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Hace (32) meses
Salud financiera. Sobre el populismo y la democracia
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Cuando el Muro de Berlín cayó en 1989, el liberalismo pareció ser el ganador indiscutible de la guerra ideológica entre el Occidente “abierto” y el Oriente “cerrado”. La democracia liberal se ha extendido en oleadas por Europa Central y Oriental, América Latina y partes de Asia. Las reformas estructurales conducen al surgimiento del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y otras economías emergentes.

Las barreras de migración se suavizan marcando el comienzo de una nueva era de turismo global e internacionalización de mercado laboral. El pluralismo alimenta el auge del consumo masivo y la diversificación de opciones de los medios sociales, el ocio y el entretenimiento.

Sin embargo, apenas comenzaba el siglo XXI, cuando el atractivo de los valores liberales se puso en tela de juicio. Los ataques terroristas del 11 de septiembre en Estados Unidos (EU) abrieron un capítulo obscuro de fanatismo religioso, intervenciones militares cuestionables, medidas de seguridad extraordinarias y una obsesión por la seguridad mundial, el círculo vicioso de la dependencia del narcotráfico en México con EU y la creencia liberal en la importancia de los derechos humanos que se vio truncada por la crisis de los migrantes y refugiados.

La dificultad financiera y económica de 2007-2009 hizo que se perdiera la confianza del público en el capitalismo accionario. Los rescates gubernamentales a las instituciones financieras, principalmente, alimentaron la ira social y la profunda frustración de miles de millones de personas que perdieron sus ahorros, propiedades y empleo. Diversos documentales y películas de la gran pantalla expusieron la inmoralidad, la imprudencia, la irracionalidad y los incentivos perversos de las élites financieras.

Reducir la democracia a una serie de prestaciones, ¿se denomina populismo? Enseñar a pescar y no regalar el pescado, ¿es democracia? O ¿se centra quizá en el choque de intereses entre las élites y la gente común?

Por un lado, los economistas ortodoxos tienden a asociar el populismo con una gestión irresponsable de las finanzas públicas, deudas incontrolables y un estado de bienestar demasiado generoso; proliferan los programas que encarecen la riqueza de la nación y vuelven más pobre al pueblo. Por otro, asumen que los empresarios deberían estar más inclinados a ideales democráticos donde se habiliten instituciones transparentes, exista la libertad de expresión y la regulación del mercado en donde prevalezcan los proyectos que permitan: generación de empleos, libre intercambio, educación y salud, no sólo accesible sino de calidad.

En conclusión: ¿será el populismo una espada de doble filo que pueda fortalecer o dañar a la democracia?

¿Será justo que la generación de riqueza no sólo en el país, sino en nuestro estado, deberá estar sujeta a programas y no a proyectos?

Jessica Blancas

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