Opus magna
 
Hace (49) meses
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De acuerdo con Tomás Eloy Martínez, todos los grandes escritores han sido periodistas. Sin embargo, esa parte de su obra suele ser vista como una tarea alimentaria para pagar los macarrones o un boxeo de sombra para enfrentar combates superiores.

Una anécdota de Tomás Eloy ofrece una metáfora del ríspido contacto entre periodismo y literatura. Paco Porrúa, legendario editor de Sudamericana, recibió el manuscrito de Cien años de soledad. El autor vivía en México en estado de heroica pobreza y sólo tuvo dinero para mandar la mitad de la novela. Ante la angustia de separarse de ella y contar monedas en el correo, empacó la segunda parte en vez de la primera. Cuando Porrúa leyó el texto, el desconcertante hechizo de Macondo se acentuó al leer la conclusión antes que el planteamiento. Para despejar sus dudas, quiso conocer la opinión de Martínez, que entonces dirigía la revista Primera Plana.

Quedaron de verse una tarde en que llovía como en Macondo. El cielo era una expansión del manuscrito. Tomás Eloy llegó a casa de Porrúa con los pies empapados, vio hojas en el pasillo y se limpió los zapatos sin saber que pisaba las cuartillas de Cien años de soledad que el editor había dejado caer en su perplejidad lectora. En búsqueda de una noticia literaria el periodista estuvo a punto de destruirla. La escena resume la falsa tensión entre el escritor y el periodista. Sólo por accidente un oficio pisa al otro. Tanto García Márquez como Martínez demostraron que el periodismo es una forma del arte. A esta estirpe pertenece Opus Gelber. Retrato de un pianista, de Leila Guerriero.

La grandes crónicas dependen menos de la realidad que documentan que de la forma en que lo hacen. El lector no mira un bombardeo sino las palabras que lo recrean. Guerriero busca la verdad con un lenguaje concebido como una partitura. Las voces que reproduce hábilmente y los adjetivos con que las califica -lo que silencia y lo que reitera- hacen que sus escenas dependan del ritmo, el tempo que las hace verosímiles. Cuando Debussy le propuso a Mallarmé musicalizar sus versos, el poeta respondió: “Pensé que ya tenían música”. Guerriero entiende el idioma en esa clave. No es casual que se ocupe de Bruno Gelber, virtuoso que ha conquistado las principales salas de conciertos.

La cronista se reúne con el músico de 76 años que ha dado miles de entrevistas y recita su vida como una leyenda dorada. Después de vivir en París y Mónaco, regresó a Buenos Aires para instalarse en el piso 12 de un edificio art decó decorado con teatral suntuosidad. Recibe a la periodista maquillado, ante un barroco despliegue de pasteles. Su entorno (objetos y personas) es un espejo aumentativo de su caprichosa y cautivadora personalidad. Seductor crónico, se dirige a Guerriero como “pichona”, “tesoro”, “maravilla”.

Acostumbrado a hablar de la polio que padeció de niño y reforzó su dedicación al piano, la tiranía de su primer maestro y la soledad del artista, y a evadir su vida sentimental y la comparación con Liberace, artista menor protegido por sus lentejuelas, Gelber está más dispuesto a repetir que a confesar. El mérito de Guerriero consiste en describir esa vida donde nunca faltan chismes de actrices, el mosquito que el pianista se tragó mientras daba un concierto, los palacios en los que ha comido, pero lo hace tras bambalinas, mientras el anfitrión ofrece milanesas, diseña el futuro de un alumno y despotrica contra la modernidad: “si veo una computadora, lloro”. Poco a poco, un monumento adquiere la entrañable e inquietante condición de una persona. Como Lucian Freud, Guerriero sabe que la dignidad de un retrato no depende de la armonía de los rasgos sino de la complejidad que los define.

Alguna vez le oí decir a Alejandro Rossi: “No se le pide la hora al Papa”. La gente singular no pierde el tiempo con minucias. La función rebelde del cronista consiste, precisamente, en pedirle la hora al Papa. El diamante proviene de arenas ignoradas. Opus Gelber logra que una estampa en la portada de un disco se transforme en un ser único y común, querible y demandante, generoso y ávido: excepcional.

El hombre que dedicó su vida a interpretar como nadie a Brahms, Chopin y Bach ha sido interpretado. Opus Gelber es un triunfo del oído. Como el pianista que lleva a la composición a un lugar que parecía inalcanzable, Leila Guerriero lleva la crónica al más alto nivel de la escritura.

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