La intolerable intolerancia
 
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México pasa sin dudas por un periodo inédito, donde un nuevo gobierno desmonta, sin mediar más nada que su propia intolerancia, contra todo lo que tenga tufo a lo que ellos llaman neoliberalismo, logros, errores y aciertos del pasado, casi dando palos de ciego y confiado en un respaldo popular también inédito.

El gran problema de esta cruzada contra el pasado neoliberal –cualesquiera que esos términos signifiquen, cuando en el propio gabinete campean sus propios neoliberales y aliados de todo cuño— es que ha despertado una igualmente inédita polarización que pretende dividir a chairos contra fifís, términos que usan ambos bandos para descalificarse, menospreciarse y segregarse.

Lo peor del caso es que el término fifí lo ha inventado, promovido e instaurado quien, en aras de su investidura, debería ser artífice y símbolo de unidad nacional, el presidente López Obrador. Y es una persecución que sufrimos todos, aún quienes estemos lejos de esa disputa con más tientes de clasismo e intolerancia que de ideología.

Este tecleador ha sufrido, y se los he dicho en muchas ocasiones, ese tipo de intolerancia. Recuerdo memorables intercambios con Mary del Villar allá cuando escribíamos en un naciente Síntesis sobre el valor de un título universitario –y sigo pensando que la persona vale más por su bagaje cultural y conocimiento adquirido y ejercido que por un papel que dice qué y dónde estudié— así como con mi Martha Canseco respecto al tema del aborto, de cuándo empieza a ser humano un gameto humano, o si esa vida es parte del cuerpo de la mujer o no y del derecho de ésta a decidir si un nuevo ser humano vive o no.

Así también ha sido objeto de críticas y etiquetas por mis opiniones políticas, pues muchas veces para los gobiernos en turno era señalado de ser “maiceado” por priistas, panistas, perredistas e incluso pejistas, según la opinión que expresara en esta columna que, por cierto, se acerca ya a los 20 años de ser parte del paisaje de análisis político estatal.

Cuando hablé hace tres semanas de la validez de señalar, o no, a Israel Félix como posible delfín del gobernador Fayad Meneses, recibí felicitaciones en ambos sentidos; que hacía bien por descalificarlo y que hacía bien por apoyarlo, según la interpretación de tirios y troyanos, cuando solo pretendí señalar que poner a Félix en la línea de tiro de fuego amigo y enemigo es prematuro porque rara vez se cumplen las premoniciones de los agoreros de las charlas de café.

Hablar del pasado opositor en Hidalgo, que no ha cristalizado una transición largamente anhelada, sirvió para decirme que cobro en el gobierno. Efectivamente cobro, pero con honestidad como asesor del gobernador en la Secretaría Técnica y nunca, de ninguna manera, por los contenidos de mis opiniones, porque sería traicionarme y traicionar la confianza de mis lectores.

Ser parte de un gobierno priista no me hace ipso facto priista. Como no fui panista cuando trabajé en la campaña de José Antonio Tellería por la alcaldía de Pachuca ni cuando estuve a punto de ser su Coordinador de Comunicación Social, días antes de su lamentable caída que lo llevó a la detección del cáncer y posteriormente su deceso.

No fui perredista cuando colaboré con Teódulo Quintín Pérez Portillo, en la presidencia municipal de Actopan, ni trabajar para PAN, PRD o PRI en diversas encomiendas como encuestador, me pintaron de color alguno.

En ese sentido, solo tengo una mácula partidista: haber sido secretario general de México Posible, en Hidalgo, e impulsar una agenda en serio de izquierda progresista pese a oscuros enjuagues e intereses que dicho partido manejaba en su interior, bajo el patrocinio de Patricia Mercado, que ha mercado políticamente por el PAS, con el exjefe de gobierno del DF, Mancera, y ahora con Movimiento Ciudadano.

Mi última colaboración fue igual, generadora de parabienes y de críticas. Ambas me halagan, como señal de que me leen, me analizan y generamos intercambios interesantes de ideas. Agradezco críticas inteligentes, como las de mi amigo Agustín Ramos, pero me parece que la virulencia de otras nos estanca, de nueva cuenta, en esa oscura e irreconciliable y estéril lucha de chairos contra fifís.

Agradezco a quienes están de acuerdo con su servidor, pero también a quienes están en contra. Tolerancia, libertad de expresión, de creencias, de preferencias, debe ser el sino de nuestra vida, familiar, pública, política, laboral, social. Tolerarlo todo, menos la intolerancia, que cercena, cierra la puerta al diálogo y encasilla como enemigo al que piensa, siente, prefiere o cree diferente.

Declaro no ser ni chairo ni fifí. Declaro, otra vez, como incontables veces lo he hecho, que no comulgo con la ideología de López Obrador, pero hoy es presidente y por el bien de Hidalgo y de México espero que haga cosas buenas para todos… pero lo dudo muy seriamente.

Soy crítico con mis amigos, lo saben y respetan eso, por lo cual no sé que ninguno, ni en el gobierno estatal, ni en el federal, ni en los diversos partidos políticos donde militan, tomarían represalias por ejercer mi derecho a expresar lo que pienso. Yo tampoco tomaría una crítica a mi trabajo como afrenta personal.

Eso es madurez y a eso debemos acostumbrarnos y enseñarnos, a tolerar, a entender que nadie tiene la razón absoluta y que para eso hay instituciones y contrapesos que median entre las desavenencias que pueden generarse; que hay intereses superiores al interés particular y que pintarnos de uno u otro bando solo nos lastiman, nos dividen y nos debilitan.

DE LAS OBRAS DEL FOLOSO FITO

La política es un juego de apariencias, donde no hay amistades, hay intereses y donde la memoria nunca es corta, aunque parezca que sí, donde los enemigos de ayer son aliados de hoy.

Señalar que el gobernador Omar Fayad está “echado en brazos de AMLO” o decir que se pinta de moreno es un despropósito. Asegurar que él impondrá, como en alguna nota de prensa en línea se asegura, al candidato a gobernador del partido del presidente, no solo es exagerado sino estúpido.

El gobernador hace política, tiene que negociar y transigir con un gobierno federal de distinto partido al suyo y de ese debe obtener beneficios para Hidalgo. Los proyectos de trabajo se coordinan, se complementan, se alinean, no porque se eche en brazos de nadie, sino porque así se trabaja en la política nacional y se traen recursos y obras.

Tranquilos pues, que ningún priista o moreno se pongan nerviosos. Lo que están viendo se llama política.

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