El barrio del Arbolito (segunda y última parte)
 
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Tras declararse la bonaza de la veta El Rosario en 1851, Pachuca, que contaba con apenas 4 mil habitantes e incrementó su población de manera acelerada en el resto del siglo XIX debido a la llegada de cientos de operarios, sobre todo de Guanajuato, donde una baja producción minera obligó a sus trabajadores a emigrar en busca de empleo, para principios el siglo XX, el incremento fue tal que se alcanzaron las 44 mil almas, lo que implicó un aumento de once veces el número registrado en 1851.

Este inusitado crecimiento se tradujo en el nacimiento de barrios, surgidos regularmente alrededor de los centros de trabajo minero, ubicados en la zona norte. La mayor parte de su caserío era de paupérrima factura, paredes de adobe y techos de tajamanil, puertas y ventanas construidas con tablones y laminas, desechadas por las factorías mineras, pero, aquello, en medio de un autentico caos, que no respetó el trazo de vías públicas, ni tomó en cuenta la dificultad para contar con servicios, como agua y drenaje. Surgieron as, las pedregosas calles y callejones, surcados por acequias malolientes, que mucho coadyuvaron a integrar un paisaje abigarrado, en el que pronto surgieron tendajones y ante todo pulquerías y piqueras de mala muerte.

En una segunda etapa, se edificaron las vecindades, sitio donde se hacinaron múltiples y numerosas familias que alquilaban pequeños cuartos que daban caída en un pequeño espacio a camas, mesas, anafres y todos los servicios domésticos, con servicio común de sanitarios.

Así nació y evolucionó durante la segunda mitad del siglo XIX el barrio El Arbolito, considerado al iniciarse el siglo XX como el más populoso de Pachuca, donde convivían no siempre bien integrados trabajadores procedentes de Guanajuato, Zacatecas, y diversos puntos del Estado, mezclados con los propios pachuqueños, lo que propicio el nacimiento dentro de su perímetro de suburbios identificados por el origen de nacimiento o simpatía.

Una de las características, del barrio del Arbolito fue su autonomía en relación con el resto de la ciudad; don Rosalío Flores recordaba que en festividades como el 15 de septiembre se organizaba ahí una particular ceremonia de El Grito y como esa, otras fiestas de carácter religioso, tales como el sábado de gloria, el día de San Juan o las posadas, fechas en que la barriada se volcaba prácticamente en la placita donde se encontraba el árbol chaparrito, que dio nombre al barrio.

Sobre la bravura y temeridad de sus habitantes, dice Rafael Cravioto; “…jamás se veía a un policía por sus alrededores y solamente de vez en vez, algún piquete de soldados hacía incursiones de vigilancia, rondando los principales callejones a plena luz del día para buscar delincuentes o acompañando a empleados municipales tales como notificadores, empadronadores o actuarios.”

El doctor Nicolás Soto Oliver, autentico cronista del barrio de El Arbolito, recuerdaba una característica consustancial de aquel barrio integrado por rudos mineros que al salir del trabajo buscaban olvidar los peligros y las penurias del trabajo, en alguna de las muchas cantinas o pulquerías que abundaban en su entorno, pormenoriza Soto en su libro Leyendas Lugareñas, el nombre de algunos de ellos “…Santa Ana, Paso del Norte, El Gran Golpe, El Tlachiquero, La Salida, Los Pajaritos de Dorotea, La Sangre Minera de don Luz Bustos, El Mundo al Revés, La Violeta, El Triunfo de Madero de Valentín Chávez, El Puerto Rico, primero de don Leonel Lugo y luego de las Márgaras, Un Día en Pachuca, El Día Feliz, todas ellas bajando la calle de Reforma ….y de regreso por la calle de Observatorio, La Palma, Casa El Tejano, Casa La Bola, El Lucero del Alba de Don Sotero, El Aeroplano de don Justo, El Infierno, El Kiosco y Las Quince letras, y por la calle de Galeana, El Faro, Las Olas Altas de Don Panchito, Los Ciclistas del Sr. Castillo y finalmente El Trafico.

No podría explicarse la vida del Barrio de ElArbolito sin entender la vida en las minas pachuqueñas. La vida comenzaba en la madrugada cuando sus tortuosas callejas, se convertían en ríos de luz, por los que desfilaban camino al trabajo, los mineros, alumbrado su marcha con lámparas de carburo, que iluminarían más tarde los sombríos socavones; calles que volverían a ser escenario de su regreso, no sin antes “mojar el gañote” con unos buenos tragos de pulque, a veces hasta embrutecerse, para olvidar su triste condición.

Otra escena digna de recuerdos es la de mujeres y niños que muy temprano hacían largas filas en las tomas públicas de agua, llamadas Gallitos, donde esperaban a veces por horas su turno para llenar una o dos cubetas.

Era ese, dice el doctor Soto Oliver, el lugar donde se conocían las más frescas noticias del barrio, trasmitidas en animada platica —antiguas redes sociales— aunque aquellos gallitos, fueron también mudos testigos de cruentas reyertas, derivadas de pleitos familiares o de faldas; en tanto, la chiquillería invadía las calles, jugando al trompo, las canicas, la roña o improvisadas rondas infantiles, salpicadas también de vez en cuando por ingenuos pleitos callejeros.

Así transcurrió la historia de este barrio, que hoy sigue siendo uno de los más populosos de Pachuca, cuna de hombres de bien, que han destacado en muchos campos del quehacer humano. La fotografía capta hacia 1930, el cruce de las calles de Galeana y Candelario Rivas, donde daba inicio el barrio de El Atbolito.

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