Con mis disculpas a todos los que celebran este día su cumpleaños, mi columna de hoy tiene partes angustiosas y un estudio psicológico que me estuve guardando para compartirles en esta edición de Criterio del 28 de agosto, en el que también celebro mi natalicio.

El coronavirus hace que 2020 sea un año que quizás queramos olvidar, pero es uno que siempre recordaremos.

Cada cumpleaños, invariablemente observo mi celular y mis redes sociales para mirar las fotos acumuladas durante años y recordar los bellos recuerdos compartidos con seres queridos.

Las colecciones de fotos de este 2020 ocuparán menos espacio en nuestros celulares. Muchas familias no se han reunido para festejar actos como graduaciones o bodas y quién sabe cuántos de nosotros podremos estar juntos en las celebraciones navideñas y de fin de año.

Todos estamos en la misma situación pero lo que está en juego es mucho más importante. Las celebraciones tienen que ver con el amor y cuando no es posible conectarse con los seres queridos como lo hacíamos habitualmente (pues ahora hay formas virtuales), es importante recordar que, en tiempos de cambios e incertidumbre, el amor es una de las únicas constantes que tenemos.

A mediados del siglo XX el psicólogo Harry Harlow, en busca de una comprensión más profunda del amor, llevó a cabo una serie de experimentos reprobables con unos monos recién nacidos a quienes alejó de sus madres, dándoles en su lugar objetos maternos artificiales hechos de tela y alambre y los analizó mientras crecían.

En otro estudio, sometió a los monos a un aislamiento parcial y total durante largos períodos.

Los experimentos fueron obviamente muy criticados pero sus hallazgos siguen siendo influyentes hasta el día de hoy ya que demostraron que el afecto cercano y la interacción social son las bases del desarrollo psicológico saludable.

Ahora, los seres humanos estamos experimentando el amor en los tiempos del Covid-19 y si bien nuestras restricciones son mucho menos drásticas que las de aquellos pobres monos, nuestras circunstancias actuales han reducido drásticamente el contacto con nuestras fuentes de fortaleza y consuelo como amigos y familia.

Nuestras autoridades recomiendan a los abuelos alejarse de sus nietos, piden que entre nosotros no nos abracemos y exigen a los jóvenes que no hagan fiestas. Las celebraciones son muy mal vistas e incluso sancionadas como en el caso de los futbolistas de las Chivas de Guadalajara, Uriel Antuna y Alexis Vega.

Aunque se comienzan a relajar algunas de las restricciones, es probable que continuemos con cierto nivel de distanciamiento en el futuro inmediato. Lo que significa que los que se encuentran en soledad o desconexión social podrían estar aún más estresados psicológicamente y, al mismo tiempo, algunos de los que viven con varias personas bajo un mismo techo pueden estar ansiosos debido a la pérdida de privacidad.

Por muy oscuro que parezca todo esto, el pronóstico no es del todo sombrío. De hecho, hay razones para creer que la mayoría de nosotros saldremos con nuestra salud mental en una condición más fuerte.

Por ejemplo, tras los terribles terremotos de 1985 y 2017 se hizo evidente que los mexicanos tenemos mayor resistencia y fortaleza mental que las esperadas dolencias sociales derivadas de un intenso estrés colectivo.

Nuevamente los mexicanos saldremos adelante más fortalecidos. Trabajaremos con gran entusiasmo pues somos muy chambeadores, las felicitaciones serán más emocionales, buscaremos participar en más actividades, expresaremos mucho amor, gratitud y generosidad y seguramente nuestro sentido del humor, tan reconocido en el mundo, ideará maneras en que la sonrisa continúe siendo uno de nuestros sellos característicos.