio mental, unos comparten memes, gifs o tuits, otros recitan poemas, se disfrazan, cantan, conversan por teléfono o Skype, sueñan, escuchan los sueños de otros. Miles de artistas han regalado en línea sus obras de teatro, sus películas, sus libros, sus conciertos. La especie resiste a través de formas de representación de la realidad (eliminadas de los presupuestos públicos como la parte más prescindible de la realidad).

En “El gran inquisidor”, capítulo de Los hermanos Karamázov, Dostoyevski reflexionó sobre el eterno dilema de las prioridades humanas. Iván, el hermano intelectual, cuenta una parábola a Aliosha, el hermano religioso. En el siglo XVI, un viejo inquisidor sevillano vuelve a ver a Cristo y lo apresa porque su regreso pone en entredicho las enseñanzas de una Iglesia que se ha apartado de su prédica. El anciano explica al mesías el peor de sus errores. Cuando oyó la voz de Dios en el desierto, pudo haber pedido cualquier cosa. El Padre Eterno le ofreció concederle pan para toda la humanidad. Así, Jesús podría alimentarla por siempre, controlar su economía, someterla a su yugo. Su respuesta fue desconcertante: “No solo de pan vive el hombre”. ¿A qué se refería? Jesús prefirió promover la libertad, aun a riesgo de que se usara en su contra. Ya en la cruz, pudo haber acudido a un milagro, subir al cielo escoltado por los ángeles, pero no quiso imponer su fe con un truco. La gente debía decidir libremente si creía en él o no. Los milagros y el reparto del pan son coacciones. Iván presenta la historia como un fracaso del cristianismo (un sacrificio inútil en nombre de la libertad); Aliosha lo entiende como un triunfo de la fe sin ataduras. Entre ambos, media otra figura. Dostoyevski sugiere que el pan y la libertad son inseparables. Imaginar que el trigo puede ser horneado y compartirlo son actos culturales. Ponerle precio es otra cosa. En 1929, escribió Federico García Lorca: “No solo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos claman a gritos”. La mitad de nuestra existencia es imaginaria: el sabor del pan depende de la libertad.

La civilización comenzó en torno a una fogata. Los gobiernos del mundo deberían saber que eso sirvió para tres cosas imprescindibles: calentarse las manos, preparar comida y contar historias.

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