Felicitar a Biden
 
Hace (40) meses
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Las elecciones de Estados Unidos duraron lo suficiente para mantener al planeta en vilo. Si los demás países pudieran votar, Biden habría ganado con solvencia, aunque no por méritos propios, pues sus mayores virtudes dependen de otras personas: no es Trump y se postuló en compañía de Kamala Harris, mujer de ascendencia india que hará historia como vicepresidenta.

El día en que se supo triunfador, Biden cumplía 48 años de haber sido electo por primera vez al Senado. No se pueden esperar grandes cambios de quien lleva casi medio siglo en la burocracia oficial. Pero al menos Biden cree en la ciencia. La elección fue, en última instancia, una disputa entre la sensatez y la mentira.

El camino del nuevo presidente no será fácil. Tendrá al Senado en contra si los demócratas no ganan en enero los dos escaños de Georgia (lo cual empataría el número de senadores y daría a la vicepresidenta el voto diferencial). Por otra parte, deberá satisfacer a las corporaciones que lo apoyaron en forma millonaria y a las corrientes de un partido sin otra brújula que la de añorar su pasado.

Al no reconocer a Biden y apelar al litigio, Trump muestra falta de grandeza; sin embargo, debe ser entendido en sus propios términos. Alargar la zozobra y quejarse de injusticias permiten que sea percibido como el rebelde que pagó cara la audacia de desafiar al sistema. No se debe escatimar que recibió más de 70 millones de votos, cifra récord para un mandatario en funciones. Cuando finalmente acepte su derrota, lo hará como un sacrificio para impedir una guerra civil, pues muchos de sus seguidores están armados. Así se preparará para el lance decisivo del sueño americano, que no es el triunfo, sino el comeback, el regreso contra todos los pronósticos.

Todo esto lleva a lo que nos importa a nosotros: ¿qué debe hacer México? Recordemos que Trump realizó un solo viaje al extranjero durante su campaña, orquestado por Luis Videgaray. A pesar de sus ataques racistas, el gobierno de Peña Nieto le brindó el escenario perfecto para mostrar temple presidencial.

Durante cuatro años México ha tenido que hacer patinaje artístico para evitar sanciones, canjeando la posible subida de aranceles por el control de migrantes. Ahora, la tardanza en reconocer el triunfo de Biden ha hecho que, una vez más y en forma reductora, se asocie a López Obrador con populistas como Putin y Bolsonaro.

Aunque es de celebrar que Biden represente el mal menor, la política exterior mexicana no puede guiarse por esas preferencias. López Obrador ha vuelto a la Doctrina Estrada, promulgada en 1930, cuyos principios axiales son el respeto a la autodeterminación de los pueblos y la no intervención en sus asuntos internos. No se trata de una mera actitud de neutralidad ante los conflictos internacionales. En el espíritu de la Doctrina Carranza, puesta en práctica después de la invasión estadunidense de 1914, la Doctrina Estrada entendió el principio de autodeterminación como un recurso antiimperialista en un momento en que los países de la región eran presionados para reconocer a los regímenes peleles impuestos por Washington.

La Doctrina Estrada fue recientemente invocada para no sumarse a Trump y al Grupo de Lima en el reconocimiento a Juan Guaidó como “presidente encargado” de Venezuela y para proponer, junto con Uruguay, un diálogo entre las partes.

Aguardar el desenlace legal de las elecciones de Estados Unidos se inscribe en esa lógica. Además, Trump todavía es presidente.

La cautela mexicana fue decisiva para la liberación del general Salvador Cienfuegos, que solo se explica por un acuerdo político en la cúpula. ¿Es culpable el exsecretario de Defensa? No tengo la menor idea. Lo cierto es que actuó como si no lo fuera, viajando como turista con su familia a Estados Unidos y declarándose inocente ante la jueza, lo cual puede tener graves consecuencias en ese sistema judicial.

Congruente con la Doctrina Estrada, la política exterior insiste en respetar la soberanía de ambos países. Con todo, la exitosa negociación para liberar al general obliga a pensar en la creciente dependencia del actual gobierno ante el Ejército.

Alfonso Reyes dijo que Genaro Estrada era “el último que pierde la cabeza y el primero que organiza el salvamento”. No extrañamos su doctrina, que está vigente, sino su temperamento en la gestión pública.

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