Culto a la personalidad
 
Hace (25) meses
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Marco Moreno
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Hemos asistido en los últimos 4 años, a una popularidad apabullante del presidente de la república. No hay antecedente sobre el fenómeno en el pasado reciente del país. Entre los gritos de una oposición extraviada y la celebración y algarabía de los seguidores, el presente ocurre en medio de problemas no resueltos.

Es claro que desde el partido oficialista y desde las cámaras de diputados y senadores; desde las estructuras de defensa de la 4T y desde las candidaturas a puestos de elección popular el nombre del presidente es la consigna de lucha. La llave que abre las puertas de la contienda político electoral a lo largo y ancho del país.

Es, además, previsible que el nombre del presidente se repita de manera constante y sustituya el discurso propio de candidatos y funcionarios; es la salida magistral de cualquier enredo; aun esa es la realidad de los últimos 4 años.

Para quienes son seguidores, les parece normal; además, es posible que se pueda presumir al presidente popular y se reconozca que a decir de muchos es el mejor; sí, es verdad, se puede hacer y tiene nombre: Culto a la personalidad.

El culto a la personalidad es la exacerbación de las cualidades de alguien para hacer cualquier cosa, para enfrentar con éxito, aun cuando no sea así, cualquier empresa y salir airoso de ella. Se le reconoce autoridad moral para denostar, descalificar, señalar, sin que nadie diga o recrimine por ello.

El culto a la personalidad, genera además un sentimiento de unidad; es una unidad abstracta, basada en un icono y sustentada en la repetición del nombre, del triunfo, de la meta y de la imagen de quien acaudilla la lucha.

Al haber un distanciamiento entre el líder y las masas, que en la mayoría de los casos se da, se idealiza el poco acercamiento que tiene, se evita el escrutinio público y se descalifica cualquier acto que pretenda cuestionar, porque se le considera inmoral, ruin, inadmisible que se pretenda cuestionar la calidad moral de quien ya se dijo hasta la saciedad es moralmente puro.

Se asocia a valores necesariamente conservadores, aun cuando se reconozca y se asuma liberal, porque se manipulan sentimientos y valores de las personas, se práctica aun cuando sea superficialmente, algunas de las prácticas culturales de sus seguidores.

La personalidad carismática del presidente, es explotada de manera cotidiana frente al pueblo y se le llama transformación. Pero la transformación, implica algo más que la política democrática en un sistema económico que no se quiere tocar.

No hay en el ámbito económico, por más que se diga, una ruta clara que amenace al sistema tal cual lo conocemos, lo más que ha sucedido es una pequeña pincelada popular en algunos lugares de la vida nacional.

Se habla del no endeudamiento, del combate a la corrupción, de Dos Bocas, del Aeropuerto, pero no se habla de ir más allá en la búsqueda de terminar con la pobreza, de dar verdaderos pasos en la destrucción de los cárteles del narcotráfico.

Se da la actividad de gobierno en un amplio sentido de sacrificio personal que invita al sacrificio social y nos enseña la austeridad como principio y la pobreza franciscana como meta personal y espiritual.

Esto significa que el líder impone sus ideas y su carisma, las vuelve socialmente aceptables, de tal manera que si, se vuelve aberrante y monstruoso que alguien quiera vivir mejor que los franciscanos.

El culto a la personalidad es la gran amenaza a la democracia mexicana que, dice el presidente, defiende. El culto a la personalidad es entonces una desviación de la visión política y es ajena, o al menos debería, a la vida política nacional.

El culto a la personalidad ha permitido que, frente a los cuestionamientos constantes al presidente, a su familia y a sus allegados, este actúe con la simpleza de la descalificación y esta sea celebrada por los seguidores como un acto de justicia.

Esta libre de rendir cuentas, de explicar errores, de ser transparente, porque cuenta con la aceptación que la propaganda cotidiana realizada por sus diferentes estructuras partidistas y exo partidistas le garantizan cada día.

Reconocer la popularidad, no debería, al menos en el caso mexicano, convertirse en culto a la personalidad, rasgo distintivo del extravío como forma de gobierno.

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