Pilar indiscutible en la fundación del Centro Hidalguense de Investigaciones Históricas AC —Cehinhac, por sus siglas—, fue el sacerdote e historiador Héctor Samperio Gutiérrez, cuya biblioteca —hoy parte del acervo bibliográfico de la Universidad Autónoma de Hidalgo—, con más de diez mil volúmenes, cobijo los primeros ensueños de quienes iniciamos el camino en la investigación de la historia regional hidalguense.
Héctor formó parte de una nutrida familia de hombres de a caballo —charros de cepa— oriunda del vecino municipio Epazayucan, sitio en el que se destacaron como importantes agricultores y en el que poseían el famoso rancho de Tecuaco, o de la Santa Cruz, otrora importante productor de pulque; asimismo, la familia era propietaria de los terrenos del antiquísimo rancho Santiago Calabazas, al oriente de Pachuca, del que existen noticias desde el primer siglo de la conquista hispana, lugar que hoy es ocupado por el fraccionamiento residencial Jardines de San Francisco. donde radican aún varios miembros de las familias Samperio y Gutiérrez.
La corpulenta figura de Héctor —medía poco más de 1.80 metros de estatura—, enfundada invariablemente en trajes obscuros, combinados con la camisa blanca y corbata negra, permitían reconocer su estado sacerdotal, pero aquella cara alargada iniciada con una barbilla discretamente partida y concluida arriba de los antejos obscuros, con el hirsuto cabello surcado por algunas canas, permitían adivinar que se trataba de un hombre sabio y comedido a respaldar cualquier actividad intelectual.
Héctor, o mejor aún, el padre Samperio, como le llamábamos todos, vio la luz primera en Pachuca el 2 de octubre de 1929. Aquí realizó sus primeros estudios, a cuyo término decidió ingresar primero en el seminario de Tulancingo, de donde pasó al de Montezuma, en Estados Unidos, del que egresó hacia 1952 para ordenarse como sacerdote, ministerio en el que pronto encontró un gran complemento a su vocación: la investigación de la historia, como medio idóneo para llegar a los más necesitados, como lo hiciera cuatro siglos antes fray Bernardino de Sahagún, a quien por cierto profesó siempre una gran admiración.
En este contexto de ideas, el sacerdocio y su pasión por la investigación histórica pronto le llevaron a formar parte de organismos pastorales, tales como el Centro Nacional de Ayuda a las Misiones Indígenas —Cenapi— y coadyubó con otros a nivel latinoamericano, como la Celam—, en los destacó siempre por su conocimiento de los grupos indígenas del continente, actividad que le llevó a conformar su impresionante biblioteca, esa misma que nos cobijó a partir de 1972.
Cómo no recordar aquí las tardes sabatinas, cuando nos reuníamos en la pequeña sala de juntas del Cehinhac y que Héctor nos mostraba “las nuevas adquisiciones” —libros adquiridos en librerías de Ciudad de México durante la semana— que revisábamos minuciosamente antes de iniciar nuestra acostumbrada sesión, mismos que de inmediato eran catalogados por Teresita —Tere Samperio, su sobrina y encargada de la biblioteca— a efecto de que pasaran a engrosar los plúteos de la biblioteca.
Al crearse el Cehinhac, Héctor rechazó ser su presidente, debido a su condición sacerdotal, pero fue designado vicepresidente.
A invitación suya, vinieron a Pachuca Wodrow, Borah, Sherburne F. Cook, impulsores de las nuevas e innovadoras hipótesis para el estudio de la población histórica de México. El doctor Lino Gómez Canedo, la mayor autoridad sobre el estudio de los franciscanos en México; Richard Millet y otros expertos historiadores, que mucho nutrieron nuestro quehacer en la historia regional.
A pesar de su ministerio sacerdotal, Héctor Samperio convivió admirablemente con aquel abigarrado grupo de historiadores, de muy distintas formas de pensar, sin haber realizado jamás insinuación alguna de carácter confesional y que respetó la forma de pensar de todos nosotros.
Con gran ahínco, inició por aquellos días sus estudios sobre los Códices Catequéticos, la evangelización franciscana y agustina, y en particular sobre el Colegio Apostólico de Propaganda Fide de Pachuca —san Francisco—, al tiempo que auspiciaba investigaciones sobre grupos indígenas hidalguenses; impulsó también la formación de la Asociación de Historia Eclesiástica de las diócesis de Tulancingo y Tula y coadyuvó a la formación del Centro de Estudios sobre el Estado de Hidalgo de la Universidad Autónoma de Hidalgo.
En 1987 se integró a la Dirección del Patrimonio Cultural de Querétaro, y como investigador de la Universidad Autónoma de Querétaro, donde continuó con diversas investigaciones sobre las misiones franciscanas de los Colegios de Propaganda Fide de Pachuca y Querétaro y Pachuca en la Sierra Gorda —ubicada entre los estados de Hidalgo y Querétaro— y estudios sobre la Alcaldía Mayor de Cadereyta y de Amealco, mientras en Hidalgo se publicaba su Historia del convento de San Francisco y su labor evangelizadora en el siglo dieciocho.
Miembro de la Academia Nacional de Historia, la que en 1975 le otorgó las Palmas Académicas y de la Asociación de Historiadores de Provincia, de la que fue fundador, aquejado de una crónica enfermedad, murió en la ciudad de Querétaro el 12 de marzo de 1998, aunque sus restos descansan en la ciudad de sus amores, Pachuca, esa misma en la que impulsó la creación de la institución que revolución la cultura hidalguense, el Cehinhac, hace ya medio siglo.
La fotografía que ilustra esta nota corresponde al sábado 13 de octubre de 1972 —un día después de la inauguración del Cehinhac—, en la que se ve a Héctor Samperio al centro, escuchando atentamente a don Rafael Montejano y Aguiñaga —presidente de la Academia Potosina de la Historia—, rodeado de diversos investigadores hidalguenses: Raúl Guerrero, Arnulfo nieto, Juan Manuel Menes Llaguno, y de espaldas, José Vergara.
