Llegó el 10 de mayo y Kentia no habló
 
Hace (34) meses
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10 de mayo. Día de la Madre. Estuvieron esperando su llamada durante todo el día. Pero Kentia no llamó.
“Uno conoce a sus hijos. Ella no habría dejado que ni su abuela ni yo nos quedáramos así, que nos preocupáramos así. Habría llamado hoy para felicitarnos, para tranquilizarnos”, dice la señora Nadia Robles.

Su hija, Kentia Atziri Robles Zaragoza, de 26 años, desapareció el viernes 16 de abril. Había informado que iba a una entrevista de trabajo a un call center del rumbo de La Raza.

Relata su madre: “Al 15 para las 4 mandó un mensaje que decía que no iba a volver, que se iba a hacer su vida con una nueva pareja. Le preguntamos quién era, por qué lo escondía, le pedimos que viniera a la casa a hablar, que no había problema. Contestó que luego iba a darnos su nueva dirección”.

La familia advirtió que Kentia había salido solo con una mochila en la que llevaba su computadora. Sus cosas, su ropa favorita, “su sudadera de los Packers, su playera de los Packers, los tenis que le gustan, ahí están, nada de eso se llevó”.

“Si vas a hacer tu vida te llevas al menos una maleta, dos maletas. Ella salió de la casa sin nada”, agrega la señora Robles. “Me pareció raro, pero vi que su teléfono seguía encendido, que seguía conectada y eso me tranquilizó”.

El sábado 24 de abril, a las 11:11, el teléfono de Kentia se apagó. Los mensajes que le enviaron no llegaron. El celular mandaba al buzón.

Ella tenía que conectarse el lunes a sus clases de la Academia Internacional de Formación en Ciencias Forenses. No lo hizo. Al día siguiente, le marcaron al celular. La llamada entró, pero ella no contestó.

Su madre se hallaba fuera de la ciudad. El miércoles 28 regresó y acudió a la escuela para preguntar si Kentia se había conectado a las clases. Le dijeron que no lo había hecho varios días. Ese mismo día se presentó en la fiscalía para personas desaparecidas.

Le dijeron que en realidad no podían hacer nada. Que la joven era mayor de edad y que existía una alta probabilidad de que efectivamente se hubiera ido con una nueva pareja.

Después de una espera de horas le proporcionaron la ficha de búsqueda con los datos de rigor: “Mujer, delgada, apiñonada, frente amplia, boca mediana, cejas escasas…”.

Ocurrió entonces lo más extraño. Kentia apareció a las 6 de la mañana del día 29 vía Facebook “para decir que estaba bien, que qué onda con la ficha” y pedir que la bajaran. Prometió ir esa misma tarde a su casa “a hablar”, pero nunca llegó.

El 1 de mayo el teléfono de Kenia se volvió a encender. Su madre se dio cuenta de que entraron entonces los mensajes que durante varios días le habían enviado. Corrió a la fiscalía a avisar que el teléfono estaba prendido, que podían localizarlo “mediante la ‘sábana’ o por geolocalización”. Le dijeron que no podían hacerlo debido a la Ley de Protección de Datos Personales.

Ese día desinstalaron del teléfono la aplicación de WhatsApp: “Ni siquiera sabemos si fue ella quien escribió los mensajes, y esto lo noté después, cuando en uno de ellos Kentia escribió supuestamente: ‘no me busquen, bajen la ficha, voy a seguir en comunicación’. Ella no habría escrito eso. Yo lo sé. Habría escrito ‘bueno, aquí sigo’, ‘aquí voy a estar’, ‘me comunico más tarde’”.

Concluye la señora Robles: “Ella me habría dicho: ‘No hace falta la ficha, estoy bien’. Ella no hubiera hecho que se preocupara su abuela. Nos habría llamado hoy, 10 de mayo. Pero no llamó, no llamó”.
¿Es sencillamente así? ¿Pasan estas cosas sin respuesta, sin que nadie haga algo?

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