· 
Hace (12) meses
Milagros y castigos del apóstol Santiago en Tlapacoya
Trece años de labor periodística de Criterio
Compartir:

Santiago Tlapacoya es una pequeña comunidad ubicada dentro del municipio de Pachuca, famosa en mi niñez por haberse encontrado en sus inmediaciones el caparazón de un gliptodonte —animal acorazado que vivió durante el Pleistoceno en tierras mesoamericanas y extinguido hace unos 10 mil años—. En ese entonces fuimos, recuerdo, al sitio donde se encontraron los restos de aquel animal, a un lado de la carretera Colonias-Actopan, y quedamos anonadados por el tamaño, pero ante todo por la completa conservación de los restos.

Pero hoy Tlapacoya es más conocida por el proverbial culto que tributan a Santiago Apóstol, en torno del cual han formado una gran mayordomía, que tiene como cometido realizar las festividades del santo apóstol no solo el 25 de julio, sino también el 23 de mayo, fecha en que se conmemora su supuesta aparición en esta localidad.

La imagen del Santiago de Tlapacoya, se dice, fue encontrada en un cerro cercano, aunque algunos aseguran que el propio Santiago se apareció en la comunidad en tiempos inmemoriales y un viejo carpintero decidió esculpir la imagen instruido por el propio apóstol. Se trata de una escultura de madera policromada que representa al santo, de tocado con sombrero y montado sobre un blanco corcel; con una mano blande en alto la espada y con la otra lleva las riendas; destacan su reluciente armadura y la larga capa roja que cubre su cuerpo. Dramática en este conjunto es la figura del moro ya muerto que se ha rendido al santo, pues una pata del caballo pisa su pecho y sobre su cabeza se aprecia una profunda herida, que el Santiago le ha hecho con la espada.

Cada año es costumbre que la mayordomía cambie la capa del santo y se limpie toda la efigie de madera, pero la espada ni se limpia ni se toca: debe quedar intacta para que continúe acabando con los infieles y los incrédulos; si se limpia, dicen los lugareños, seguro habrá un difuntito. Por lo que se refiere a la capa, debe cambiarse cada año y la sustituida se utiliza para curar enfermos y es, dicen los feligreses, sumamente milagrosa durante todo el año hasta sustituirla con la que le sigue, en tanto que la desechada se quema en el atrio y las cenizas pueden ser conservadas por los feligreses en sus casas para protección de la familia.

En años de sequía extrema, como la que hemos padecido en este 2022-2023, es costumbre que la mayordomía ordene que se saque al santo a procesión por las calles para rogarle que traiga la lluvia. Se tienen evidencias de que el santo ha respondido a sus feligreses con copiosas temporadas de agua hasta llenar la presa de El Durazno, que abastece a toda esta región.

La imagen del santo, dicen los lugareños, ha sido siempre milagrosa, lo mismo para conceder favores que para reprender malas conductas. Un caso narrado y conocido por muchos de los fieles de la región sucedió hace ya algún tiempo a uno de los mayordomos del templo, quien, debido a su gran afición a las copas, un día dejó de cumplir con su obligación de abrir las puertas de la ermita, tras hacer sonar la campana tres veces —la primera, a las seis y media; la segunda, cuarto para las siete, y la tercera, a las siete—, llamadas que de alguna manera regían la vida de la población en épocas en las que el reloj era un lujo y los templos orientaban la vida de sus fieles.

Trabajaba aquel hombre en las tierras de labor del rancho de Pitahayas, donde también lo hacían otros habitantes de la comunidad, que también regían su vida con el toque de campanas. Sucedió que aquel hombre, un domingo, bebió más de lo acostumbrado —a pesar de que ya había sido reprendido por sus familiares— y al día siguiente no despertó a tiempo. Rayaba ya el sol sobre los cerros que circundan a Tlapacoya cuando llegó a la ermita del señor Santiago, que permanecía cerrada, pero es el caso que, al acercarse a la puerta principal de la capilla, le llegó el castigo divino: de pronto se desplomó, mientras veía que las puertas de la capilla se abrían y las campanas doblaban lastimeras como cuando se despedía a los difuntos y ya no pudo dar paso.
Muchos fueron los meses que aquel infeliz mayordomo permaneció baldado, sin poder dar paso alguno; lo vieron muchos médicos de la región, lo trajeron al hospital de Pachuca, pero todos los galenos fracasaron en el tratamiento al enfermo y no se explicaban qué era lo que provocaba aquel padecimiento y lo mismo sucedió con los curanderos y chamanes que lo examinaron; aunque el perezoso mayordomo sí sabía que aquello era el castigo que le envió el señor Santiago, por el terrible vicio que le había impedido cumplir con sus obligaciones en la mayordomía.

El hombre le confesó a su madre el porqué de su enfermedad y esta decidió utilizar un medio poco convencional para curarlo: lo limpió todos los días durante casi dos semanas con una veladora para quitarle el mal de su cuerpo, mientras pedía al señor Santiago que tuviera compasión por él y al cabo de algunas semanas quedó completamente aliviado y jamás volvió a faltar a sus labores en la cofradía del Santiago en esa ermita de Tlapacoya, que hoy, gracias al esfuerzo de sus fieles, tiene ya un templo más amplio hermoso.

Agradezco la fotografía que ilustra esta columna, tomada por una vecina de Tlapacoya: Adela Acosta Hernández.

Compartir:
Relacionados
title
Hace 1 días
title
Hace 1 días
title
Hace 1 días
title
Hace 1 días
Se dice
/seDiceGift.png
Especiales Criterio
/transformacion.jpeg
Suscribete
/suscribete.jpg

© Copyright 2023, Derechos reservados | Grupo Criterio | Política de privacidad