Mucha fiesta, pocos resultados
 
Hace (27) meses
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Salvador García Soto
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Si al primer trienio del gobierno de Andrés Manuel López Obrador lo medimos por sus habilidades de propagandista, por el posicionamiento de su discurso y su capacidad de movilizar y encantar a sus seguidores con “informes”, mensajes y festejos masivos como el de ayer en el Zócalo, sin duda veríamos un gobierno exitoso. Un apoyo reflejado en las encuestas de aprobación y sostenido aún por una base social y popular amplia que se conforma de dos grandes grupos: los que se benefician del gobierno con cargos, relaciones, contratos e influencias, que son la nueva clase política en el poder; y los que reciben los apoyos económicos directos y en efectivo desde este gobierno y que generan una lealtad electoral y clientelar a favor del régimen, que son las bases populares.

Esa es la imagen que ayer se vio en el Zócalo de la Ciudad de México, que se explica por un fenómeno de “culto a la personalidad” que rodea a un festejo como el que ayer convocó y organizó la Presidencia de la República con dinero del erario federal y con el apoyo de gobernadores, alcaldes y dirigentes morenistas que se encargaron de abarrotar la plancha de concreto, con todo y acarreo en cientos de camiones y microbuses que llegaron de distintos estados de la República. La fotografía es contundente y muestra un músculo político del gobierno y su partido en el que, sin descartar parte de espontaneidad y expresiones auténticas de apoyo, la mayor parte lo hace una estructura clientelar y una maquinaria de movilización bien aceitada y que existe desde las épocas del perredismo lopezobradorista, hoy transformado en morenismo.

Visto desde la perspectiva de líder popular y de masas, no hay duda de que López Obrador empieza su cuarto año de gobierno y su segundo trienio, fortalecido e inyectado del respaldo de ese conglomerado que ayer lo vitoreaba y lo festejaba sin ningún tipo de medida sanitaria. Cada palabra del mensaje político que describe a un país en pleno cambio, donde “ya se erradicó la corrupción”, donde “la salud pública es todo un desafío, pero la pandemia ha sido domada y se está mejorando el sistema de salud”, y donde “los homicidios han sido contenidos y están disminuyendo”, pasa por el tamiz de la adoración y aclamación al líder, que alcanzó su clímax en la tarde capitalina.

Pero si el balance de esta primer mitad del sexenio se intenta hacer a partir de datos, indicadores y cifras, incluso las oficiales o de organismos técnicos autónomos, entonces la cosa cambia y los resultados ya no hacen ver a un Presidente tan eficiente ni a un gobierno tan efectivo a la hora de resolver los grandes problemas del país.

Para rematar están dos temas en donde el discurso presidencial simplemente no cuadra: la promesa de un sistema de salud pública de primer mundo y la principal bandera política de este gobierno: el combate a la corrupción. Está bien, el Presidente puede que no sea corrupto ni se esté enriqueciendo, pero sus hermanos fueron captados recibiendo sobres de dinero en efectivo, sus hijos se benefician de programas sociales como

“Sembrando Vida” para impulsar sus pininos empresariales y en las dependencias y secretarías hay una corrupción hormiga que se refleja lo mismo en contratos directos por adjudicación a empresas fantasma que en la persistencia de “mordidas” o “comisiones”.

A partir de esas dos realidades: la del Zócalo lleno, el líder fuerte, popular y carismático aclamado por el pueblo y por sus seguidores, respaldado por un Ejército que hoy no sólo controla la seguridad pública sino que invade y controla casi la mitad del gobierno civil. Y la otra realidad: la de los datos e indicadores que muestran retrocesos y caídas en rubros vitales para el desarrollo y el bienestar de los mexicanos, que cada quien juzgue y saque sus propias conclusiones. Para cualquiera de las dos visiones y realidades que cada quien acepte y quiera ver, la de la lealtad y el fanatismo ciego o la de los datos duros de la realidad, nos quedan tres años más…. Capicúa de los dados. Ni subida ni bajada.

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