El último
 
Hace (69) meses
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Los días pasan, la presión crece. Se acerca la hora de elegir a nuestro futuro Presidente. “Una elección histórica”, dicen los analistas. Presenciamos el último debate, observamos con cuidado a los cuatro candidatos debatir; una vez más escuchamos sus propuestas, y al finalizar el evento, sentimos que nos quedamos en ascuas. ¿Quién ganó? ¿Quién perdió? ¿Quién nos hubiera gustado que ganara y quién que perdiera en este último debate definitivo antes de las elecciones? ¿Perdieron los cuatro o los cuatro ganaron? Nuestro criterio se ha ido distorsionando poco a poco, algo nos impide discernir correctamente. Estamos sobreinformados, indigestados y saturados. Sin embargo, no podemos dejar de preguntarnos qué nos pareció el debate. No comentarlo sería inaudito. Y si digo que lo ganó Meade, ¿por qué, entonces, quedó en tercer lugar en las encuestas de mi diario? ¿Soy sincera al decirlo? ¿Estoy realmente convencida de que ganó? Me pregunto si él mismo está convencido que fue el triunfador. Tal vez tendría que proyectarlo más para que se le crea más. Es cierto que mientras escuchaba a Anaya, me parecía muy elocuente y preparado. Es cierto que me llamaba la atención que le dijera, cara a cara, a sus contendientes lo que pensaba de cada uno de ellos. “Voy a meter a Peña Nieto a la cárcel”, dijo varias veces. Decía enfáticamente. Y es cierto que era, de entre los tres, el que parecía trasmitir, en tanto enumeraba sus propuestas, más pasión y enjundia. Para sus seguidores, él ganó el debate. Pero yo no soy su seguidora. No le creo del todo a Anaya. Es un enigma. Una cajita cerrada herméticamente. Tiene cara de que guarda muchos secretos. ¿Cómo serán sus crisis existenciales? ¿Tendrá? Su cerebro está tan bien organizado, que tengo la impresión que Anaya-niño se sabía las tablas de multiplicar desde que tenía dos años. ¿Y su corazón? Ese órgano es el que me temo que es como una nuez dura y cerrada. Lástima, porque es muy joven para que se le haya endurecido tanto. Confieso que en este último debate me gustó más Andrés Manuel López Obrador que en los pasados. Me gustó su actitud. “Tiene sonrisa de que va ganando el 50% de las elecciones”, me escribió un amigo por WhatsApp en pleno debate. De los cuatro, era el único que transmitía esa seguridad. Su pelo blanco y esponjado hacía juego con su camisa inmaculada, su dentadura y sus uñas. De los cuatro es el que se veía el mas sabio, el más viejo y el más colmilludo. Me gustó que insistiera tanto sobre el peor cáncer que tiene México, la corrupción. No hay medicinas, por la corrupción, no hay hospitales, no hay camas suficientes para los enfermos. Por otro lado, no se me oculta que López Obrador se hace bolas con sus propuestas. Que no le salen las cuentas y que hay temas que no conoce a fondo. Tengo la impresión de que no se da cuenta, si gana, de lo que le espera. A quien realmente se le va a venir el Tigre encima es a él. ¿Cómo lo va a parar, a dominar y a controlar? Lleva 18 años alebrestando al tigre. Volvamos con José Antonio Meade. No me gustó que le echara porras, antes de iniciar el debate, a la Selección. No venía al caso. Dos veces lo hizo y en ambas ocasiones no surtió efecto. No sé por qué pensaba que durante el debate Meade iba a hacer un anuncio contra el supuesto lavado de dinero de Anaya, mas no lo hizo. “Hoy será un día clave”, me escribió un funcionario priista. No sé a qué se habrá referido. Hubiera sido genial que el candidato presidencial Meade hubiera aprovechado el último debate para anunciar algo fuerte. Por ejemplo, que muy pronto meterán a la cárcel a Rosario Robles, a Ruiz Esparza y a Lozoya. Me temo que Meade es demasiado decente, correcto y honesto para una campaña presidencial a la mexicana de un país como el nuestro, un país tan revuelto, complejo y particularmente violento debido a la desigualdad y a la pobreza. He dicho y redicho que yo sí voy a votar por él, que no me importa el lugar que ocupa en las encuestas y que sin duda sería el mejor Presidente para México, especialmente en estos momentos, en donde en cada esquina, de cada ciudad, de cada estado y municipio, se encuentra un tigre rumiando y dando vueltas impacientemente. Cuando terminé de ver el debate en las instalaciones de nuestro periódico, vi en la gran pantalla, retirarse a los cuatro candidatos, como diciéndose entre sí, esta es la última y nos vamos. Los vi tristones, cansados y, sin embargo, súper convencidos de que cada uno de ellos había sido el triunfador del último debate.

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