Son invisibles y, sin embargo, cumplen una importante función dentro de la sociedad. Hombres y mujeres con la cara sucia y la ropa que el tiempo ha desgastado se mueven a diario entre un cúmulo interminable de residuos y material contaminante, sin que ello los intimide.

Cuentan que en el mes de marzo, cuando empezó la pandemia, decidieron dejar de trabajar, pero el gusto solo les duró dos semanas.

Ante la emergencia de trabajar en el tiradero a cielo abierto de El Huixmí, los pepenadores no tuvieron más remedio que regresar a recolectar lo que sirve de lo inservible.

Jaime, con más de 20 años en la pepena, dice que tienen miedo a la enfermedad, pero que las condiciones normales en las que trabajan diariamente les han hecho inmunes a casi cualquier virus y bacteria.

Orgulloso, Jaime asegura que a todos los que andan en la basura ni una gripa les ha dado, así que el coronavirus les pela los dientes.

Dicen que el temor a la pandemia es menor al hecho de no tener para darle de comer a su familia.

Por años, los pepenadores de El Huixmí han representado ese sector de la población que todos evitan mirar, hablar con ellos, saber de sus historias, así que ahora, con la pandemia, esa sociedad con doble moral ya tiene una buena excusa para hacerlos menos o volverlos invisibles.

Y si bien no destacan por su limpieza corporal, porque está de la chingada trabajar en la basura y salir bien perfumado y con ropa limpia, estos hombres y mujeres se la rifan a diario, buscando entre la basura cualquier cosa que se pueda comercializar y así ganarse una lanita para llevar el pan a la casa.

Incluso, hay algunos que aseguran que, en ocasiones, entre los desechos encuentran algo de comer.

Pero la pandemia de coronavirus también les ha dejado enseñanzas a estos rudos personajes, que, como siempre, se han mostrado como un grupo unido que en tiempos de desgracia, como la que ahora tiene en jaque al mundo entero, también saben ser solidarios y se cuidan unos a otros.

Al tiradero de El Huixmí acuden diariamente decenas de pepenadores y ellos han procurado llevar algunos productos de limpieza para, según ellos, cumplir con las normas sanitarias.

Así que se dieron a la tarea de llevar cositas, como ellos le llaman al jabón, al gel y al cloro. Ellos mismo destinaron un área de lavado de manos; además, colocaron un pequeño dispensador de gel desinfectante y uno de los compañeros les donó una bomba sanitizante y a la hora del salir de la chamba pasan a desinfectarse y llegar menos contaminados a su vivienda y evitar contagios a su familia.

En El Huixmí trabajan alrededor de 180 pepenadores y de ellos solo a una minoría le alcanza para comprar guantes o un cubrebocas. Los demás se encomiendan a Dios para no contraer el virus, porque para ellos hay algo aún más delicado de contagiarse y es el hecho de que una vez enfermos no tendrán recursos para acudir a un médico y mucho menos hospitalizarse, ya que ellos no cuentan con algún servicio de salud y al desaparecer el seguro popular ellos y sus familias se quedaron totalmente indefensos.

Enchilados por el menosprecio, estos hombres y mujeres continúan con su chamba en medio de la basura.

Además del coronavirus y la falta de trabajo, hay algo más que tiene preocupados a estos singulares personajes: para estas fechas ya deberían haber comenzado las campañas, porque justo en esa temporada electoral resultan necesarios para acarrear simpatizantes, entregar despensas entre sus agremiados y hasta para recibir una lanita por ir a gritar y aplaudir a los candidatos, del partido que sea. Todo se vale con tal de jalar algo de ese dinero que se despilfarra a manos llenas.

Así que los pepenadores les piden a las autoridades electorales que no chinguen y que ya empiecen las campañas, eso sí es importante.

Espero sus comentarios.                      

Fb  bertha Alfaro               

@berthaalfaro