Juan Villoro
 
Hace (45) meses
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Antes de arrancar, el Tren Maya provocó un atropello. La víctima fue la lengua castellana. Exploremos las causas del delito.

El 24 de junio, día del Bautista, llovió sobre mojado. México despertó con noticias del sismo, numerosas muertes por el coronavirus y una extraña controversia lingüística provocada por Fonatur. Un documento de dicha institución, dedicado al posible impacto del Tren Maya en los pueblos originarios, señalaba lo siguiente: “El etnocidio puede tener un giro positivo, el ‘etnodesarrollo’, este puede ser posible si se involucra en el proceso de desarrollo”. La frase tiene vacilante puntuación, carácter repetitivo y un inapropiado uso verbal (un giro no se “tiene”, se provoca). Pero su significado era peor, pues promovía la limpieza étnica. ¿En nombre de los inventores del cero se proponía un borrón y cuenta nueva: de Pakal II a Milosevic?

El documento fue criticado con justicia en las redes sociales. Poco después, los responsables señalaron que se había citado “un extracto fuera de contexto”. Toda cita suprime el resto del texto; eso sólo resulta criticable cuando se modifica el sentido del discurso. ¿En qué contexto es correcto decir: “el etnocidio puede tener un giro positivo”? Esa aberración no desaparece por lo que se diga después. Quienes invitan a cometer golpes de Estado suelen elogiar la democracia unos párrafos más adelante.

Las excusas son el refugio de los cobardes. Después de apelar a la cita “fuera de contexto”, las autoridades reconocieron su error. El fragmento en cuestión debía decir: “El etnocidio tiene un opuesto positivo, el etnodesarrollo…”. La frase cambiaba de sentido, pero parecía escrita con machete. Sólo un zombi diría: “La enfermedad tiene un opuesto positivo, la salud”.

¿Quién revisa los escritos de Fonatur? Obviamente, la redacción no es una de sus prioridades. Alguna vez Gabriel Zaid dijo que un corrector de estilo podía ser más importante que un economista. Tenía razón. Por desgracia, los custodios del idioma pertenecen a un oficio casi olvidado. En El libro y sus orillas, fervoroso y detallado repaso de cómo se arma, corrige y edita un buen libro, Roberto Zavala Ruiz escribe: “La corrección de estilo es un trabajo de limpieza, ordenamiento, sistematización, que requiere de cualidades específicas. A más de una cultura amplia y profunda, el corrector debe ser lo bastante obsesivo para volver sobre el original una vez y otra, y otra más, para buscar el término preciso hasta encontrarlo; para, en fin, auxiliar al autor en la consecución de su mejor prosa”. Esta apasionada y heroica tarea es una forma de la ética. Cuando Zaid aclaró a Díaz Ordaz el sentido de la palabra “repudio”, brindó una lección de estilo y demostró que el idioma no es propiedad de la autoridad, sino de quien se sirve de él con la corrección que le proporciona el uso, es decir, el pueblo. El artículo “Legítimo repudio” debería estar en los libros de texto.

El Tren Maya es un proyecto clasista y desarrollista que beneficiará a unos cuantos. Organizaciones indígenas, ambientalistas y defensores de la arqueología se han opuesto a ese despropósito. Hace unos meses, Claudio Lomnitz escribió en La Jornada: “El Tren Maya, que tendrá mil 500 kilómetros y 12 estaciones, transportará a un número de turistas extranjeros parecido al que recibe anualmente Cancún, además de los turistas nacionales. […] Esos lugares recibirán a los más de 4 millones de turistas del circuito. Para alojarlos, alimentarlos y entretenerlos habrá que construir hoteles, restaurantes, bares, discotecas, burdeles, lavanderías, misceláneas y mil otras cosas. No va a ser cuestión de proteger árboles donde pase el tren. Habrá que sacar agua de ríos y de mantos freáticos, derribar selvas, y pavimentar milpas. El tren cambiará la vida de la región, como la cambió en su momento Cancún”.

Freud se sirvió del concepto de lapsus para lo que decimos sin querer. A veces nos traiciona el inconsciente. El documento de Fonatur elogió el etnocidio por casualidad, pero el proyecto mismo, desarrollista y neoliberal, lo promueve. Ese es el contexto que debe analizarse.

Los eufemismos son como las “palabras maletín” de Lewis Carroll: dentro de una hay otra. Cuando Hitler hablaba de “solución final”, se refería al “Holocausto”.

Veremos adónde conduce el “opuesto positivo” del Tren Maya.

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