Las pulquerías en la Semana Santa pachuqueña
 
Hace (35) meses
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Uno de los recuerdos que nuestros mayores —muy mayores para las actuales generaciones— comentaba tras concluir la comida casera en aquellas largas charlas de sobremesa era el relacionado con la Semana Santa, vivida en aquel Pachuca de reducida traza urbana y de muchos menos habitantes que el de hoy —ente 1900 y 1950 pasó de los 40 a las 50 mil almas—, épocas en las que la vida de la población se construía en rededor de la minería, actividad que daba pauta a diversos y muy particulares usos y costumbres.

Una de esas prácticas fue, sin duda, la referida celebración de la Semana Santa en las piqueras, cantinas y pulquerías que, diseminadas por toda la geografía urbana, superaban con creces el centenar; la mayoría, ubicadas en el norte y oriente de la ciudad, cerca de los principales centros mineros. Contaban nuestros ancestros que tan solo en la hoy calle de Galeana –entonces llamada La Jerusalén– había unas 30 pulquerías y todas muy concurridas, por ser paso obligado de muchos mineros.

Pulquerías, cantinas, piqueras y botillerías, eran verdaderos centros psicológicos de evasión, que permitían al minero minimizar los problemas de su vida de pobreza y la constante incertidumbre de perder la vida debido a lo riesgoso de su trabajo en las profundidades de las minas. Por otro lado, la gran competencia suscitada merced al gran número de este tipo de negocios, permitía que sus propietarios brindaran todo tipo de incentivos a sus clientes, que iban desde venderles los mejores puques —blancos o curados— hasta contar con todo tipo de aguardientes —no adulterados ni rebajados— pero la promesa más importante, era la de otorgarles “el fiado”, es decir, atender durante toda una semana la demanda de tandas a quienes consideraban sus más asiduos y cumplidos clientes, las que serían liquidadas el sábado siguiente al recibir la raya o salario semanal.

Otro incentivo ofrecido por los dueños de cada pulquería a sus todos sua clientes, era invitarlos al final de la Semana Santa, a festejar la llega de la “Gloria” el sábado correspondiente con lo que llamaban “el enchilón” —comida realizada a base enchiladas sopes, tacos, flautas, pambazos y garnachas, aderezadas con picosas salsas rojas o verdes— que desde luego incitaban a beber pulques o aguardientes aderezados con jugos, para calamar el rico picor de las salsas.

Es conveniente recordar que los llamados Días Santos eran prácticamente el único periodo de asueto anual que ofrecían las empresas mineras a sus operarios, costumbre ancestral defendida a capa y espada por los mineros ante las empresas ingleses, norteamericanas y francesas, de modo que durante la Semana Santa, gran parte de estos comercios permanecían cerrados, lapso que los dueños de estos centros de vicio aprovechaban —sobre todo jueves y viernes— para someter sus locales y enceres a una profunda labor de limpieza y remozamiento.

Todo daba inicio el viernes de dolores —el inmediatamente anterior al Domingo de Ramos— con la construcción en las fachadas de las pulquerías, de unos portalitos con alama de madera, rellenados con ramas de pino y flores de temporada; mientras, en el local daban inicio las labores de fregado a tinajas, barriles, toneles, mesas, sillas, mostrador y barra, que mediante el uso de lejía, xixi u otros detergentes naturales se aplicaban mediante cepillos de duras cerdas que se restregaban contra la madera hasta verse blanca, luego eran lavadas y talladas a conciencia las baldosas de los pisos, que finalmente eran repintados con “congo” —tintura roja o amarilla—, que era luego regado con serrín; mientras se retocaban las pinturas al óleo, de paredes barriles y mostrador hasta dejar todo “como nuevo”.

La operación limpieza, se repetía a conciencia en los retretes y mingitorios y desde luego en el espacio destinado a confeccionar los alimentos, que cada cantina ofrecía a sus parroquianos; este último, sitio era regularmente pintado de color blanco, mientras que anafres, comales y mesas para el trajín de los alimentos eran también sometidos a profunda limpieza.

Por otra parte, los dueños de muchas pulquerías mandaban imprimir panfletos como el que ilustra este artículo, confeccionados con chillantes colores en los que con la autoría del poeta del barrio se difundían jocosas rimas en las que se hacía alusión a los parroquianos más reconocidos.

En este contexto de ideas, la mayor parte de las pulquerías y cantinas de Pachuca trabajaban medianamente durante los días lunes, martes y miércoles santos y cerraban jueves y viernes, en tanto que sábado abrían para la gran fiesta de La Gloria” por ahí de las dos de la tarde, hora en la que las “enchiladeras prendían sus anafres y empezaban a freír sus apreciados antojitos.Hacia las tres de la tarde, los dueños de las piqueras hacían sonar sus sinfonolas —calladas en los dos días anteriores— y los parroquianos empezaban a llegar en gran número, el jalón era sin duda regalarles platos de enchiladas o flautas, sopes o pambazos, que eran el gancho para ingerir pulques o aguardientes, todo ello en un ambiente de franca camaradería, que así inauguraba el periodo primaveral, para la venta de bebidas etílicas.

Debido al crecido número de estos establecimientos en Pachuca, puede usted imaginar, amable lector, que las fiestas de aquellos antros, inundaban prácticamente todas las calles de la ciudad y convertían a Pachuca entera en una franca verbena popular, que atraía entonces a cientos de turistas, sobre todo a aquellos que eran aficionados a beber buenos pulques y refinos y eran proclives a los picosos antojitos, que el Sábado de Gloria se regalaban en esos sitios.

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