Cravioto y el Caballito
 
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Hará cosa de cinco o seis años, que la famosa estatua ecuestre del monarca español Carlos IV se vio envuelta en un gran escándalo debido a que en su restauración resultó altamente dañado el bronce en el que fue producida hace ya más de dos siglos; el monumento, mejor conocido como el Caballito, es obra del escultor y arquitecto Manuel Tolsá, introductor en América del estilo neoclásico que, por desgracia, arrasó con extraordinarias obras del barroco mexicano. La estatua, que fue colocada desde hace algunos años frente al Palacio de Minería —obra también de Tolsá— permite traer a la memoria los jocosos versos que le dedicó el poeta pachuqueño Alfonso Cravioto Mejorada, esos mismos que tanto coadyuvaron a hacerla más famosa en el entorno nacional.

Carlos IV es uno de los gobernantes españoles menos apreciado por su pueblo, debido a su pusilánime actitud como gobernante. Hijo de Carlos III, nacido el 11 de noviembre de 1748, accedió al trono el 14 de diciembre de 1788, precedido de una amplia experiencia en asuntos de Estado, sin embargo, pronto se vio rebasado por los acontecimientos de su época, entre ellos el estallido de la Revolución Francesa, en 1789.

A lo anterior se aunó su debilidad de carácter, condición que mucho coadyuvó a que los asuntos del gobierno de España y América quedaran prácticamente en manos de la veleidosa María Luisa de Parma, su esposa, y de su “Valido”, el ministro Manuel Godoy, quien se decía era amante de la reina y aunque hoy se sabe que eso no fue cierto, los españoles de principios del siglo 19 lo aborrecieron por esa situación, que dicho sea de paso, fue también en cierto modo, causa de las revoluciones de Independencia Americanas, entre ellas la nuestra, iniciada con la arenga de Hidalgo en Dolores, de “¡Muera el mal gobierno!”, exclamación que exigía lo mismo su abdicación a favor de Fernando VII, que repudiaba a Luis Bonaparte, como gobernante de España .

Fue precisamente Carlos IV, quien designó a principios de 1794, a don Miguel de la Grúa Talamanca y Branciforte, conde de Branciforte, para hacerse cargo del virreinato de la Nueva España, encargo en el permaneció hasta mediados de 1798, periodo en el que a fin de adular al soberano que le nombró, solicitó al referido Manuel Tolsá y Sarrión realizara una estatua ecuestre del monarca hispano, que por cierto fue develada hasta el 9 de diciembre de 1803, cuando Branciforte estaba ya de regreso en España.

A lo largo de sus 210 años de existencia, la estatua ha recorrido varios sitios de la capital; inició en Plaza Mayor, frente a Catedral, conocida hoy como zócalo —por el pedestal en el que estuvo montada la estatua del Caballito— de la Ciudad de México, luego pasó al patio interior de la Universidad, y enseguida fue traslada al Paseo de la Reforma, de donde fue reubicada en 1979 al sitio donde hoy se encuentra, en la plaza de su nombre, en las calles de Tacuba. La obra ha merecido todo tipo de comentarios, desde quienes la consideran como una obra de arte de la mejor factura, hasta los que la han considerado un insulto para los mexicanos, ya que una de las patas aplasta un carcaj de flechas, signo de la hegemonía española sobre los pueblos prehispánicos.

Para el barón Alejandro de Humboldt, quien estuvo en su inauguración, es una de las más bellas esculturas ecuestres de todos los tiempos, a la que comparó con la de Marco Aurelio en Roma, en tanto que, para el general Guadalupe Victoria, primer presidente de México, debía fundirse para construir con su bronce los cañones que le hacían falta al Ejército nacional.

Entre los muchos personajes que han opinado sobre la estatua del Caballito, se encuentra el extraordinario poeta pachuqueño Alfonso Cravioto Mejorada, hijo nada menos que del General Rafael Cravioto, patriarca de los gobernantes hidalguenses entre 1876 y 1897. Alfonso, abogado de profesión, liberal por convicción y poeta por vocación, sufrió en su juventud persecuciones del gobierno porfirista y encarcelado por órdenes de Victoriano Huerta el 28 de octubre de 1913; más tarde, representó a Pachuca en el Constituyente de 1917 y finalmente desempeñó una extraordinaria carrera en el cuerpo diplomático mexicano.

Creador de la revista literaria Sabia Moderna en 1906, Cravioto fue considerado siempre poeta de lenguaje culterano e inspiradas dotes, como puede colegirse del conjunto de poemas que integran su libro El Alma Nueva de las Cosas Viejas publicado en 1921, en el que se encuentran precisamente estos jocosos versos, dedicados a la estatua de Carlos IV:

El virrey más podrido: marqués de Branciforte, quiso al rey más imbécil: Carlos IV, adular; y mandó sus permisos diligente la Corte, para que estatua regia se pudiera aquí alzar.

Y en conjuro de raras contradicciones harto,
Tolsá, que modelaba bronces con majestad,
se encargó de la estatua. Por eso el Carlos IV
monumento es del genio a la imbecilidad.

Y frente a ese caballo, cuando la luz sonríe,
la admiración aplaude, pero la historia ríe.

Belleza estética e incongruencia histórica se funden en el cobre de esta extraordinaria obra que reúne, por un lado al hombre que pasó a la historia como extraordinario artista, y por el otro a uno de los más terribles gobernantes españoles, todo unido en la pluma del extraordinario poeta del culteranismo mexicano, el pachuqueño Alfonso Cravioto Mejorada.

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