Memoria y olvido
 
Hace (43) meses
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Juan Villoro
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La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda”, escribió García Márquez. Ordenamos las experiencias “hacia atrás”: el presente es caótico; en cambio, el pasado tiene lógica. La memoria da sentido retrospectivo al azar, transformándolo en destino. ¿Qué activa el recuerdo? Una melodía, una fragancia, un pan remojado en una taza de té hacen que la mente recupere un tiempo perdido. Esto ocurre al margen de nuestros propósitos; no decidimos recordarlo.

De acuerdo con José María Pérez Gay, “la ley de la memoria involuntaria es una suerte de desorden creativo”. El cerebro se estimula con una materia que le pertenece, pero estaba oculta. El pasado juega a las escondidas: “Me acuerdo, no me acuerdo”, dice el narrador de Las batallas en el desierto al evocar su adolescencia; José Emilio Pacheco recrea así el proceso vacilante de construir recuerdos.

En forma parecida, en su libro de memorias Nos acompañan los muertos, Rafael Pérez Gay suele iniciar anécdotas con la muletilla: “No sé si ya les dije…”. La duda otorga atractiva verosimilitud a la narración; los sucesos remotos son borrosos, pero también lo es la forma de recuperarlos. Recordar es un esfuerzo de ensayo y error que, pese a todo, lleva a una versión definitiva: las cosas no son como suceden sino como se recuerdan. Aunque esta dinámica es rigurosamente individual, también depende del entorno.

A veces recordamos gracias al mundo; a veces, en contra de ese mundo. En La profecía de la memoria, José María Pérez Gay recupera la obsesión de Walter Benjamin por convertir la memoria en un acto de resistencia ante una civilización que se derrumba. El siglo XX, marcado por el totalitarismo y el exterminio, mostró que no hay nada más falaz que la idea de progreso. En 1933, Benjamin se propuso reconstruir la historia cultural anterior al delirio totalitario, una cartografía que contribuyera a explicar el nazismo y a preservar lo que destruía.

La época aniquiló este propósito. Su biblioteca fue destruida, huyó de la Alemania antisemita, Francia no le brindó asilo y murió sin poder cruzar la frontera. Benjamin entendía la memoria como una ética colectiva. Lector de Proust, valoraba el poderío íntimo de los recuerdos, pero buscaba insertarlos en la urdimbre de la historia, el resistente tapiz de la comunidad. “La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”, diría años después Milan Kundera, quien conoció la represión estalinista en Checoslovaquia.

La tragedia de Benjamin tiene muchos modos de ser simbólica. El archivista de la cultura fue arrasado por el vendaval autoritario que sustituyó la reflexión por la propaganda. La arbitraria posteridad reduce a ciertos pensadores a una frase. Es el caso de George Santayana, autor de una sentencia paradójica, que cobra importancia cuando la ignoran: “Aquellos que no recuerdan su pasado están condenados a repetirlo”.

Dependemos de recuerdos en el plano individual; sin embargo, en la experiencia colectiva, no tomamos decisiones a partir de juicios históricos. Desde el punto de vista social, la memoria es una especialidad que practican unos cuantos. Los historiadores, los periodistas y los científicos buscan antecedentes y establecen causalidades. Sin embargo, para la mayoría, todo ocurre siempre por primera vez. Nietzsche lamentaba que no hubiera segundas oportunidades en el acontecer histórico.

A diferencia de los deportes, que conceden partidos de vuelta, los hechos no tienen retorno. Por eso Kundera señala que habitamos el “planeta de la inexperiencia”. Todos los pueblos tienen costumbres, muy pocos disponen de una sabiduría política aprendida.

Esto explica en forma dramática nuestro tiempo, donde la ideología supera al conocimiento y las promesas de un demagogo son vistas como novedades. A sus 102 años, Fernando Rodríguez Miaja, decano del exilio español en México, ha alertado sobre un alarmante retroceso: Vox lucha por regresar a la España de los años treinta.

“Es como si la historia no hubiera ocurrido”, dijo en 2019 en una memorable sesión en El Colegio Nacional.

El fanatismo populista que llevó a la catástrofe hoy cautiva a numerosos votantes, y Rusia, China y Estados Unidos se embarcan en una nueva guerra fría, de índole tecnológica y biopolítica. Santayana ha vuelto a tener razón: el mundo revive el pasado que no ha sabido recordar.

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