El concepto de “nueva normalidad” parece que no todos lo entienden o que de plano es tan, pero tan subjetivo, que no alcanza a bajar a los niveles de comprensión de nosotros los mortales.

Quisiéramos entender que la “nueva normalidad” a la que se refiere el Gobierno Federal y a la que nos están empujando a adoptar como nueva forma de vida pudiera representar todo un reto tanto de interpretación como de operatividad, es decir de ponerla en práctica.

Y es que no es sencillo entender esa “nueva normalidad” que ahora tanto pregonan y se llenan la boca al decirla los políticos.

Lo cierto es que en este momento la pregunta crucial, justo cuando estamos en la etapa más crítica de epidemia que México tenga memoria. ¿Qué chingados es eso de la nueva normalidad?

Algunas respuestas a este cuestionamiento esencial refieren que la “nueva normalidad” son una serie de actitudes positivas que adoptaremos cuando el coronavirus haya sido parcialmente controlado, control que hasta el momento nadie tiene ni puta idea cuándo va a ocurrir.

Mejorar los hábitos de higiene como el lavado frecuente manos y la desinfección de todos los objetos que llevamos de la calle a nuestro hogar, el uso de cubrebocas, que tal parece llegó para quedarse, nuevas formas de manejar el empleo, el famoso home office, la escuela en la casa y la educación en línea son quizá algunos de los nuevos comportamientos que se esperan de los mexicanos y que muchos los han hecho propios más a huevo que de ganas.

Pero ahí fue donde, como dijera mi madre, la puerca torció el rabo, porque resulta que muchas de estas “nuevas costumbres” o “nueva realidad” como se empeñan en llamarle los políticos de cuarta, perdón, de la Cuarta Transformación, son discriminatorias y aumentan la desigualdad entre la población.

Permítame poner algunos ejemplos para que quede más claro que esto de la “nueva normalidad” no es enchílame otra gorda.

¿Cómo se quiere que todos adopten el hábito de lavarse frecuentemente las manos, si para algunos tener agua representa un sueño irrealizable?

Ahí la “nueva normalidad” por más que se quiera de plano no aplica y esas familias serían discriminadas por el sistema.

Reconocemos los esfuerzos de las autoridades de dotar de lavaderos de manos con jabón y crema antivirus, pero esos lavaderos no llegan a las comunidades más apartadas de las cabeceras municipales.

En esto del uso de cubrebocas, quizá para muchos sea fácil incorporarlo a su forma de vida, pero para otros es un artículo inalcanzable.

“Cómo quieren que compre un cubrebocas que se tiene que estar cambiando frecuentemente, si no tengo ni para tragar” me comentaba una persona que vive en una comunidad alejada y creo que tiene razón, en este momento el horno no está para bollos y para las familias que apenas pueden cubrir las necesidades básicas estas exigencias los ponen en una situación discriminatoria.

Del home office o trabajo en casa la situación está más cabrona; primero, porque a muchos ni esa oportunidad les dieron y simplemente los despidieron y para quienes aún mantienen el empleo, muchos de ellos no tienen un internet que les permita desarrollar sus actividades adecuadamente.

Lo mismo ocurre con niños que ni computadora tienen y no pueden hacer llegar sus tareas a sus profesores, así que o reprueban o no aprenden al mismo ritmo que los demás compañeros.

Así que esta “nueva normalidad” y sus exigencias discriminatorias que fomentan aún más la desigualdad entre las personas, está poniendo al pueblo bueno en una disyuntiva o se aclimatan o se aclichingan.

Espero sus comentarios.

Fb.  bertha Alfaro

@berthaalfaro