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Hace (23) meses
La intimidad pública
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La información ya es atmosférica. De pronto me enteré de algo que no me interesaba: Ben Affleck y Jennifer Lopez habían vuelto. No sé de dónde surgió el dato; estaba ahí, como una hoja caída de un árbol.

Llama la atención que las noticias sean parte del ambiente, pero llama más la atención que se trate de esas noticias. ¿El amor de Ben y JLo es un asunto de rabiosa actualidad? Todo indica que sí, lo cual también indica por dónde van las prioridades del planeta.

En la sociedad del espectáculo las celebridades aportan una nueva mitología. Si dos famosos se aman y se detestan y se vuelven a amar, nublan o despejan el horizonte y hacen que no se hable de otra cosa. China controla la deuda externa, la basura, el tráfico fluvial y el mercado de cachivaches del mundo, pero Estados Unidos controla el reality-show. Si los griegos estaban atentos a los arrebatos de Zeus y los aztecas al designio fatal de Tezcatlipoca, en la teodicea contemporánea ningún acto de fe supera al rating.

Sabemos, por las Kardashians y Paris Hilton, que se puede ser famoso sin virtud específica. La curiosidad humana surge de distintas formas y una de ellas consiste en indagar la vida de la gente “famosa por ser famosa”. En el siglo XIX, las novelas satisfacían el deseo de llevar existencias paralelas; hoy, el placer vicario de “ser en el otro” se sacia de un modo más simple, conociendo la colección de zapatos o la nueva mascota de una celebridad.

Pero no basta con entrar al Salón de la Fama para permanecer ahí. Una vez que se recibe el escrutinio del ojo público hay que conservar su atención. Esto lleva a una paradoja. La gente anhela conocer a los famosos con íntima crudeza, pero la “naturalidad” de esas personas es muy distinta de la nuestra porque se trata de una naturalidad construida para atraernos. Sorprende que Michael Jackson quiera comprar los restos del Hombre Elefante, procure blanquear su piel y duerma en un pulmón de acero, pero sorprendería más que no hiciera nada de eso. Mientras la gente busca testimonios sin filtros de los famosos, los famosos se convierten en personajes progresivamente irreales: su normalidad es la extravagancia. Tienen 473 gorras de beisbol, desayunan corazón de pájaro, se casan varias veces con la misma persona.

Además de actores, Ben Affleck y Jennifer Lopez son celebridades, lo cual obliga a dominar dos registros diferentes. Cuando el actor “entra en personaje”, se conduce con una peculiar naturalidad ajena y borra todo rasgo de impostura: no actúa como Hamlet, es Hamlet. El histrión se vacía en favor de un personaje; en cambio, la celebridad debe crear un personaje. Cada prenda que compra, cada frase que tuitea, cada foto que sube a las redes altera su capital simbólico.

Llego al tema noticioso de este artículo. En días recientes se conoció una cláusula del nuevo acuerdo prenupcial de JLo y Ben. La pareja se compromete a tener relaciones sexuales cuatro veces a la semana. En esta ocasión, sí sé cómo supe del asunto, gracias a las páginas color salmón de la sección Negocios de El País. El reportaje abordaba el tema en plan jurídico. ¿Es legítimo someter la libido a un criterio contractual? Entrevistado al respecto, Juan Pablo González, titular del Juzgado de Primera Instancia 24 de Madrid, comentó que en su mesa de trabajo ese acuerdo sexual: “sería declarado nulo, sin valor ni efecto alguno, por ser contrario a la libertad y dignidad personal”. El juez acertó: no se puede pedir que alguien se excite por decreto.

Con todo, creo que el enfoque sobre esa cláusula debe ser otro. La sociedad del espectáculo no es legislada por la ley sino por la percepción. ¿Cómo se “filtró” ese detalle del acuerdo? Posiblemente fue divulgado por los propios protagonistas. Convertidos en objeto del deseo colectivo, decidieron agregarle estadística al morbo. En riguroso cumplimiento de su acuerdo, JLo y Ben harán el amor 208 veces al año. Se ignora si hay un bono por rebasar la cifra o si habrá una disminución progresiva de las obligaciones.

Lo único verosímil para una celebridad es el exceso. Al llegar al milenio coital, los abajo firmantes podrán ser vistos como atletas o mártires del sexo. Su intimidad es un recurso publicitario.
Lo más probable es que, como todas las parejas, decidan sus encuentros por las veleidades de la emoción. Pero de eso no habrá noticia.

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