Culto a la personalidad
 
Hace (13) meses
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Marco Moreno
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Caminaba por el parque Alameda, en Ciudad de México. La gente empezaba a llegar, contrastaba el entusiasmo de algunos con el desdén y la molestia de otros. Aquellos que iban a encontrarse con su líder, su representante y aquellos que estaban obligados a participar, desganados y llenos de recelo.

Así se vivió el inicio de la celebración del aniversario de la Expropiación Petrolera a manos del general Lázaro Cárdenas del Río. En Hidalgo, miré las publicaciones oficiales, encabezada por un subsecretario de Gobierno porque el gobernador se fue a Ciudad de México.

A un costado pasaban los contingentes de la Gustavo A. Madero coreando el nombre del líder local y dejando de lado el de aquel que se convertía en el centro de la celebración: no, Lázaro Cárdenas, no; el presidente de la República.

Pensé en la forma en que se gritaba el nombre del presidente, las banderillas, las playeras, los carteles; todo hacía referencia a él y poco o nada a la Expropiación Petrolera. Caminando junto a un contingente que aseguraba que venía de Sinaloa, pensé en escribir una columna.

Recordé a Fidencio Treviño Maldonado y su espléndido artículo en Siglo Nuevo, suplemento de El Siglo de Torreón, Culto a la personalidad, la forma en que conceptualiza la vieja tradición política mexicana de ser reconocido, alabado, ensalzado y entronado.

Una práctica añeja, remontada a los siglos de la lucha por convertirse en un país, por ser el suelo patrio de quienes lo habitan; el deseo casi inmoral de Agustín de Iturbide, de Maximiliano, de Antonio López de Santa Anna.

El anhelo ingenuo de algunos alcaldes, diputados, senadores, gobernadores de que se pronuncie su nombre en cada acto, en cada reunión, como si invocarlo trajera santidad y pureza el lugar en el que uno se encuentra.

Vulgar manera de entronizarse y hacer trascendente la intrascendente forma de actuar, politiquería disfrazada en la construcción de un impoluto acuerdo y la realización de un algo que no se alcanza ni siquiera a definir.

De hecho, Fidencio Treviño señala: “El culto a la personalidad es, para la mayoría de los políticos mexicanos, hacer que sus súbditos los sigan hasta la ignominia, que por él mastiquen el alimento; es el retrato del surrealismo de nuestra política”.

Busqué un espacio para sentarme y escribir en medio de la algarabía —molesta— y me di cuenta de algo: el presidente es la expresión mayúscula del culto a la personalidad, no importa qué diga, cómo lo diga; importa que es él quien lo dice y por su cara y su sonrisa es verdad lo que dice, al menos así funciona para un amplio sector de la población.

Culto a la personalidad llevada al extremo, producto de una constante promoción —campaña—, informe de actividades. La celebración de la Expropiación Petrolera quedó al margen, también el sabor de que fue Cárdenas quien abrió la puerta a la corrupción y al compadrazgo al respaldar la candidatura de Ávila Camacho.

Discurso de reconocimiento y/o linchamiento de aquel que es considerado el mejor presidente en la historia del siglo XX mexicano.

Víctor Meza, investigador hondureño, al escribir sobre el culto a la personalidad, asegura: “La veneración indecente del gobernante, unida a la vocación fundamentalista por el poder en sí mismo, son una combinación peligrosa. Atentan contra la sana convivencia social y entorpecen el proceso de construcción democrática”.

Y sugiere: “Es hora de salirle al paso y devolver el orden de las cosas, escapando a tiempo de este laberinto demencial en el que reinan, impunes y altaneros, los consejeros (…), tan oportunistas como lambiscones”.

El 18 de marzo, el presidente dijo que la continuidad de su proyecto se encuentra asegurada y que la derecha jamás volverá al poder. Cualquiera lo puede aplaudir en el discurso nacionalista, reconocido por muchos —aun cuando no sea cierto— como de izquierda.

De hecho, aquel que se atreva a decir que la afirmación del presidente tiene la estridencia de la falsedad y la soberbia, será calificado de conservador, de corrupto, aun cuando tampoco lo sea.

Cosas del culto a la personalidad y la veneración espiritual de quienes nos gobiernan, no de ahora, de siempre, prácticas políticas que no se transforman, que reafirman el origen político y grosero de lo que se aseguran nuevos, impolutos y llenos de la verdad incorruptible de la santidad política.

 

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