Hasta en las mejores familias
 
Hace (35) meses
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Las viejas no trabajan, tampoco tienen derecho a una herencia, mucho menos crear una empresa”
Son palabras que Maura recuerda haber escuchado de su padre desde que era niña.

Maura vivió su niñez y adolescencia bajo amenazas y agresiones, tanto físicas como verbales; sus cuatro hermanos, todos hombres, secundaban el maltrato de su padre hacia la menor.

Fue así como, entre insultos y golpes, Maura decidió cortar con todo, le pidió a su madre que le ayudara con algún dinero para pagarle al pollero y se fue de mojada a Estados Unidos.

Contrario a la motivación de la mayoría de paisanos que sueñan con irse al otro lado en busca de una mejor vida, para Maura su sueño consistía sí, en irse a ganar dólares, pero en realidad su gran sueño era regresar con dinero para poner su empresa y demostrar que las mujeres sí pueden trabajar fuera de casa y si pueden ser empresarias.

Con mucho esfuerzo y varios días caminando, Maura llegó a los Ángeles y comenzó a trabajar incansablemente, por las mañanas de afanadora en un hotel y por las tardes en un restaurante.

Con jornadas agotadoras, Maura recibía un buen salario y de inmediato empezó a enviar a su pueblo los dólares que ganaba para construir una casa estilo californiano y después poner un taller.

Varios años le llevó consolidar un patrimonio. Cuenta que durante el tiempo que estuvo en Estados Unidos no se compró ropa, solo usaba los uniformes y zapatos que le daban en el empleo. Finalmente, cuando creyó que ya tenía ahorrado lo suficiente, Maura regresó y con el apoyo de su esposo y sus hijos, levantó de cero una maquiladora en la que da trabajo a mujeres de su comunidad.

Y ese fue su error.

El éxito del negocio de Maura provocó la ira de su padre y hermanos que viven en la misma comunidad, quienes volvieron a hostigarla. Con la complicidad de los vecinos, le cerraron el paso en la puerta de entrada de la camioneta con la que transporta sus productos, cavaron zanjas y pusieron cadenas por los caminos vecinales para que no pudiera entrar ni salir de su vivienda.

Como Maura no se dejaba intimidar le exigieron un pago de 300 mil pesos para liberar los caminos, cantidad que aumentaba cada dos días.

Con estas medidas pensaron que Maura cerraría el negocio, pero no fue así, esta mujer brava y emprendedora tomó la determinación de no dejarse chingar y a lomo carga su producto y junto con su esposo y sus hijos van por las veredas llevando sus artículos para uso en albercas, hasta la carretera, y así distribuir su producto en los balnearios de los pueblos cercanos además de llevar su mercancía a Veracruz y Nayarit.

A tal grado ha llegado la presión para Maura, cuyo único pecado es ser mujer en un lugar donde para algunos hombres la mujer no tiene valor alguno, que les ha ofrecido dejarles todo y que le paguen lo invertido, pero eso tampoco los satisface y ya la sentenciaron a que ahí se va a quedar aguantando maltratos e insultos de su padre.

Ante esta situación, Maura ha pedido la intervención de la autoridad, pero hasta el momento no ha tenido respuesta.

Entonces Maura se pregunta, ¿qué esperan las autoridades para actuar? ¿o van a responder cuando haya una desgracia?

Historias como la de Maura y las de cientos de Mauras que hay en el país, nos revelan que, a pesar de los movimientos feministas, muy poco hacen por estas mujeres que solo intentan salir adelante no importando el género.

En este siglo XXI ser mujer indígena en algunas regiones del país es sinónimo de sometimiento porque, aseguran aquellos que aún viven en el pasado, las viejas solo sirven para estar en la casa.

Espero sus comentarios. Fb: bertha alfaro

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