El primer automóvil en Pachuca
 
Hace (51) meses
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En el año de 1973, tuve la oportunidad de realizar una extensa entrevista a un viejo minero de esta comarca, don Manuel Luvian, quien contaba entonces con 81 años, nació en Real del Monte el 6 de enero de 1892, desde los seis o siete años, vino con su familia a radicar a Pachuca, en una antigua casa del barrio de La Fuente Seca, ubicado en los confines de la calle de Ocampo. Como su padre, don Manuel entró a trabajar a la mina casi desde niño, primero como guangochero –encargado de llevar a su padre el almuerzo transportado en una bolsa de lona llamada guangoche– y luego, al cumplir los 15 años, como ayudante de ademador.

Pero don Manuel, como lo afirmaba con énfasis en la entrevista, fue también niño y “muy travieso por cierto”: “Con frecuencia mis cuates y yo éramos reprendidos por los profesores de nuestra escuela, la Municipal Numero 5, que estaba en las calles de Galeana, por andar alzando las faldas a las señoras que iban al mercado; mi grupo de amigos tenía un denominador común, éramos todos vecinos de la Cuesta China –Calle de Ocampo y aledañas– y como yo, todos eran guangocheros que llevaban el almuerzo a sus familiares, yo a mi padre, que laboraba en la mina del Cristo, ubicada en el viejo camino del Bordo, al norte de la ciudad, al regresar me quedaba en el turno vespertino –de 1 a 5 de la tarde–, de modo que teníamos mucho tiempo para hacer diabluras por aquí y por allá”.

De todas sus experiencias infantiles, una guardaba don Manuel con especial afecto y es la que comentaré en esta entrega, relativa a la llegada a Pachuca del primer automóvil para narrarla he recurrido a otras fuentes que complementan los datos que Luvian ignoraba.

Todo sucedió el viernes 31 de octubre de 1902 –asegura que tal día fue domingo, lo que es inexacto–, don Manuel era un niño de 10 años, en aquellos años la inocencia infantil se prolongaba más allá de los 12 años, afirmaba el entrevistado. “Aquel día, en unión de mis amigos: el Güicho, el Canangas, el Chinguiñoso y el Cura, miembros de los barrios La Fuente Seca y La Cruz de los Ciegos, bajamos al centro para comprar el pulque que complementaba el almuerzo de nuestros parientes, entre ellos mi padre. Fuimos a la pulquería El Gato Negro de la esquina de Doria y Guerrero, pero aquel día, los surtidores del neutle, se habían retrasado por alguna circunstancia, debido a lo cual la prole decidió buscar en qué entretenerse mientras llegaban los repartidores de pulque”.

Los recuerdos llegan poco a poco a la mente de Manuel Luvian, cuando evoca los sucesos de aquel día. “Eran como las 11 de la mañana y caminábamos  hacia la plaza del Xixi –fibra jabonosa que se obtiene del bagazo del maguey–,  establecida al sur de la escuela Altamirano –antes Colecturía de Diezmos–, cuando justo en el cruce que hacen las calles de Matamoros y Allende, quedamos estupefactos al observar un veloz vehículo que avanzaba sin ser jalado por bestia alguna, el artefacto caminaba sobre cuatro ruedas y producía un sonido totalmente desconocido por nosotros”.

Asegura Teodomiro Manzano que aquel automóvil llegó tripulado por los señores H. Menel y Pedro Z. Méndez, quienes venían de Ciudad de México y habían pasado veloces por Tizayuca y Villa de Tezontepec, donde deben haber causado gran impacto entre los pobladores; complementariamente se sabe que tal vehículo fue un Oldsmobile modelo 1900, que había sido registrado por su propietario en el club de automóviles de Chapultepec.

Pero volvamos a la narración de Manuel Luvian: “Detrás del auto correteaba una gran parvada de mozalbetes a la que pronto nos unimos nosotros, hasta que el vehículo se estacionó frente a la tienda de Francisco Cacho –en la esquina de Ocampo y Plaza Independencia– los conductores, ataviados con overoles blancos, boina y guantes negros, bajaron y se introdujeron en  la tienda, de donde salieron una hora y media después, acompañados de don Paco Cacho, el dueño de aquel almacén, a quien presumieron el que llamaron “automóvil”, que le mostraron palmo a palmo, abrieron el compartimiento de enfrente y le enseñaron el motor al igual que el compartimiento de la cajuela, lo hicieron subir y sentarse en los asientos delanteros y traseros como para mostrarle la comodidad. Al terminar limpiaron con un trapo mojado el cristal de enfrente –parabrisas– y se dispusieron a emprender la marcha de regreso, todo ello ante una verdadera multitud arremolinada al derredor del vehículo.

“Pero he aquí, que al iniciar la marcha, el escape de combustión  del vehículo, produjo varias explosiones, que provocaron un total desconcierto y estupor entre quienes observaban su partida, los mozalbetes que se aprestaban a corretearlo se dispersaron rápidamente y algunos inclusive se tiraron al suelo, yo los imité, otros buscaron refugio en los comercios de la plaza y otros salieron despavoridos en dirección contraria a la marcha del automóvil, pues pensaron que estaban bajo fuego de alguna partida de facinerosos”.

A más de un siglo de aquel acontecimiento, el automóvil sigue causando estupor entre la población pachuqueña aunque hoy debido a la tremenda invasión de tales vehículos en nuestras calles, ¡contrastes de la vida!, ¿no cree usted amable lector?

La fotografía es una vista de la Plaza Independencia en la que se captan los almacenes de Francisco Cacho y Compañía, sitio al que llegó el primer automóvil visto en Pachuca.

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