Gonzalez de Ávila, encomedero de Itzmiquilpan / Primer, sentenciado a Muerte en la Nueva España
 
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Itzmiquilpan, el antiguo Zutcaní otomí, era, según los primeros cronistas, un oasis enclavado en medio del árido Valle del Mezquital, cuyas tierras regadas por las aguas del río Tula le convertían en un verdadero vergel productivo, de clima templado. De allí que su encomienda fuera desde los primeros años del virreinato motivo de codicia.

El primer encomendero de Itzmiquilpan y Tlacintla —poblado contiguo—fue Pedro Rodríguez de Escobar —soldado que participó en la caída de Tenochtitlan, al lado de Hernán Cortes— poco después Tlacintla —la Otra Banda— fue segregada a fin de que tributara directamente a la Corona. Para 1535, figuraba como encomendero de Itzmiquilpan, Juan Bello, quien heredaría tal privilegio a su yerno, Gil González de Ávila.

Gil González de Ávila fue hijo del conquistador de Honduras Gil González de Benavides y por ende miembro de una de las principales familias del virreinato. Casó don Gil con la hija de Juan Bello, de quien recibió mortis causa la encomienda Itzmiquilpan, lugar al que se trasladó poco antes de mediar el siglo XVI, allí construyó su mansión en un gran solar del que separó una buena porción en favor de los monjes agustinos para la construcción del templo y convento que edificara Fray Andrés de Mata, constructor también del monasterio de Actopan.

La actitud de los primeros encomenderos entre ellos la de Gil González de Ávila fue francamente nociva para los indígenas de la región que vivían prácticamente esclavizados por la encomienda, lo que motivó diversas protestas ante Felipe II, aunque fueron las primeras cedulas y leyes expedidas por el primer virrey de la Nueva España don Luis de Velasco, las que enfrentaron la conducta despiadada de los encomenderos.

En 1563, Martín Cortés, hijo del conquistador de México y de Malintzin, retorna de España, apenas establecido aquí un grupo de encomenderos inconformes, por las disposiciones del virrey, encabezados por los hermanos Alonso y Gil González de Ávila, en colusión con el visitador Valderrama, proponen a Martín Cortés para encabezar un movimiento que convirtiera a Nueva España en territorio independiente, a cambio de respetar los intereses de los encomenderos.

La conspiración que llevó el nombre de Conjura del Marques del Valle fue descubierta el 16 de julio de 1566, ordenándose la inmediata aprensión de los conjurados, el primero fue el propio Martín Cortés y enseguida Alonso González de Ávila, quien fue apresado en su casa, de la esquina de las calles del Relox y Las Escalerillas —después esquina de Guatemala y Seminario— en tanto que Luis Gil se refugió en su casa de Itzmiquilpan, hasta donde llegaron los militares enviados por el virrey y allí fue aprendido ante el azoro de muchos curiosos.

Cuenta la “conseja popular” que cuando entraron por él a su casa empezaron a repicar las campanas del templo —en construcción aún— generándose gran alboroto. Con el temor registrado en los rostros, el piquete de soldados que había apresado a Gil González se parapetó en la casa. Pronto los curiosos empezaron a gritar ¡fuera la guardia!, ¡de aquí no se lo llevan!, en ese momento llegó al zaguán de la casa el prior de los agustinos, quien solicitó hablar con el capitán de guardias, a fin de mediar en el tumulto. La puerta se abrió lentamente franqueando la entrada al fraile. Momentos después salió nuevamente, solicitando paso libre a los soldados que dijo solo cumplían órdenes superiores; detrás venía don Gil, atado de manos, con la cabeza gacha, que levantó para ver a la multitud perpleja y compadecida por él. Era el 19 de julio del año del señor de 1566.
Dos días después comparecía en la Ciudad de México ante los jueces del ramo criminal y eclesiástico, en

compañía de los otros inculpados, a saber el propio Martín Cortes, el deán de la Catedral don Juan Chico de Molina, don Cristóbal de Oñate, y una docena más de reconocidos personajes. Los jueces escucharon con atención los testimonios de quienes aseguraban que, durante la fiesta de bienvenida a Martín Cortes, se pronunciaron discursos subversivos, en los que se habló de la conjura y todos señalaron como los principales instigadores a Gil y Alonso González de Ávila, que fueron acusados del delito de lesa majestad.

En sumarísimo proceso, los implicados fueron condenados a la pena capital —muerte por decapitación— y los hermanos González de Ávila serían los primeros ejecutados, el 3 de agosto de 1566. Sacados de la prisión fueron llevados hasta el patíbulo levantado frente a las Casas del Cabildo, donde fueron ejecutados al atardecer de aquel día.

Dicen los cronistas de la época que más de 10 mil almas acudieron para presenciar el dramático espectáculo de la decapitación de los Ávila, a quienes, tras vendarles los ojos, se les obligó a poner su cabeza en banco, donde fue cercenada por el hacha mortal del verdugo, después sus cuerpos fueron llevados al San Agustín, donde se les dio sepultura, en tanto que sus cabezas fueron ensartadas en una picota instalada en la Plaza Mayor para que sirviera de ejemplar escarmiento.

La casa de los Ávila en la Ciudad de México fue destruida y en el solar que quedó se aró la tierra y se sembró con sal. En tanto que la encomienda de Itzmiquilpan fue entregada a la corona española y su casa fue demolida y en su lugar se construyó una gran plaza rodeada de portales, que es hoy el centro de esa población, imagen que ilustra esta publicación, procedente de 1955.

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