La indignación patriótica
 
Hace (45) meses
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Se cumplen diez años de la muerte de Carlos Monsiváis y confirmamos lo que sabíamos desde un principio: es insustituible. Experto en lo culto y lo popular, árbitro del gusto contemporáneo, cronista non stop, coleccionista que salva piezas del naufragio, adalid de la izquierda y crítico de sus excesos, autoproclamado “doctor honoris causas perdidas”, erudito autodidacta, Monsiváis fue el torrencial intérprete de un país donde la tradición se improvisa a diario y las certezas son provisionales.

“Pretender o exigir imparcialidad de un escritor contemporáneo es la mayor extravagancia”, escribió José María Luis Mora. La frase define el temple intelectual de Monsiváis. En Las herencias ocultas, recogió el legado de los escritores liberales que nacieron con el país y procuraron definir una identidad aún incierta. Una frase de Vicente Quirarte resume en forma ejemplar esa ejecutoria: “La patria como oficio”.

Al igual que Prieto, Payno, Riva Palacio y otros precursores del XIX, Monsiváis retrató en forma apasionada, y muchas veces militante, nuestros usos y costumbres. Su fervor para registrar los más diversos ámbitos de la sociedad y la cultura no estuvo exento de crítica. De manera emblemática, encomió la “indignación patriótica” con que Guillermo Prieto denunciaba los desastres de un país cuya milagrosa existencia también le inspiraba exaltados y líricos elogios.

De 1972 hasta su muerte en 2010, Monsiváis fue investigador de la Dirección de Estudios Históricos del INAH, donde fundó el Seminario de Cultura Nacional. Es una paradoja que la primera década de su ausencia coincida con la amenaza de un recorte del 75 por ciento a esa institución, máximo garante de nuestro patrimonio.

La medida se inscribe en la política de austeridad provocada por la pandemia del coronavirus, pero escapa a toda racionalidad. Se diría que la Secretaría de Hacienda ha emprendido una estrategia de tierra quemada, un “borrón y cuenta nueva” para empezar de cero, con inaugural atrevimiento: “Antes de nosotros, nada”. ¿Podemos renunciar al pasado? A propósito de Prieto, escribe Monsiváis: “Uno es su mensaje: sin conciencia de la historia no se captan las dimensiones de la patria”.

Ciertas áreas del gasto público pueden ser prescindibles; no lo es la identidad. Los miles de investigadores, guías, restauradores, arqueólogos de campo, epigrafistas, custodios y trabajadores del INAH tienen una misión que ni siquiera la burocracia ha podido eliminar: demostrar por qué somos mexicanos. La construcción colectiva del ser nacional depende en gran medida de esa institución fundada en el auge del cardenismo, que preserva la memoria y revela su permanente novedad. Cofre del tesoro y universidad abierta.

Las muchas voces que se han alzado en defensa del INAH hacen eco a la “indignación patriótica” que Monsiváis encomiaba en Prieto. López Obrador, autor de más de diez libros de historia, no es indiferente a los empeños del INAH. Hace poco estuvo en las zonas de Palenque, Comalcalco y La Venta, habló con trabajadores, se asombró que muchos de ellos fueran eventuales y propuso su regularización. Es de esperarse que sea sensible a las protestas por los recortes que podrían paralizar al Instituto.

En 2011 conduje la serie “Piedras que hablan”, coproducción de Canal 22 y el INAH. Visitamos 28 sitios arqueológicos para hacer 13 programas. Uno de los muchos aprendizajes que obtuvimos: la tradición se preserva en circunstancias modestas, por no decir heroicas. Basta entrar a la pequeña oficina de Eduardo Matos Moctezuma en el Templo Mayor, el arqueólogo más conocido del continente americano (rebautizado por la revista Time como “Moctezuma III”), para comprobar que los grandes descubridores del país no despachan en una cripta de jade, sino en el más sencillo de los entornos. Ajeno al lujo, el INAH es nuestro mayor lujo.

Las dedicatorias de Monsiváis eran todo un género literario. En mi ejemplar de Las herencias ocultas, escribió: “este retrato de la época que acabará el 1 de diciembre de 2000”. Se refería a la llegada de la derecha al poder.

Ningún homenaje mejor para el cronista, a diez años de su fallecimiento, que defender al INAH. La tarea es tan importante como la que Prieto asignó a sus cuadros de costumbres: impedir que seamos extranjeros en nuestra patria.

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