· 
Hace (21) meses
José Vergara, la sangre joven en el Cehinhac
Trece años de labor periodística de Criterio
Compartir:

Tras la celebración en agosto de 1972 del Primer Congreso de Historiadores de Provincia, convocado por la Academia Potosina de la Historia —al que asistieron el profesor Raúl Guerrero, Héctor Samperio Gutiérrez, Julio Ortega Rivera, Arnulfo Nieto Bracamontes y quien esto escribe—, se inició la gran tarea para formar el organismo que la postre se denominaría Centro Hidalguense Investigaciones Históricas A.C. (Cehinhac). El primero sumarse durante esta etapa fue José Vergara Vergara, en ese entonces estudiante de la Licenciatura en Historia en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Pepe fue un factor fundamental para la cohesión del grupo, su extraordinario carácter y su gran disposición, pronto se hicieron notorias a pesar de su residencia en la Ciudad de México los cinco primeros días de la semana. El viernes tan pronto terminaban sus actividades escolares en la capital de república tomaba el autobús a Pachuca y se agregaba a las tertulias del restaurante La Fogata, donde el doctor Julio Ortega, Arnulfo Nieto, Edgardo Guerrero y quien esto escribe nos reuníamos con el profesor Guerrero y el sacerdote Héctor Samperio para revisar los avances en la integración del grupo, amén de discutir sobre algunos trabajos realizados al amparo de la gran biblioteca ya instalada en una larga y delgada crujía existente en el cuarto del templo de San Francisco, a la que se llegaba por una diminuta puerta marcada con el número 200 de las calles de Arista.

José Vergara, al concluir sus estudios en la Escuela Preparatoria 1 de la Universidad hidalguense, siguió su vocación como historiador, gracias al profesor Guerrero, quien le animó y apoyó para que se inscribiera en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde estudiaba ya en 1972, cuando fue invitado a formar parte de nuestro grupo; yo le trate, por ahí de 1970, cuando tramitaba el juicio sucesorio de doña Eliza Villagrán, viuda de Aranzolo, abuela de su madre; él, en ese entonces era en estudiante del bachillerato en la Preparatoria Número Uno de la Universidad Hidalguense.

Difícil resulta valorar la personalidad del licenciado Vergara por tratarse de un ser excepcional en toda la extensión de la palabra, destaca desde luego su extraordinaria bonhomía. Pepe siempre se ha mostrado dispuesto a ayudar, a los demás, máxime a quienes se dedican a la investigación histórica, como no recordar aquí sus aportaciones a través de la paleografía de documentos base de nuestras investigaciones, ya que su trabajo por varios años en los archivos General de la Nación y desde luego en el de Notarias de la Ciudad de México le hicieron un diestro paleógrafo —a veces, decía, me es más fácil leer un documento de los siglos dieciséis, diecisiete o dieciocho que uno del siglo veinte—; esta actividad le ligó estrechamente con la investigadora de ascendencia hidalguense Elisa Vagas Lugo, con quien se inició como becario y terminó como su gran colaborador.

Otro atributo muy particular de José es su gran don de gentes, ese mismo que le ha permitido conquistar amigos conservar compañeros de trabajo y compartir con su familia los avatares de la investigación; Pepe es querido por sus compañeros de trabajo y respetado por quienes compiten con él, en el terreno de la investigación, es un gran hombre en toda la extensión de la palabra.

Como no imaginar aquella noche del 12 de octubre de 1972, a aquel jovencito, enfundado en un riguroso traje de etiqueta, era el mismo que ataviado con un jorongo, incursionaba por las calles de la capital del país, visitando templos, salas de arte o conferencias y exposiciones de arte, al mismo tiempo que acudía a las librerías de viejo de la avenida Hidalgo o la Biblioteca Nacional instalada todavía en el antiguo templo de San Agustín.

Y menos aún habrá quien se imagine las largas horas que juntos empeñamos para rescatar y clasificar —todavía rudimentariamente— la vasta documentación del Archivo Histórico del Poder Judicial del Estado —que descubrimos de manera fortuita en la semana santa de 1977, hallazgo considerado como uno de los grandes hitos en la historia del Estado de Hidalgo y particularmente del Cehinhac. Como no recordar aquí las largas jornadas que pasamos en el ático de la Casa Rule, sin importar días de descanso ni horarios, como olvidar la emoción que nos producía encontrar datos, fechas y personajes surgidos de aquellos papeles viejos, a partir de los cuales la historia del estado ha tenido que reescribirse. 

José Vergara se convirtió desde los días previos a la inauguración del Cehinhac en parte consustancial de las actividades de ese organismo. Su complexión delgada —a pesar de ser un buen gourmet— su sonrisa permanente y el desgarbo ambular por el gran pasillo de la Biblioteca de Héctor Samperio, aunado a su casi permanente buen humor, le hicieron pronto parte de aquel abigarrado grupo, que la tarde noche del viernes 12 de octubre de 1972, inició su presentación ante la sociedad hidalguense. 

La fotografía que incluye esta columna muestra al Historiador José Vergara al entregar en enero de 1981, un reconocimiento del Archivo Histórico del Poder Judicial, al gobernador Jorge Rojo Lugo, —el mayor impulsor de nuestras actividades— atrás la magistrada Guadalupe Arias y quien esto escribe entonces también magistrado, atestiguamos el acto.   

Compartir:
Relacionados
title
Hace 1 días
title
Hace 2 días
title
Hace 5 días
title
Hace 5 días

© Copyright 2023, Derechos reservados | Grupo Criterio | Política de privacidad