La musa intravenosa
 
Hace (14) meses
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Juan Villoro
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En 1946, el ingeniero automotriz Louis Réard presentó un invento capaz de detener el tráfico: el bikini. La prenda de dos piezas debía su nombre al atolón donde estallaron las primeras bombas atómicas.

Veinte años después, la explosiva vestimenta aparecía en las portadas de las revistas, las pasarelas de la moda, el cine y la televisión. A nadie le sentaba mejor que a Raquel Tejada, muchacha nacida en Chicago, de padre boliviano, que a los 18 adoptó el apellido de su primer esposo: Welch. La sociedad del espectáculo, dominada por las fantasías masculinas, había encontrado un paño a su medida y a la mujer ideal para portarlo.

Si el erotismo involucra a la mente, el bikini evitó esa complicación. Las chicas de calendario no tenían otra personalidad que su apariencia. Esa supremacía de la belleza exterior reveló algo que ya se sospechaba de los hombres: su incorregible superficialidad.

La cultura de masas descubrió que el deseo se puede producir en serie y creó un peculiar arquetipo: los símbolos sexuales. La hermosura aumenta de valor si la respalda la estadística, es decir, si tiene clientes. Raquel Welch vendió millones de pósters en los que posaba con poca ropa; sin embargo, para triunfar en serio su conducta debía ser aún más primitiva: en 1966 protagonizó Un millón de años antes de Cristo. En esa película, los vestuaristas le asignaron una versión jurásica del bikini, ideado para excitar incluso a los brontosaurios.

La película era tan ridícula que tuvo un impacto arrollador y la atractiva cavernícola se volvió megafamosa. Sin embargo, el rodaje no fue sencillo. Raquel revisó el libreto en el que sólo decía tres parlamentos, tuvo una duda, se acercó al director, Don Chaffey, y le dijo: “Estoy pensando…”. Él la vio de arriba abajo y respondió: “¿Estás pensando? No lo hagas”. La actriz cuenta esta anécdota misógina en la autobiografía que publicó en 2010 con el elocuente título de Raquel: Más allá del escote.

La musa de una generación, que acaba de morir a los 82 años, fue víctima de un medio que la redujo a sus medidas corporales. A los 44 años, entrevistada por el escritor inglés John Mortimer, dijo en forma reveladora: “Me convirtieron en símbolo sexual, pero lo más desastroso es que no me dieron papeles sexis. Las antiguas estrellas de cine estaban rodeadas de misterio, y eso era mucho más sexy”.

Harta de ser vista como bomba erótica, inició una carrera como cantante y bailarina, triunfó en Broadway y emprendió el lucrativo negocio de dar consejos para imitar su figura.

Autora de bestsellers de autoayuda, descubrió que “escribir es un oficio muy poco sano”. No es fácil hacer un libro de dietas cuando el mejor remedio para la angustia ante la página en blanco consiste en comer galletas con chispas de chocolate.

No todo mundo admiró la presencia escénica de Raquel Welch. En 1975, la diva se presentó en México y Vicente Leñero la describió así: “Se mueve Raquel, y nada. Baila una samba, y menos. Pide una taza de café en la mesa que bordea el escenario para entrar en contacto directo con el público, y nada tampoco”.

De manera significativa, también ella estaba consciente de ser una creación irreal. Cuando Ronald Reagan acababa de asumir la Presidencia, le dijo a John Mortimer: “En realidad, Reagan no gobierna Estados Unidos, sino gente de la que no sabemos nada. Los Reagan son figuras de fantasía. Bueno, yo también lo soy. No quiero depender de políticos que pronuncian diálogos escritos por otros como yo lo hago. He pasado toda mi vida entre simulaciones y sé que a los estadounidenses les venden fantasías. Tenemos políticos de telenovela”.

Raquel Welch existía “más allá del escote”, pero Mortimer fue uno de los pocos que se interesaron en escucharla hablar de otros asuntos, como la nefasta injerencia de Estados Unidos en Nicaragua y El Salvador.

Concluyo con una paradoja: Raquel Welch logró una peculiar seducción interior. En la película de ciencia ficción Viaje fantástico, un grupo de médicos reducen su tamaño para ser inyectados en un cuerpo y curarlo por dentro. Al final, son expulsados por lágrimas que para ellos tienen la dimensión de cataratas.

Nada más inquietante que imaginar en tu torrente sanguíneo a una Raquel en miniatura. En esa película, los limitados y salvajes anhelos de una época se volvieron, si no profundos, al menos intravenosos.

ÁTICO

Raquel Welch existía “más allá del escote”, pero fue víctima de un medio que la redujo a sus medidas corporales.

Juan Villoro | Agencia Reforma

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