Los perros
 
Hace (24) meses
 · 
Trece años de labor periodística de Criterio
Compartir:

Para mi generación, los primeros días de marzo marcaba el inicio de los cursos en el Instituto Científico Literario Autónomo —ICLA— Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo a partir de 1961—UAH— fechas que eran verdaderamente difíciles para los estudiantes de primer ingreso, conocidos como “perros”, denominación con la se designaba a los novicios que, por ello deberían llevar la cabeza rapada “al cero” y soportar todo tipo de bromas, no siempre de buen gusto.

El acceso de los “perros” al edificio, de Abasolo era en aquellos días un auténtico calvario, sobre todo cuando no tenían un padrino de años superiores que les defendiera. Por ello, algunos novatos, subían en grupos más o menos numerosos y de manera apresurada; otros lo intentaban por la puerta Trevethan, ubicada en la parte superior las escaleras exteriores a la que se llegaba por la calle de Doria, lateral al edificio del instituto y que se dice fue abierta especialmente para que el licenciado Serafín Trevethan, conocido y muy querido catedrático del plantel, enfermo del corazón, no tuviera que subir las escalinatas, pero ni aun así podían los “perros” evitar del todo las novatadas, porque en cualquier recoveco del edificio —pórtico, jardines, corredores y en algunos casos hasta en los salones— aparecía el alumno de grados superiores que le hacía ver su suerte. Había que hacerla de criado y traer de la tienda más cercana, La Fe de la casi mítica Bartolita o de Mi Luchita del añorado don Sam —establecidas en la acerca frontal al Instituto— el cigarro que, en unidad, solo ahí podía encontrarse; otra inocentada era regalar voluntariamente —pero por la fuerza— el lápiz o la libreta y en ocasiones entregar el poco dinero que llevaban consigo.

En otras ocasiones, la orden era quitarse los zapatos y caminar en los empedrados andadores de los jardines laterales a las escaleras exteriores; en otras muchas, meterse a las frías aguas de la fuente de la garza para salir después y de hinojos intentar, con alguna prenda, “espantar” al ave de metal a fin de que volara de su pedestal.

Todo aquel martirio para los “perros” terminaba, cuando el profesor Reynaldo Gómez Aldana, apodado cariñosamente el Güipas o simplemente Gomitos, prefecto del plantel, intercedía por los novatos, amenazando con la expulsión a los organizadores del desaguisado, tarea en la que coadyuvaba también doña Ignacia Valenzuela de Lima —la señora Lima— quien a pesas de su edad, enfrentaba con gran decisión a los verdugos estudiantiles.

Otra novatada utilizada era la “guerra de los zapatos”: formados en dos frentes los novicios, se les ordenaba quitarse el calzado y depositarlo en un lugar equidistante entre las dos filas para, después, a la cuenta de tres, correr al centro, tomar cada uno un par que desde luego no era el suyo, regresar a la fila y lanzarlos sobre los compañeros de enfrente. El problema no era realmente evadir los proyectiles lanzados, sino encontrar después el propio calzado en aquel caos de mocasines y choclos.

El fusilamiento fue también otra broma muy utilizada, que consistía en fingir el disparo de un pelotón de alumnos de años superiores sobre una fila de perros que, al escuchar el sonido imitado de las detonaciones, tenían que caer al suelo sin meter las manos; y qué decir del examen de preguntas capciosas, cuya respuesta era calificaban siempre con un coscorrón: ¿de qué lado tiene la oreja una taza?, pues de afuera —se contestaba— no, tarugo, del lado que la agarres y ¡zaz! el coscorrón. Algunos que ya conocían la respuesta, señalaban las dos posibilidades, pero ni, aun así, se salvaban del golpe, porque entonces se les daba “por sabios”.

Aunque sin lugar a dudas el día más recordado por los novicios era el Día del Perro fecha que formaba parte de las festividades del estudiante, una semana completa de festejos, celebrada por ahí del mes de junio de cada año. Muy temprano, ennegrecidos con plombagina u otro negro colorante embarrado al cuerpo, llegaban los perros con sus protectores, no sin antes haber deambulado por toda la ciudad solicitando ayuda para su acompañante, quien acompañaba a su protegido quien para tal efecto se presentaba encapuchado a efecto de no ser reconocido. Más tarde, cuando el sol apuntaba al zenit, se iniciaba la adoración a la Chancha estatuilla de piedra que representaba a Chicomecóatl, diosa del maíz tierno, hallada, según se cuenta, en uno de los muros del templo de Nuestra Señora de Guadalupe hoy aula magna Ing. Baltasar Muñoz Lumbier.

Puestos de hinojos, los novatos alzaban las manos al cielo, para luego bajarlas, en señal de reverencia, coreando la plegaria: ¡Oh Chancha!, ¡Oh Chancha…! operación repetida cientos de veces.

Esta ceremonia se prolongaba por cerca de dos horas, mientras el idolillo era paseado entre las dos filas de adoradores dispuestas de manera paralela en la escalinata, cargada por el Rey Feo, elegido de entre los alumnos de mayor antigüedad, para ser reverenciado por perros y encapuchados mientras estos últimos fustigaban las espaldas de los adorantes, con golpes de hojas de palma. La celebración se interrumpía con a frecuencia cuando se suscitaban pleitos por la protección de algún perro protegido.

Para finalizar, se organizaba el paseo de los perros por las principales calles de la ciudad para concluir en el Parque Hidalgo o en la alberca del estadio, allá por el Hospital Civil donde el baño se generalizaba entre todos los participantes en el desfile. Allí terminaban las novatadas del primer ingreso. La imagen corresponde a la Diosa Chicomecóatl llamada por los estudiantes Chancha.

 

Compartir:
Etiquetas:
Relacionados
title
Hace 13 minutos
title
Hace 26 minutos
title
Hace 32 minutos
Se dice
/seDiceGift.png
Especiales Criterio
/transformacion.jpeg
Suscribete
/suscribete.jpg
Más popular
Política actual impide el desarrollo: Marivel Solís
Por Gerardo Ávila . 24 de mayo de 2016
Por Gerardo Ávila . 30 de noviembre de 2015
Por Gerardo Ávila . 9 de agosto de 2017
Por Federico Escamilla . 12 de febrero de 2018

© Copyright 2023, Derechos reservados | Grupo Criterio | Política de privacidad