Fifís arrepentidos no deben quitarle el sueño a AMLO
 
Hace (64) meses
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Eduardo Ruiz-Healy

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Aprovechando el pasado puente, decidí ir de viaje. La salida de mi avión del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) solo se atrasó 20 minutos. Fuera del inconveniente que a mí y a otros pasajeros nos causaron antes de abordar unos mal preparados y prepotentes encargados de seguridad contratados por Volaris, el vuelo transcurrió sin incidentes.

Otra fue mi experiencia al regresar a la Ciudad de México (CDMX) el lunes en la noche. Llegué al aeropuerto a las 19:00 horas, en vista de que mi vuelo salía a las 20:45. En el mostrador de Interjet me dijeron que el vuelo estaba retrasado porque el avión aún no despegaba del AICM por problemas de tráfico. Consecuentemente, mi vuelo saldría a las 22:00 horas.

Antes de las 22:00 abordé el avión, que despegó a las 22:10 y aterrizó en el AICM a las 00:05 del martes.
Ya que aterrizó el avión, se detuvo en alguna posición remota del aeropuerto donde permaneció. Después de 30 minutos, el capitán se acordó de sus pasajeros para anunciarnos que desembarcaríamos en la Sala 21 y que, debido a que se encontraba otro avión en esa sala, teníamos que esperar a que este se fuera.

Así pasaron entre 10 y 15 minutos hasta que, por fin, el Airbus se enfiló hacia la Sala 21. Cinco minutos después empezamos a salir todos del avión para iniciar lo que resultó ser una larga caminata por un pasillo recién construido, que algún genio contratado por Aeropuertos y Servicios Auxiliares diseñó para supuestamente facilitar el tráfico de pasajeros dentro de la terminal aérea.

Pasada la una de la mañana, y luego de pasar migración rápidamente y sin mayor sorpresa, mis compañeros de vuelo y yo aguardamos una hora más a que llegara nuestro equipaje. La tardanza fue inexplicable, en vista de que aparentemente no había muchos vuelos llegando a esa hora.

En resumen, salí del AICM a las dos de la mañana, es decir, ocho horas después de que llegara al aeropuerto desde donde inicié mi regreso a la CDMX.

Durante los 60 minutos que transcurrieron para que llegara el equipaje, varios pasajeros se me acercaron para manifestar su enojo y frustración. Yo les dije que se fueran acostumbrando a experiencias de viaje como esta porque la solución que le dará el próximo gobierno al problema del tráfico aéreo de la CDMX es, de acuerdo con los verdaderos expertos, inviable, y la única solución posible habría sido el Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México.

Varios de ellos me dijeron que el 1 de julio votaron a favor de Andrés Manuel López Obrador y que ya se estaban arrepintiendo de haberlo hecho. Les dije que su arrepentimiento era prematuro y que debían darle a AMLO la oportunidad de demostrar lo que es ya como presidente. Uno de ellos me respondió que aun sin serlo, ya había hundido al peso y a la Bolsa Mexicana de Valores. No supe qué responderle y me limité a desearles suerte a todas esas personas.

Los que ayer me dijeron que ya estaban arrepentidos de haber votado como lo hicieron en la pasada elección presidencial no representan la base de los seguidores de Andrés Manuel. Son los fifís que, hartos de los priistas y panistas, decidieron apoyar al morenista. Representan una minoría entre quienes votaron por el hoy presidente electo. Este no tiene por qué preocuparse de que se estén arrepintiendo. Los que cuentan son los pobres, que son gran parte del pueblo bueno y sabio que votó contra el NAICM en la consulta de octubre pasado. AMLO puede dormir tranquilo.

Eduardo Ruiz-Healy

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