Se ha hablado en los últimos días sobre la prohibición a los transgénicos en México, se ha publicitado como un gran logro y un paso más en la defensa de la soberanía alimentaria de México, pero publicitar nunca será igual a hacer.
Nuestro país es centro de origen del maíz, además de ello, la enorme variedad de semillas producto del trabajo de los campesinos y de los ingenieros mexicanos es una realidad que se encuentra frente a la tibia prohibición de las variedades genéticamente modificadas.
Frente a la exigencia de los Estados Unidos de que se mostraran los estudios científicos que dejaran en claro los daños que a la salud de las personas generan los cultivos, el gobierno mexicano dio marcha atrás en la fecha establecida y en la prohibición misma.
Si, si hay una prohibición, pero es solamente para el consumo humano, en el caso de su uso como forraje e industrial, se podrá seguir importando millones de toneladas de grano, también cultivando otros productos transgénicos, que no han entrado a la discusión.
Es necesario, hacer un alto y reconocer que el haber prohibido su cultivo y consumo humano es un paso importante, pero incompleto, ahora se tiene que continuar con la demanda de que se detenga su uso en la ganadería y la industria.
Pero de ahí, a que este paso sea un manotazo presidencial frente al poderoso vecino del norte, hay un abismo, mientras millones de toneladas de maíz genéticamente modificado sigan ingresando al país, el tema aun se encuentra sin resolver.
De hecho, es imperioso hacer notar que las medidas adoptadas por el gobierno federal se dan en el marco de rehuir un conflicto grave con los Estados Unidos y Canadá por el tema del maíz, la exigencia norteamericana de que se mostraran los resultados dio como resultado la modificación inmediata del decreto preexistente.
Aun cuando se ha dicho que el nuevo decreto elimina la incertidumbre existente en aquel de 2020, en medio de ambos, se encuentran los 15 millones de toneladas de maíz transgénico que importó en 2022 para uso industrial y ganadero.
Junto a la media prohibición del maíz transgénico, esta el glifosato, el herbicida más usado en el mundo y el que se ha considerado históricamente como uno de los más dañinos y se le asocia a diferentes enfermedades, por lo que su sustitución programada es una victoria de las asociaciones y organizaciones que han demandado su eliminación de la agricultura mexicana.
En el caos de los transgénicos y el glifosato, las más poderosas compañías estadounidenses han mantenido su precio sobre el gobierno norteamericano para que a su vez presione a México y ceda al uso de transgénicos y herbicidas.
A ello se debe el nuevo decreto del presidente de la república, y este debe debe considerarse en el marco de esas presiones y amenazas de ir a paneles del tratado de comercio para tratar el asunto.
El tema ambiental, por otro lado solo es parte del discurso, la defensa del maíz es o no es, la defensa del ambiente, igual.
Si México es, como dicen, autosuficiente en la producción de maíz, la prohibición debería ser total, sin medias tintas, encaminada a la “protección del derecho a la salud y a un medio ambiente sano, del maíz nativo, de la milpa, de la riqueza biocultural, de las comunidades campesinas y del patrimonio gastronómico; así como garantizar la alimentación nutritiva, suficiente y de calidad”, como señala el decreto emitido.
No hacerlo es continuar entre claroscuros, no hacerlo es hacer que un decreto que entro en vigor el pasado 14 de febrero se vea como una subordinación a los intereses de las grandes trasnacionales sobre todo Monsanto y Dupont principales dueños de las patentes de transgénicos usados en México.
Falta hablar de los otros cultivos, del jitomate, soya, algodón, calabaza, alfalfa, papaya, plátano, tomate y papa entre otros.
Así que el decreto de prohibición del maíz transgénico es solo una broma de mal gusto, frente a la enorme cantidad de producción agrícola transgénica en el país, ni más, ni menos.
