Jesús Murillo Karam apenas cumplía los primeros meses al frente del gobierno de Hidalgo cuando se comenzó a filtrar la especie del megaproyecto que traía entre manos: diseñar una nueva ciudad, muy parecida a Brasilia con un aeropuerto internacional como proyecto ancla.
Entre viajes a París y entrevistas con grandes consorcios aeronáuticos, el güero Manuel Ángel Núñez Soto le iba dando forma al proyecto desde su oficina de Desarrollo Económico, allá por 1994.
La disponibilidad de tierras en el valle de San Javier como se identificaba el corredor Pachuca-Tizayuca, abría las puertas a la viabilidad. A cada momento, había promesa de nuevas firmas europeos por invertir y echar andar el aeropuerto.
En tanto, se configuraba el uso de la tierra: tenemos que subir su costo para evitar paracaidismo y zonas pobres, decían. Un gran campo de golf sería desarrollado en los límites con Estado de México, adelante un gran centro de diversiones de corte familiar que ya negociaban con Disneylandia.
Habría áreas habitacionales para viajeros, para empleados de primer nivel, así como para tres capas económicas más. Se proyectaba el asiento de un millón de habitantes en los primeros años con viviendas sustentables.
Un clúster especializado daría logística a la carga traída de todos los puntos del mundo que aterrizarían en una primera pista de 5 kilómetros, capaz de albergar las aeronaves más grandes del mundo, al menos en ese entonces.
Los pequeños ojos de Núñez Soto se abrían como tratando de dimensionar el tamaño del proyecto y como convertir a Hidalgo en una potencia económica nacional del tamaño de Nuevo León, Puebla o hasta la Ciudad de México.
Brasilia era tomada como plataforma de ejemplo, por haberse construido en tiempo récord albergando la aplicación tecnológica de punta para convertirse en una potencia. Eso buscaba Murillo Karam, hacer en corto plazo un emporio en esas tierras que producían cebada de baja calidad por su falta de agua.
Las vías del tren que atraviesan ese valle, fue concebida como la línea por donde correría un monorriel eléctrico de alta velocidad como en Japón, y entonces las escuelas se complementarían con carreras referentes al servicio aeroportuario, a la aviación, la logística y al turismo en el último de los casos.
Al concluir el sexenio murillista, su predecesor Núñez Soto continúo con la promoción en todos los niveles. La urgencia de reubicar el aeropuerto de la Ciudad de México movió los ojos a este proyecto que fue presentado ante estudiantes, empresarios e inversores de todo el mundo.
El monto a manejar movió la ambición de los vecinos del Estado de México y comenzó la rebatinga con su proyecto de Texcoco, ayudado por las negativas del gobierno federal. Ernesto Zedillo vio con buenos ojos a Tizayuca, algo que no compartieron los panistas Fox y Calderón.
Pese a ello, mediante un crédito que seguimos pagando, más de mil 100 hectáreas fueron adquiridas a los campesinos, quienes convencidos del futuro desarrollo las vendieron por unos centavos, borregos, concesiones de taxis, becas para los muchachos, pensiones para los viejitos y muchas promesas más.
En fin, todo pintaba de maravilla, sin embargo, el proyecto se hizo viejo en manos de gobernantes que jugaban los pocos pesos del presupuesto en un albur que nunca ganaron. O al menos, eso dijeron.
Ayer por la mañana, López Obrador inauguró el puerto aéreo construido en dos años, algo que los hidalguenses anhelamos durante 28.
Pero no todo está perdido, el gobernador Omar Fayad nos promocionó como una tierra vecina de buena barbacoa, escamoles y hasta jabalí. Ahora sí, a pastorear y rascarle a los magueyes porque allí está el futuro de las nuevas generaciones.
Nimiedades: ¿Será cierto que van a desmontar el Reloj Monumental? Que para evitar que se lo roben, según dicen en la policía municipal.
