La versión definitiva
 
Hace (51) meses
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A propósito de Klaus Mann, el brillante autor de la novela Mefisto que nunca contó con la atención de su padre, el egregio Thomas Mann, Michel Tournier escribió un ensayo de título insuperable: La dificultad de ser hijo. Las luminarias suelen calcinar a quienes están cerca de ellas. Klaus resolvió ese dolor con su suicidio.

Quienes se dedican a una tarea intensamente personal no siempre se ocupan de los demás. Una secreta ley de las compensaciones hace que ciertas virtudes públicas se basen en la desatención de la vida privada. Rousseau mandó a sus cinco hijos a un orfanato y luego escribió una obra maestra sobre un hijo imaginario: Emilio o De la educación.

La editorial Trilce acaba de publicar un libro destinado a despertar los ambiguos placeres del morbo y a convertirse, más apropiadamente, en un documento esencial para entender las contradicciones que sustentan la vocación artística. Me refiero a Mujer en papel, autobiografía de la actriz Rita Macedo, editada por su hija, Cecilia Fuentes.

Durante décadas, Macedo llenó los teatros del país –muchas veces bajo la dirección del extraordinario José Luis Ibáñez– y actuó en películas que hicieron época: Nazarín, de Luis Buñuel; El castillo de la pureza, de Arturo Ripstein. Sus memorias recrean con divertido detalle las entretelas de la profesión teatral, pero sobre todo narran su apasionada y tempestuosa relación con Carlos Fuentes.

Alguna vez Hugo Hiriart comentó: “La diferencia entre el cielo y el infierno depende de lo que tu ex mujer diga de ti”. Sin ser un acto de venganza, Mujer en papel revela el sufrimiento provocado por un amor no siempre correspondido. Fuentes aparece como un hombre de energía inagotable, dispuesto a conquistar el mundo en la escritura, las parrandas y la cama. Macedo acepta una relación en la que su marido privilegia el contacto físico con el teclado y corteja a “princesas” a las que abandona con serial indiferencia (varias de ellas se suicidan). En forma no siempre voluntaria, la actriz confiesa su codependencia en la tóxica aventura de un casanova que entiende la seducción como un safari.

Hacia el final de su vida, Macedo asumió la dualidad de quien hace reír al público y llora en privado sus desgracias. Las emociones que llevaba a escena compensaban la angustia que, paradójicamente, las hacía posibles. A pesar de su éxito profesional, y del de sus hijos mayores (la actriz y cantante Julissa y el productor Luis de Llano), Macedo le dijo a su hija menor que quería matarse y no tardó en cumplir la promesa. En 1993 se pegó dos tiros en un auto estacionado frente a su casa.

Lo más significativo de Mujer en papel no son los chismes que de ahí pueden extraerse, sino la participación de Cecilia Fuentes en la reconstrucción de la historia. Durante muchos años, ella transcribió los manuscritos del novelista; cada una de sus palabras pasó por sus dedos. Por otra parte, era la confidente más cercana de su madre. Conocía esos dos “estilos” como nadie. Dio estructura a los manuscritos de Rita Macedo e incorporó en ellos paráfrasis de las cartas de su padre, que, por derechos de autor, no pudo citar in extenso. Fiel a dos voces, reunió a los amantes contrariados, no a través de la ilusoria adoración de sus virtudes, sino de la amorosa comprensión de sus debilidades.

Mujer en papel confirma el sentido profundo de la filiación: lo que un padre dice de sí mismo es un borrador; la versión definitiva es lo que dicen sus hijos.

En un taxi parisino Milan Kundera conoció a un conductor que había salvado la vida de milagro y escribía un libro sobre el tema. El escritor le preguntó si lo hacía para que sus hijos lo leyeran y el chofer contestó con amargura que ellos no se interesaban en su vida. “La conversación con el taxista me esclareció de repente la esencia de la actividad literaria”, comenta Kundera: “Escribimos libros porque nuestros hijos no se interesan en nosotros”.

Ciertamente, los hijos rara vez se interesan en la obra de los padres, pero se interesan mucho en lo que recibieron o dejaron de recibir de ellos. Mujer en papel no altera la trayectoria teatral de Rita Macedo ni la literaria de Carlos Fuentes, pero revela, con una valentía fundada en el afecto, una de las más profundas contradicciones del arte: el resplandor que admiramos a la distancia puede ser producto de un incendio.

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