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Hace (13) meses
Octavio Paz en Pachuca
Trece años de labor periodística de Criterio
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Este mes se cumplirán 73 años de la aparición del libro El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, un mexicano excepcional y verdaderamente universal, ganador en 1990 del Premio Nobel de Literatura y, hasta hoy, único mexicano merecedor de esta emblemática presea.

Hijo de Octavio Paz Solórzano, simpatizante y decidido colaborador de Emiliano Zapata, y nieto de Irineo Paz, un viejo soldado liberal del periodo porfirista que incursionó en los terrenos de la historia y la novela. Personajes que dejaron en el poeta profundos recuerdos y enseñanzas; pero, ante todo, la capacidad de reflexionar ante ideas encontradas en un mundo maniqueo, como el del México de la primera mitad del Siglo XX, condición que se reflejaría tanto en su obra ensayística, como en la poética, realizada en medio de esas dos tendencias: la conservadora del abuelo, defensor de Juárez y don Porfirio, y la de su padre, zapatista a ultranza que se identificaba con los ideales revolucionarios, ambas, tema de acaloradas discusiones en la sobremesa familiar.

Todo ese bagaje de divisiones y desencuentros propició que Paz buscara en su obra el verdadero sedimento de México y de los mexicanos, ya desde su particular visión filosófica, sustentada en su obra ensayística más importante: El laberinto de la soledad, escrita desde el extranjero a mediados del siglo XX, que en su perspectiva poética contenida en Águila o sol, ambas obras, preludio de extraordinarios ensayos, como Las trampas de fe, sobre sor Juana, o el Cuadrivio, sobre los poetas Rubén Darío, Ramón López Velarde, Fernando Pessoa y Luis Cernuda.

Y no se diga de su poesía, donde México estuvo siempre presente, para fortuna nuestra. Sus obras completas abarcan 15 robustos volúmenes, publicados por el Fondo de Cultura Económica.

Foto: Especial

Inquieto y rebelde, Paz participó activamente en la Guerra Civil Española, donde terminó por abrazar los postulados del comunismo marxista y leninista, que años después rechazó al conocer la situación de los gulags y los horrores de la política totalitaria de Stalin, actitud que le atrajo la enemistad de muchos hombres de izquierda, socialistas a ultranza y marxistas trasnochados.

Digna de todo elogio fue su actitud en 1968, ante los sucesos de Tlatelolco, al renunciar a la embajada de México en la India como protesta contra la actitud de Díaz Ordaz; sin embargo, tampoco esta conducta satisfizo a sus detractores, que se volcarían en su contra cuando apareció en diversas series televisivas, donde planteó su particular visión de la historia y la cultura mexicana, pero ante todo el afán objetivo de abordar los problemas de un país manipulado por las huestes gubernamentales y despreciado desde la clandestinidad por los entonces paupérrimos organismos de izquierda o derecha; todo, con el afán de generar clientelismos políticos que permitirían a unos conservarse en el poder y a los otros, acceder a él. Paz estuvo siempre en el vórtice de ese huracán de la aviesa política mexicana.

Octavio Paz nunca estuvo oficialmente en Pachuca, ignoro si la conoció siquiera, pero lo que sí sé es que fue tema de largas conversaciones, discusiones y disquisiciones entre muchos hidalguenses. Recuerdo una agradable velada en la entonces Biblioteca Central de la Universidad de Hidalgo, organizada por Arturo Herrera Cabañas, en la que se suscitó una acalorada discusión entre el doctor Pedro Espínola Noble y el profesor Rafael Cravioto Muñoz, cada uno al frente de un grupo de alumnos, en la que el tema abordado, fue precisamente El laberinto de la soledad, aparecido a principios de los 50.

Ese ensayo era, a decir de Rafael Cravioto Muñoz, el mejor trabajo sobre México y los mexicanos; en tanto, Espínola Noble se pronunciaba en favor de otro estudio de la misma naturaleza: El perfil del hombre y la cultura, de don Samuel Ramos —publicado en la Colección Austral, en 1934— aquella acre discusión propició algo muy importante: que muchos de los jóvenes de entonces leyéramos a Paz y nos diéramos cuenta de su tesis filosófica y de la congruencia y lógica de sus apreciaciones.

La aparición de Posdata, continuación de El laberinto de la soledad, nos permitió a los espectadores de la primera conferencia ser actores ahora de otra interpretación emanada de los nuevos conceptos de aquella obra, actualizados al periodo 1969-1974. La convocatoria en esta ocasión, provino de los entusiastas jóvenes de la Gran Logia Masónica del Estado de Hidalgo, integrantes del grupo AJEF (Asociación de Jóvenes Esperanza de la Fraternidad), que en ese entonces lideraba el joven preparatoriano Roberto Meza García.

La cita fue en el pequeño auditorio de la Cámara de Comercio, situado en la segunda calle de Hidalgo. Después de escuchar la participación de don Alfonso Sierra Partida y la del doctor Pedro Espínola, se generó una lluvia de comentarios; todos, en torno a las reflexiones que Paz formula en El laberinto de la soledad, que, como obra fechada, retrataba el estatus del país en 1950, en tanto que Posdata lo hizo con la situación prevaleciente alrededor de los 70 y, desde luego, hubo unánime condena al proceder del presidente Díaz Ordaz en 1968.

Fue así como Octavio Paz llegó, a través de estas dos actividades académicas, a Pachuca y seguramente así lo hizo a otras muchas partes del país. Paz, dijo Carlos Monsiváis, se convirtió en la conciencia de México, pero fue una conciencia libre, que permitió interpretar sus reflexiones de muy distintas maneras. Paz, agregó Fuentes, no fue un profeta para desentrañar el futuro de México, pero sus vaticinios fueron de lo más acertados. Ojalá que sus predicciones sobre el porvenir de México se cumplan en bien del país y de sus habitantes.

 

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