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Hace (47) meses
Óscar, el más amado
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Yo lo conocí mucho antes que él a mí. De cuando le llevaba sus recortes de periódico de parte de mi hermana Alicia que le llevaba su prensa y él siempre recibía con ilusión creciente. “Yo era el chavo aquel”, le confesé años más tarde y él se rio mucho.

Hoy tengo revuelta el alma y la memoria. Y como él mismo cantaba: “Así tengo el corazón, en dos mitades partido; la una le teme a la muerte, a la otra le espanta el olvido”.

Solo sé que después vendrían los tiempos del Café Colón y La Edad de Oro, inaugurando el género del cabaret político. Porque esa fue otra de sus pasiones: la política, pero lejos de la politiquería; por el contrario, la plasmada y probada en el compromiso ideológico de a de veras, así que a su discografía de Herencia Lírica Mexicana añadió canciones incendiarias como las dedicadas a la Independencia y a la Revolución, pero también los versos contemporáneos para Salvador Allende, el Che Guevara y los pueblos zapatistas en rebeldía.

Durante todos esos años fuimos forjando una amistad fraterna basada en mi admiración y su generosidad, hasta que lo fui presentando en mis programas de televisión para su propia sorpresa: “Te voy a echar a perder tu piloto, en Televisa no me quieren por izquierdoso”, me dijo. El caso es que, siempre sí, fue mi primer colaborador musical junto a otros proscritos de la tele, como Carlos Fuentes y Carlos Monsiváis, en Para gente grande, gracias a la confianza de mi Tigre Emilio Azcárraga que me abrió las puertas del Canal 2.

De entonces a la fecha nos acompañamos en innumerables programas como En vivo, Animal nocturno y Telefórmula, y de vez en cuando, en conversaciones interminables: “¿Sabes que aunque no quieras eres periodista?, le decía por joderlo. “No me friegues”, me reviraba. Y es que, por ejemplo, La niña de Guatemala es un gran reportaje, ¿a poco no? Su voz, riquísima en matices, nos va mostrando una a una aquellas imágenes imborrables: “Iban cargándola en tandas obispos y embajadores… detrás iba el pueblo en andas todo cargado de flores”.

También hablábamos claro de sus otras pasiones: el teatro, en sus inicios en Bellas Artes y la UNAM, y el cine, con una decena de películas, aunque siempre caíamos en Los Caifanes, del gran Juan Ibáñez; cuatro inolvidables mecánicos, Sergio Jiménez el Capitán Gato, Eduardo López Rojas el Mazacote, Ernesto Gómez Cruz el Azteca y Óscar Chávez el Estilos que habría de inmortalizarlo; cuatro hijos del lumpen que se encuentran —premonitoriamente, diríamos hoy— con una pareja de pirruris como el arquitecto Jaime de Landa, Enrique Álvarez Félix, y su sensual y cándida Paloma, encarnada en Julissa; “el frío que de noche sientes, es por andar desperdiciada”, le suelta mi Óscar en el juego de la búsqueda del beso nocturno en la vecindad.

—¿Por qué no te seguiste de actor, si hiciste de el Estilos un icono?

—Acuérdate de la bronca contra la ANDA y de cómo nos cerraron las puertas. Pero no me arrepiento de nada.

—Bueno, entonces háblame de Por ti, ¿qué te hizo dejar de pensar en el mar y dejar de fijarte en el cielo? ¿Así es el amor de irracional? ¿En quién pensabas o en qué pensabas?

-Más bien, en qué no pensaba, y así es el amor de irracional y de ciego, y de sordo.

Nos llevábamos fuerte. En una ocasión en su camerino del Auditorio Nacional, me confesó que le dolía la garganta. Si quieres canto detrás del telón y tú haces fonomímica, le dije remedándolo.

—¡No cabrón, ya me siento mucho mejor!

Y sí, estoy seguro de eso. ¡Saludos a Alicia!

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