Otro año de campaña
 
Hace (56) meses
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Juro que en cada ocasión que llega el momento de escribir estas líneas, en las últimas semanas al menos, lucho por no tener como eje de mis ideas al presidente Andrés Manuel López Obrador, pero es tan omnipresente, tan reiterativamente mediático y tan decididamente el centro de la política nacional que ni hay forma de sustraerse, analizarlo, juzgarlo y valorar sus acciones. Lo más reciente es el llamado “bailongo” del pasado lunes cuando decidió celebrar el aniversario de su triunfo electoral, en el zócalo, con recursos públicos y los tradicionales acarreos propios de las campañas políticas.

Y ese es el problema con nuestro presidente, que parece no haber entendido que luego de perseguir tantas veces el sueño de ser presidente, el primero de julio de 2018 lo logró, con un triunfo cimentado en 30 millones de votos y una gran ayuda –la haya pedido o no— del peñanietismo, que decidió perseguir, difamar y descarrilar la campaña del único que pudo haber abollado, al menos, ese triunfo.

Parafraseando al expresidente Calderón, AMLO ganó “haiga sido como haiga sido” y tan valioso y legítimo fue su triunfo que todos lo reconocieron, aceptaron y vivimos una transición que de hecho empezó desde el siguiente día de su victoria.

Y uno pensaría que en esa lógica podría entenderse que haya habido errores como señalar que el bailongo-moreno-presidencial era el primer informe de Gobierno, pero no; en realidad fue un acto de proselitismo político que le permitió volver a mostrar músculo e ir entrenando a sus operadores políticos para los procesos electorales por venir, sobre todo para el que vendrá en 2021, donde elegirán de nuevo diputados federales y la continuidad o consolidación del proyecto lopezobradorista.

Y es que sus seguidores, sobre todo los más cercanos, presumen que el pejismo-morenismo está planteado para mantenerse al menos, 30 años en el poder, es decir que plantean mantenerse en la presidencia de la república cinco sexenios, por lo que están replicando el clientelismo del viejo priismo de la dictablanda, donde agolpe de apoyos sociales, de reparto de dinero, esperan crear una lealtad política donde el dinero es la principal razón y factor de cohesión. Porque la información que corre nos habla de despidos masivos, de recortes que rayan en el absurdo, donde los deportistas de alto rendimiento, que se esfuerzan día a día por cumplir con ser dignos representantes de México, reciben apoyos inferiores a los de los programas sociales cuyo único mérito es ser campo fértil de lo que será el voto morenista en los procesos electorales por venir.

Es decir que, en el fondo y trasfondo lo que estamos viendo es a un presidente que prefiere seguir siendo el rostro de un partido político, de propaganda a favor de su partido, que prefiere ser el principal promotor de quienes habrán de ser los candidatos de Morena, por lo que renuncia a ser presidente de todos los mexicanos, porque unos son fifís o el pueblo malo o los de arriba, con lo cual siembra la discordia, la división y el encono.

A quienes celebran el primer aniversario del triunfo de AMLO les digo que en el fondo yo hubiese querido que el 2 de julio del año pasado hubiesen perdido a su candidato y que todos los mexicanos ganásemos un presidente, pero no fue así; aunque muchos de quienes votaron por Andrés Manuel empiezan a desencantarse, su base social no ha perdido candidato, promotor, impulsor de su partido, pero parece que los mexicanos hemos perdido una figura presidencial que sea capaz de representarnos a todos, de cohesionarnos a todos y, sobre todo, que sea capaz de trabajar por todos.

Dirán que Peña Nieto trabajó por una minoría rapaz que se enriqueció a costillas del país, pero nunca sembró los enconos que hoy vivimos; en su gobierno y en los dos sexenios de los panistas había idea, proyecto, responsabilidad y coherencia.

Hoy el proyecto es político y la coherencia existe en función de una visión electoral y un populismo, personalismo y voluntarismo desbordados.

DE LOS ESCRITOS DEL FILOSO FITO
Repetir mil veces una mentira jamás convertirá a esta en una verdad. Convencerse de ella no hará que se transforme la realidad, o que se amolde a lo que quisiéramos. Un verdadero acto de honestidad implica aceptar que no se han cumplido las metas, que el trabajo no se ha hecho; pero defender lo indefendible, con el pretexto de otros datos, basados en la imaginación y la terquedad no es tener otros datos, es querer torcer la verdad y desde allí imponer una realidad inexistente.

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