El conde de Regla en la imaginaria de la historia hidalguense
 
Hace (11) meses
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Trece años de labor periodística de Criterio
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A pesar de que la huelga de los trabajadores mineros de Real Monte implicó un severo tropiezo en las finanzas de don Pedro Romero de Terreros, pronto se recuperó y, aunque el conflicto se prolongó por cerca de una década, antes pudo reiniciar los trabajos y pronto no solo recuperó las pérdidas del conflicto, sino aún más, las triplicó y, como buen empresario las diversificó.

La madrugada del 25 de junio de 1767, por orden precisa del rey Carlos III, todos los colegios, templos y conventos administrados por la Compañía de Jesús en la Nueva España, fueron clausurados y expulsados sus moradores, de toda tierra hispana, procediéndose de inmediato a incautar todas sus temporalidades —edificios, haciendas, ranchos, tierras de cultivo y escuelas— el poder económico de la orden religiosa, era inmenso y representaba para el gobierno hispano un peligro, por lo que se procedió de inmediato a rematar sus propiedades.

En razón de la enorme cuantía de los bienes jesuitas, Romero de Terreros fue, en 1767, el único postor para la compra de sus temporalidades que abarcaban, tierras de cultivo, pastizales, potreros, tinacales y bellísimos cascos de haciendas todas diseminadas por los hoy estados de México, Hidalgo, Tlaxcala y Puebla, las que pagó la suma de un millón, veinte mil pesos oro de mina —unos 40 mil millones de pesos actuales aproximadamente— de los que exhibió de inmediato setecientos veinte mil pesos en efectivo y los trescientos mil restantes, fueron cubiertos en menos de un año. Gracias a esta operación inició la diversificación de sus negocios, al incursionar en los mercados agrícolas y pecuarios, con gran éxito. 

Pero la cuantiosa fortuna del ya caballero de la Orden de Calatrava, fue también magnánima con las administraciones de diversos virreyes que solicitaron su auxilio en tiempos difíciles, figuran así los préstamos concedidos a los Virreyes Marqués de Croix y Frey Antonio María Bucareli, sin olvidar la ayuda prestada a la Oficina de Renta del Tabaco y el mantenimiento de diversas partidas militares en momentos de apuro, finalmente deben incluirse las cuantiosas limosnas entregadas a la orden franciscana para la construcción, ampliación y manutención de los conventos de San Fernando de México, de Santa Cruz de Querétaro y de San Francisco de Pachuca, inclusive el financiamiento de misiones a la Sierra Gorda y más tarde a territorio apache en el norte de la Nueva España en las que por cierto resultó muerto un muy querido sobrino suyo fray Alonso Geraldo de Terreros victimado por un grupo Apache. 

Estas y otras acciones piadosas mucho coadyuvaron para que Felipe IV, le honrara con el título de Conde de Regla que le fue otorgado para sí y para sus sucesores —Mayorazgo— en la Cédula Real, expedida el 28 de septiembre de 1769, no sin antes haberse sometido a una profunda investigación de “pureza de sangre” —escrupuloso proceso instaurado para demostrar no tener antepasados de religión distinta a la católica—requisito que ya se había cumplido en parte, cuando fue elegido “Caballero del Orden de Calatrava”.

De entre las muchas obras pías emprendidas por el ya “Primer Conde de Regla” una destaca tanto por su finalidad caritativa, como por haberse prolongado hasta nuestros días, la Creación del “Sacro y Real Monte de Piedad y de las Ánimas” para el que entregó la suma de 6 millones de reales —300 mil pesos oro de mina— capital inicial con el que empezó a operar esta noble institución, que abrió sus puertas en la ciudad de México, el 25 de febrero de 1775.

Finalmente, comprometido por el virrey Bucareli, Romero de Terreros, mandó construir en los astilleros de la Habana un navío de 112 cañones, que donó a la Marina Real, para lo cual erogó la cantidad de 200 mil pesos oro, con la sola condición de que llevara el nombre de la virgen de Regla, aunque finalmente fue bautizado como El Terreros, hundido en la batalla de Trafalgar.

A la edad de 71 años, murió el Conde de Regla la mañana del 27 de noviembre de 1781, en su hacienda de San Miguel en Huascazaloya —hoy Huasca— heredando el título y su mayorazgo —conjunto de bienes integrados al título— a su hijo mayor, sin dejar en el desamparo al resto de sus vástagos, que fueron beneficiados con otros bienes que constaron en el haber hereditario. 

  Sus restos, tras prolongadas exequias, fueron inhumados en el templo del convento de San Francisco de Pachuca “a un lado del altar de la virgen del Perdón” según reza la crónica de su funeral, sitio cuya ubicación hasta hoy se desconoce.

Romero de Terreros es un personaje polémico, para unos, es símbolo de frivolidad y petulancia, para otros, emblema de religiosidad y misericordia, aunque no falta quien lo culpe de los hechos de la huelga de 1766, de la que otros le exoneran tras examinar, la actitud deshonesta de los operarios. Su mayor falta, a decir de algunos de sus biógrafos, fue la de haber sido un hombre rico, inmensamente rico y eso no es fácil de perdonar —el éxito es lo que menos perdonan los conformistas, solía decir Manuel Romero de Terreros, uno de sus tantos descendientes—Para otros su religiosidad impulsó su espíritu siempre piadoso.   

Lo cierto es que se requiere construir una nueva y más objetiva biografía de este personaje, basada en datos fidedignos y ausente de toda inclinación hacia los de arriba y hacia los de abajo.      

Juan Manuel Menes Llaguno | Cronista de Hidalgo

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