El evangelista
 
Hace (51) meses
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Florencia era ya una mujer madura, trabajaba en lo que fue una renombrada farmacia, “La Higia” –Diosa Griega de la curación, la limpieza y la sanidad– que se ubicara en la primera calle de Morelos, casi enfrente del mercado “Primero de Mayo”, sitio en el que ayudaba a la dueña, una anciana mujer que en sus buenos tiempos ejerció como enfermera, luego se retiró y abrió aquel negocio que en mi adolescencia, venía muy a menos.

Carmelita, que era el nombre de aquella mujer, atendía y aconsejaba a los clientes de la farmacia sobre los medicamentos que podían ingerir para combatir dolores, calenturas y en general todo tipo de males. Su mayor devoción era atender y dar de comer a los perros callejeros, que en aquella zona de la ciudad abundaban, de tal suerte que la banqueta y despacho de la farmacia, estaban siempre invadidos por un buen número de canes sin dueño.

Florencia, era el brazo derecho de Carmelita, pues lo mismo limpiaba y trapeaba el negocio y la banqueta, que colocaba la medicina en los anaqueles, o despachaba a la clientela cuando no se requería del visto bueno de Carmelita y desde luego, daba de comer a los perros y limpiaba los cazos una vez que estos ingerían el contenido de esos recipientes.

Se decía que en sus años mozos, Florencia, se fue a trabajar en sur de los Estados Unidos, de donde regresó por ahí de los años 50, en virtud de que los dueños del rancho ubicado en el Estado de California donde prestaba sus servicios, vendieron el lugar y tuvieron que despedir a todos los trabajadores, la mayoría de origen mexicano. Florencia, fue deportada y regresó a Pachuca desconsolada y hecha un mar de lágrimas, pues allá quedó Martín, el hombre del que estaba profundamente enamorada y de quien ni siquiera pudo despedirse.

Desde su llegada, Florencia entró a trabajar a “La Higia” con la intención de juntar algún dinero para regresar a los Estados Unidos, pero las desgracias no llegan solas y una nueva tragedia sacudió a la pobre mujer, al enterarse de que su madre padecía una aguda diabetes, que le provocó por aquellos días, la pérdida de la vista. Decidió entonces juntar el dinero para enviárselo a Martín a fin de que este viniera a Pachuca para casarse con ella, pero la enfermedad de la madre y sus achaques por la edad, impidieron que pudiera ahorrar cantidad alguna.

Durante todo este tiempo, Florencia mantuvo contacto con Martín, remitiéndole tiernas cartas que religiosamente eran enviadas cada quince días, aunque aquel esfuerzo de comunicación, enfrentaba un gigantesco problema, Florencia no sabía leer ni escribir, dificultad que sorteó, acudiendo a un “escritorio público” que se ubicaba en la primera calle de Riva Palacio a un lado del mercado “Primero de Mayo” frente a los baños públicos de ese centro de abasto, sitio en el que un ancianito, don Tobías Ramírez, aporreaba las teclas de su máquina de escribir, una Remington de los años veinte, frente a la que se sentaba por espacio de casi 12 horas diarias.

En aquella máquina, don Tobías, escribía lo mismo demandas y escritos judiciales –depósitos de renta, peticiones de embargo y hasta acuses de rebeldía–  que cartas de amor o trabajos estudiantiles; era como se decía entonces un verdadero EVANGELISTA, denominación derivada, de sus colegas asentados en el portal de Santo Domingo en México, inclusive ese fue el nombre del “escritorio público” de don Tobías, “El Evangelista”.

Aquel negocio iniciado a mediados de la década de los años 20, prosperó de tal manera, que hacia 1953, don Tobías había contratado los servicios de cuatro o cinco mecanógrafas, que le ayudaban a atender a la clientela, aunque muchos preferían que fuera él quien los atendiera, pues en el caso de las misivas de carácter personal, solo él sabía interpretar lo que el interesado quería decir a sus familiares o parejas sentimentales, con la seguridad que guardaría el sigilo requerido.

Una de las clientas más asiduas de “El Evangelista” fue precisamente Florencia, quien acudía puntualmente cerca de la quincena o fin de cada mes, para redactar la carta que enviaría a Martín y regresaba cuando recibía la contestación, a efecto de que don Tobías se la leyera. Se convirtió así aquel hombre en el vértice de unión de dos seres, separados por la fatalidad y la geografía y es muy probable que lo fuera en otros muchos casos.

Yo mismo al inicio de mi carrera como abogado, acudía a ese negocio, para dictar demandas contestaciones y otros escritos, hasta que la profesión dio para abrir un despachito. Pero volviendo a Florencia, don Tobías –su cupido escribiente– fue también el vehículo para comunicarle un día, que Martín cansado por la espera, decidió casarse con una muchacha originaria de Guadalupe Zacatecas, de modo que esa fue la última misiva que leyó don Tobías a Florencia, quien empezó a cavar su propia tumba en ese momento. Unos días después de haber conocido el contenido de la carta de Martín, dejó de trabajar en “La Higia” y no volví a saber nada de ella, hasta que un día dijeron que había muerto de no sé qué enfermedad. Don Tobías “EL EVANGELISTA”, si lo supo, y dijo que había muerto de amor y que él fue el conducto de la mortal enfermedad, ya que “no siempre daba buenas noticias a sus clientes”, decía resignado, mientras suspiraba profundamente.

La grafica que hoy complementa este artículo es una vista de la prolongación de Morelos, frente al Mercado primero de Mayo, tomada en 1968, desde la boca calle de Riva Palacio.

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