Es la sana distancia, Ricardo, social y política
 
Hace (44) meses
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Luego de dos meses los legisladores hidalguenses regresaron al pleno, de manera presencial, para encontrarse con una serie de medidas sanitarias obligadas por la pandemia que azota al planeta.

Y en medio de las consabidas desavenencias, puntillas y traiciones que han sido la regla en la presente legislatura, quien regresó para encontrar otras medidas fue el diputado sosista-morenista Ricardo Baptista. La sana distancia.

Luego de alcanzar la Junta de Gobierno y por causa de su incapacidad política fue relegado a una categoría menor a la de diputado raso.

Antes, con la suerte en sus manos, era coordinador de la bancada mayoritaria y levantaba la voz e increpaba a quienes decía era sus pares; hoy su falta de capacidad política lo ha dejado como integrante de esa bancada, relegado incluso a no pertenecer a alguna comisión legislativa. Valga la redundancia, es el único legislador que no pertenece a nada, aunque puede que sí a alguien.

Pero relataba el regreso de los diputados al Congreso. Ricardo Baptista frunce el ceño, lanza miradas retadoras a sus homólogos, coordinadores y coordinadoras; a sus propios compañeros de bancada, lanza miradas adustas a diestra y siniestra, política y metafóricamente hablando. Viejo lobo de mar.

Observa con enojo cuando la votación de un dictamen avanza y la traición se consuma, y es que él votó en contra. El ejercicio legislativo sigue su curso. Se escucha: “…a favor…a favor…a favor”.

Baptista endurece su rostro —una, dos, tres ocasiones— enmarca su mirada irritada a su alrededor, a todos, excepto a una persona, a una diputada, quien le da la espalda físicamente en la curul improvisada para guardar la sana distancia. Le dio la espalda física y políticamente: Lisseth Marcelino Tovar, la ahora coordinadora de bancada, de Morena.

Pero él ni la ve ni la oye. Cree que dicta y aconseja. Para Baptista su coordinadora no merece ni una mirada de reproche, de enojo o reclamo. Vamos, no merece ni una sola mirada. En la política las traiciones son comunes, por eso sus compañeros no temen repetir lo que han escuchado de Ricardo, que Lisseth está ahí por su cercanía con el superdelegado Abraham Mendoza.

Entonces la furia sale de sus labios: “Atropellado, premeditado, bajo, malicioso y artero”. Y en su calidad de diputado raso reclama al diputado Marcelino, en su calidad de presidente de la directiva: “denuncio su omisión y falta de cumplimiento de sus atribuciones”.

Así, Baptista acusó la traición de haber sido excluido de un acuerdo que su propia coordinadora de bancada avaló con su voto; acusó así una imperdonable falta de respeto, de comunicación y, en un ataque de honestidad intelectual… ¡de intereses de grupo! ¿Pero a qué grupo se refería él?

Aludió después a una falta de sensibilidad, de coordinación, de oficio, de altura de miras, de todo y contra todos. Una mala decisión, con quien debió dialogar guardó silencio. ¿O acaso es rechazo?

Ricardo Baptista parece gritar en silencio que no acepta ser coordinado por una mujer, no acepta rendirle cuentas, no se permite Interactuar con ella, a quien ni tarde ni perezoso solo le restó espetar dos adjetivos que acabaron por testimoniar su desavenencia y su frustración a la sesión: “Usted es un timorato y un empleado”, le dice Marcelino Carvajal.

Esta “traición”, de los diputados de la universidad, logró que no logró Baptista nunca, que sosistas y morenistas congeniarán.

Y que lo tome como nota, en nadie se puede confiar, menos en quienes relatan como Baptista se refería de la diputada Lizbeth en reuniones como una mezquina y con otro adjetivo que no pienso repetir aquí. Ahora ella es su jefa, o por lo menos así lo determina la legislación.

Parece que Baptista, después de todo, se quedó solo; sus compañeros de bancada le aplicaron la sana distancia, como marca el manual de la pandemia, una distancia social y política, para quedarse con la más espantosa soledad de… 17 en compañía.

Jorge Ávila
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