El guionista del Santo en la cárcel de Pachuca
 
Hace (66) meses
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El sábado 29 de junio de 1949, cinco días después de la catástrofe sufrida por la ciudad de Pachuca tras la inundación del día de San Juan, el alcaide de la cárcel de esta ciudad, David Gómez Quezada, recibía un comunicado de la entonces Dirección Federal de Seguridad de la Secretaría de Gobernación, cuyo titular era el licenciado Gustavo Casas Alemán; la misiva señalaba que al día siguiente recibiría un reo de alta peligrosidad que debía recluir de inmediato en celda segura de la cárcel del estado
El reclusorio estatal se encontraba, desde finales del siglo 19, en uno de los claustros del convento de San Francisco de Pachuca, exactamente donde hoy se encuentra la Fototeca Nacional. Era un lugar sórdido y por demás deprimente en el que se encontraban recluidos un número aproximado de 300 reos.
El sábado 29 de junio, poco después de las 5 de la tarde, un Packard negro de modelo reciente llegó al frente de la penitenciaría, del que bajaron cuatro hombres, tres vestían traje obscuro, zapatos lustrosos y finos sombreros de fieltro; el otro, en mangas de camisa, traía las manos atadas a la espalda y caminaba con la cabeza gacha. Todos entraron a la oficina del alcaide.
Minutos después, la puerta del reclusorio se abrió para que penetraran los recién llegados acompañados por el alcaide. La cárcel se componía de cuatro amplias galeras y una más dedicada a los servicios generales de cocina, comedor y baños; en las galeras los reclusos construían sus espacios de privacidad a base de tiras de madera y papel periódico, sitio en el que tenían su catre y las pocas pertenencias que les permitían.
Pero había también en la parte superior, casi en el desembarque de la escalera, un sitio llamado “apando”, nombre con el que, en el penal de Lecumberri, se designó a la celda de castigo para los reos que se negaban, rebeldes. En la cárcel de Pachuca esta celda era de reducidas proporciones, sin ventana alguna, a la que se tenía acceso a través de una pesada puerta de metal que solo se abría una vez al día para introducir y sacar trastes y una bacinica donde el recluido depositaba su orina y desechos fecales.


En ese sitio fue recluido aquel hombre de estatura regular, tez blanca y cabello castaño, que por seña principal carecía de un ojo, aunque el que llevaba era admirablemente igual al suyo, salvo que no tenía función alguna. El alcaide despidió a los hombres de traje obscuro y regresó a su oficina, se dejó caer en la silla que se encontraba detrás del escritorio y abrió el expediente con el que se enviaba al nuevo huésped de la cárcel de Pachuca; leyó el nombre dos o tres veces: Rafael García Travesí, movió la cabeza en signo de desaprobación y continuó la lectura, “…consignado por el delito de bigamia … bigamia; se dijo para sus adentros, y por ello tanto borlote. Formaba parte del legajo una nota escrita de puño y letra por el juez de Distrito, “…se trata de un reo altamente peligroso para la paz pública del país, pues con sus articulejos periodísticos ha incitado a la rebelión…”. Valla se dijo el alcaide, ya salió el peine.
Tres años y medio permaneció en la cárcel de Pachuca García Travesí, de los que cuatro meses transcurrieron en el “apando”, y el resto en la galera alta, donde logró darse a respetar. De vez en cuando recibía visita de algún familiar, aunque las de su abogado se realizaban por los menos una vez cada 15 días.
Rafael García Travesí, nacido en la Ciudad de México el 8 de abril de 1910, marcó su vida, primero al perder al año de edad el ojo izquierdo y luego al tener que abandonar sus estudios a la muerte de su padre; no obstante, formó parte del cuerpo diplomático mexicano en París hasta 1939, año en que regresó para incorporarse a la campaña de Juan Andrew Almazán y luego a la de Ezequiel Padilla, en 1946. Entre 1947 y 1949 se convirtió en el más acérrimo de los enemigos del régimen alemanista, al acusar a diversas autoridades de colusión con traficantes de estupefacientes en el vecino país del norte.
Por varios medios se intentó acallar su pluma, pero todo fue inútil, hasta que se descubrió que García Travesí se había casado tres veces desde su estancia en París y con ese pretexto se inició la acusación que lo mantuvo en la cárcel de Pachuca hasta diciembre de 1952.
Durante 1951 se sumó a la lista de visitantes el señor Armando Madariaga, antiguo impresor del diario El Observador, quien fue contratado por García Travesí para publicar un libro suyo de poemas titulado Rebeldías, que fue impreso en el taller de Madariaga en 1951, motivo por el cual este último sufrió el cierre temporal de su negocio y su internamiento en el mismo penal.
Un año después, en diciembre de 1952, García Travesí fue finalmente liberado. Gracias a su amistad con el actor David Silva, se convirtió en uno de los más importantes autores de historias para el cine nacional, donde figura como autor de películas como Viento negro, La Bandida, La ilegitima y media centena más entre ellas l noventa por ciento de los filmes de El Santo. García Travesí murió el 22 de marzo de 1984.
Hace unos días en mis pesquisas bibliográficas adquirí, aquí en Pachuca, en un bazar de los suburbios, un ejemplar de esa publicación que para muchos sería un libro de poesía más, de esos que se escriben a diario, pero este tenía tras de sí toda la historia aquí narrada; además, debo reconocer que se trata de poemas extraordinarios, logrados como debe ser: a través del uso de la rima, el ritmo, la cadencia pero, ante todo, con contenido, lo que supone, como dice Bécquer, domar el rebelde y mezquino idioma.

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