Conquista espiritual de las hoy tierras hidalguenses
 
Hace (33) meses
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Más importante y de mayor penetración que la conquista violenta fue la de orden pacifico o espiritual denominada Evangelización, llevada a cabo por las llamadas ordenes mendicantes —Franciscanos, Dominicos y Agustinos—, de las que, la primera y la última se diseminaron por el actual territorio hidalguense, penetrando en la conciencia de los grupos indigenas que habitaban estas comarcas.

La primera fue la de los Franciscanos que, no obstante haber arribado a Nueva España en 1523, es hasta el año siguiente, con la llegada de los 12 hermanos misioneros, encabezados por fray Martín de Valencia, inicia sus trabajos de evangelización. Fueron las casas de México y Texcoco las fundaciones de donde partieron los evangelizadores de las hoy tierras del estado de Hidalgo, la primera se ocupó de la zona de Tula y el Valle del Mezquital en tanto que la segunda lo hizo en la región de Tepeapulco y Tulancingo.

En efecto, en 1527, integrantes de la casa de Texcoco se hicieron presentes en Tepeapulco, donde logran construir su convento en el sitio donde los naturales tenían un adoratorio en honor de Huitzilopotzli, el monasterio, bajo la dirección de fray Andrés de Olmos, consiguió fundar templos y doctrinas a lo largo de las tres décadas siguientes en Apan, Zempoala, Epazoyucan, Tlanalapa y Tulancingo.

En el otro extremo, fray Alonso de Rangel, erige en 1539, el monasterio de Tula, desde el que inició su obra evangelizadora en la zona del Valle del Mezquital, donde la orden construye entre otros los templos y conventos de Tepeji del Río (1558-569), Alfajayucan (1559-1585), Huichapan (1569), Tecozautla (1587 a1640) y Tepetitlán (1569-1585), todos dentro del orden de los conventos fortaleza, en razo de su similitud con los castillos feudales que inspiraron a sus constructores.

Memorable fue la presencia en Tepeapulco de fray Bernardino de Sahagún, de 1558 a 1560, debido a que en este lugar inició una minuciosa investigación entre los naturales del lugar, encabezados por Diego Mendoza, un hombre de edad, conocedor de las antiguallas de los indios, al que respetaban como hombre de mucha razón.

Como resultado de este intenso trabajo, Sahagún, rescató historias y costumbres del México prehispánico que le sirvieron para redactar los Memoriales, base de lo que más tarde sería su grandiosa obra Historia General de las Cosas de la Nueva España que hoy permite conocer muchos datos del mundo indígena, entonces a punto de desaparecer.

Por lo que se refiere a la orden Agustina, la última en llegar —arribó en 1533—, al iniciar su trabajo evangelizador, se encontraron que los sitios de mayor interés para la conversión cristiana ya estaban ocupados por los franciscanos, por ello hubieron de conformarse con lugares intermedios aún no evangelizados, de ahí su disímil dispersión en el territorio novohispano. En el caso del hoy estado de Hidalgo, sus fundaciones se encuentran principalmente en las Sierras Baja, Alta, Tepehua y la Huasteca, así como algunos puntos intermedios del Valle de Mezquital.

Tres rutas cubren las fundaciones agustinas, la primera se inicia en 1536 con la edificación por fray Alonso de Borja del convento de Atotonilco el Grande, de donde partieron para establecer monasterios, fray Antonio de Roa a Molango (1536) fray Juan de Sevilla a Metztitlán (1543) y Juan de Estacio a Huejutla (1545) Chapulhuacán (1557) Zacualtipán (1572), Xochicoatlán (1572), Lolotla (1593) y Naupan o Naopa (1593), con las que cubrieron las Sierras Baja, Alta y la Huasteca, a esta misma cadena de fundaciones corresponde, Tutotepec (1557) en la Sierra Tepehua.

La segunda ruta se extendió por las inmediaciones del Valle del Mezquital y comenzó con la construcción de los monasterios de Actopan —1546— e Itzmiquilpan (1550), ambos debidas al genio de Fray Andrés de Mata y siguieron las de Tezontepec (1554) Chapantongo (1566) y Ajacuba (1569). Finalmente, la tercera ruta abarcó dos sitios que habían sido fundaciones franciscanas en el Valle de Teotlalpan; Epazoyucan (1540) y Zempoala (1540), a las que agregó una más, construida en Villa de Tezontepec (1554). En total, medio centenar de conventos levantados en el siglo XVI dejan constancia de la importancia del actual territorio hidalguense en aquella centuria.

Otra orden establecida en el hoy territorio hidalguense, cuyo arribo a tierras americanas se efectuó tardíamente en 1576, es la de los Franciscanos Descalzos de Estricta Observancia, también llamados Alcantarinos —por su fundador fray Pedro de Alcántara—, si bien su acción evangelizadora no corresponde a la conquista espiritual, su labor es merecedora de todo encomio, pues fue fundamental en las regiones de Sierra Gorda —entre Hidalgo, Querétaro y San Luis Potosí— y otros lugares más al norte. Los Alcantarinos fundaron una docena de conventos en la Nueva España, entre ellos el de Pachuca, construido a partir de 1596, fundación que alcanzó relevancia al convertirse en 1732 en Colegio Apostólico de Propaganda Fide, encargado de formar misioneros y en 1772, en provincia independiente de la orden misional. La evangelización persiguió tres objetivos, primero, la conversión al cristianismo de los indígenas, enseguida la enseñanza de las nuevas formas de trabajo y finalmente la sumisión al gobierno hispano, todas se cumplieron con creces. Pero es imposible olvidar la vida de entrega y humildad de la mayor parte de los frailes que en número por demás reducido habitaron aquellos claustros inmensos que recuerdan a los castillos amurallados de la España feudal.

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